Hace unos meses vi un programa norteamericano en televisión de una hora de duración dedicado a la figura de Nikola Tesla, un científico cuyo nombre tenía arrumbado en alguna parte de mi memoria junto a otros pero cuyos logros, según iba viendo el programa, se me iban revelando poco a poco con dibujada nitidez, porque también, hacía mucho más tiempo, había leído sobre su figura en alguna revista, de cuya lectura recuerdo que me llamó la atención el especial carácter del autor, sus avatares y cierta genialidad en sus proyectos, realizaciones y deseos, vivida de una manera tan intensa que me pareció un tanto sujeta a leyenda.
El personaje, fascinante de por sí , fue presentado de tal manera que esa fascinación volvió, otra vez, a convertirse en leyenda, que está ya en otra escala de la excelencia, y, de nuevo, su nombre quedó arrumbado en mi recuerdo, no así sus inventos que me parecieron tan acordes con la manera de percibir el mundo que tenemos ahora que llegué a pensar que se había producido un anacronismo, buscado o no, tanto daba, por los que habían realizado el programa de televisión debido a esa manía por otorgar a un personaje de otra época un carácter de actualidad rabiosa con los tiempos que corren. Pero intuí que si ese personaje se había puesto de moda era porque en realidad conectaba con algo muy profundo que se daba ahora y que achaqué a lo de otorgar mediante la electricidad sin hilos energía prácticamente gratis a todo el mundo, sin ir más lejos, además de otras características, como la recuperación medio ambiental.
Su figura, así, me pareció doblemente gratificante, por un lado poseía ese halo a lo Robin Hood, un arquetipo recurrente en nuestro imaginario, que le había llevado a enfrentarse con otros científicos que tenían intereses industriales muy potentes y que se comportaban con la implacabilidad sorda del oligarca, caso de Edison, y, por otro, su excelencia como ingeniero, que le había llevado a ser uno de los grandes científicos del momento, acrecentada la cosa, además, porque su fama, enorme, desapareció para el mundo con la misma celeridad con la que se produjo. Era, en este sentido, un personaje pleno, con lo que ello acarrea de inasible, tan pleno que llegó a semejarse en destino al de los grandes románticos de otra época, al de von Kleist, al de Novalis, al de personajes literarios como Evgueni Oneguin. Ya digo, de leyenda.
Hasta que esta semana pasada, de hecho se presentó el día 28, martes, topé con un libro que se titulaba, Yo y la energía, publicado por Turner, y cuyo autor era Nikola Tesla, el mismo Nikola Tesla que había inventado la corriente alterna, la luz fría, prototipo de la fluorescente, la transmisión inalámbrica… en fin, el Merlín de la electricidad, y que recogía dos textos suyos, la autobiografía titulada Mis inventos, de 1919, y un artículo de longitud considerable, El problema de aumentar la energía humana, fechado en el temprano año de 1900, donde Tesla, al modo de H.G. Wells, algo muy del momento, se preocupaba por proyectar en un futuro cuestiones derivadas del consumo de energía por parte de la humanidad, un texto, por otra parte, muy de actualidad más de un siglo después y que ha llevado a muchos a considerarle un adelantado de la preocupación por las energías alternativas.
Pero el feliz hallazgo no fue el texto de Tesla que ocupa la mitad del libro, porque los hallazgos no entran en la escala de lo previsible al carecer éste de la sorpresa, sino la introducción, que es casi un verdadero ensayo, de Miguel Ángel Delgado a la figura y al legado de Tesla. Miguel Ángel Delgado es un periodista y escritor que ha publicado algún texto de ficción, Trece por docena, en Caballo de Troya, por ejemplo, pero que, sobre todo, es conocido por su labor como crítico cinematográfico que lleva a cabo en su blog y que ha recogido en forma de libro en Laria bajo el título de Ya no se hacen películas como antes… pero no importa. El texto sobre Tesla merece ser editado como algo independiente por lo que tiene de importante en un país como España donde lo didáctico aplicado a la ciencia es algo tan exótico como degustar una copa de Côtes du Rhóne en las islas Aleutianas, vale decir, un lujo casi de esnobs. Este casi ensayo consigue lo inesperado: a la vez que nos ilustra sobre Nikola Tesla, su legado, sus inventos, su marcada personalidad de científico loco, nos lo convierte en símbolo, me niego a decir icono, de nuestra cultura pop. Lo que para mí fue una intuición, la de que Tesla se acomoda a nuestra concepción un tanto dadá, al modo imprevisible de lo cuántico, de nuestro mundo actual, todo lo contrario a la geometría spinozista de un Eisntein, símbolo científico de la cultura pop de los sesenta, cuando se llevaba el arte conceptual y las vanguardias imponían su canon indiscutible, Miguel Ángel Delgado me lo convierte en algo prístino netamente dibujado en fuentes más diversas, sobre todo de cultura popular, con otras palabras, otros conceptos, otras sabidurías. Delgado ha estudiado al personaje con profundidad y el resultado es un estudio bastante notable y exhaustivo sobre la significación, y el significado de Nikola Tesla en nuestro mundo, nuestra líquida sociedad, de la que el científico de origen croata y adorado por los serbios, el aeropuerto de Belgrado lleva su nombre, se convierte en algo más de lo que fue, vale decir, entra de una u otra forma en lo legendario, se convierte en personaje de narración, en alguien que se puede relacionar con la figura multiforme de David Bowie -de hecho el artista interpretó a Tesla en la película El truco final-el prestigio-, de Christopher Nolan, en personaje capaz de inspirar óperas -Jim Jarmusch trabaja junto al compositor Phil Klein en una inspirada en su figura-, en personaje reivindicado por la música tecno, por bandas de música metal, por dibujantes de cómics, por hacedores de videojuegos, en una palabra, en una suerte de justicia poética aliada a la crematística, porque la muerte de Tesla en la pobreza, preterido por la leyenda del hombre triunfador bajo la figura de Edison, ha conocido una resurrección inesperada donde su nombre es ya casi una marca registrada que genera mucho dinero, una resurrección en una época donde el nombre de su rival, adorado por la sociedad americana en su etapa de ley seca, de brutalidad de gánsteres y el acaparamiento de grandes fortunas, el Gran Relato de la grandeza de la Nación, ha pasado ahora a ser paradigma de lo que es un científico desviado de su destino intelectual y moral.
Nikola Tesla, que fue amigo de Mark Twain, no podía ser menos, dejó escrito que el futuro le pertenecía. Mejor lo dejamos aquí.
¡Qué interesante, Juristo! habrá que leerse el trabajo de Miguel Angel Delgado. Bravo por traerlo aquí.
si aprendemos NIKOLA TESLA aprenderemos a vivir el futuro