En la muerte de Cy Twombly, el poeta del trazo

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La obra 'Rose III', de Twombly, contemplada por una visitante en la Real Academia de las Artes de Londres. / A. Rain (Efe)

Este pasado 5 de julio murió en Roma, a los ochenta y tres años, a consecuencia de un cáncer que padecía hacía mucho tiempo, Cy Twombly, uno de los artistas plásticos más importantes del siglo pasado y cuyo ejemplo de feroz independencia debería ser  referente obligado para unos tiempos que busca fórmulas de salvación desesperadamente y con ansiedades de pronta solución donde el matiz y lo sutil se relega a estancias ocultas, reprimidas. En Twombly, a esa independencia se le unía una capacidad por la fascinación de una enorme intensidad cuyo resultado ha sido una de las obras plásticas más personales en tiempos de las canónicas vanguardias y, a la vez, por beber en tradiciones propias a nuestro origen, esa pasión por la cultura grecolatina que no le abandonó desde que viajó a Europa mediados los años cincuenta, acorde con una tradición muy vieja donde el paisanaje todavía es capaz de reconocerse en recovecos muy internos de la sensibilidad de cada cual. De ahí que siendo uno de los creadores más sublimes del garabato, del grafitti, lo que le valió ser reconocido como pionero de una nueva manera de concebir el arte en nuestro siglo XX, a la vez, uno mantenga la ilusión cuando contempla uno de sus cuadros de asistir a una pintada de obscena memoria plasmada en cualquier callejuela romana de los primeros tiempos de nuestra era. Tal es el poder de evocación de sus cuadros, hechos de unos trazos de una rara sublimidad, donde la línea se conjuga en unos recovecos, en unos garabatos de una rara intensidad poética, casi como líneas prontas a convertirse en escritura.

Dije que su independencia debía ser un referente, pero no hay que olvidar que la independencia es aliada del coraje. Cy Twombly, recordemos las exposiciones últimas que se le hicieron, en una apoteosis de delirante tirón y fama, la del Guggenheim de Bilbao hace tres años, una de las muestras más bellas de su carrera, también la del Museo del Prado, la titulada Lepanto, conoció sin embargo el desierto del rechazo durante más de veinte años, unos años cruciales en la formación del arte norteamericano del siglo, los años del expresionismo abstracto, quizá la mejor época del arte en los Estados Unidos, y que,  a pesar de los requerimientos que le obligaban a restar junto a los nombres de Jaspers John, de Jackson Pollock, de Robert Rauchenberg, su gran amigo y con el que viajó en aquel camino iniciático al Mediterráneo en la década del cincuenta que le hizo cambiar de forma radical su manera de concebir el arte, prefirió adherirse al trazo exquisito del artista oculto, discreto, casi secreto, adherirse mejor al trazo de Tobey o de Michaux, ambos de marcada influencia orientalista, y restar fascinado el resto de su vida por la manera de pensar el mundo de la cultura clásica.

Cy Twombly, en 1996. / W. Wihs (Efe)

Ese cambio, de una radical quiebra incluso en la manera de enfrentarse a las cosas, lo pagó, ya digo, en una suerte de ostracismo del mundillo cultural norteamericano que no le perdonó una desafección que tenía todo que ver con razones de identidad nacional y de publicidad rabiosa, todo hay que decirlo. El detonante se produjo en Nueva York en 1963, en la exposición que tituló Nueve discursos sobre Cómodo, y la tormenta de insultos que provocó no llegó a calmarse ni siquiera veinte años después, cuando, estamos ya en la década de los ochenta y Twombly gozaba ya de cierta fama, su obra se prodigaba en la tierra que le vio nacer. En realidad las suspicacias que Twombly siempre provocó en el mundillo norteamericano del arte no se han esfumado jamás: todavía en el año 1995, cuando su genio era ya reconocido en todas partes, en la retrospectiva que de su obra se hizo en el Museo de Arte Moderno, el MOMA, las críticas no amainaron, aunque atemperadas por el reconocimiento de su talento, algo a lo que están muy atentos en el pomada cultural neoyorkina.

Independencia, coraje, fascinación profunda por el legado grecolatino… ¿da respuesta algo de esto a esa inquina que todavía persiste?  Creo que el arte de Twombly posee unas características que le hacen antipático al imaginario norteamericano. Su discreción, ya digo, que elude el gesto publicitario, algo incomprensible en una sociedad donde publicidad y ser en el mundo, en el sentido heideggeriano, equivale a lo mismo, vale decir, no existes si no te publicitas porque si no te publicitas, ¿quién va a conocerte?, pero también otros rasgos, como su marcada sofisticación cultural y su fragilidad, sobre todo su fragilidad, esa delicadeza del trazo que le emparentaba con los grandes de la pintura, con Tiziano, desde luego, con Tintoretto, pero sobre todo con Poussin, con el que Twombly imaginó que le unían lazos que iban más allá de la unión entre maestro y discípulo y que tenía que ver con el destino que les unía a una ciudad, Roma, y desde luego, esa concepción del arte como palimpsesto que en un país como Estados Unidos, que buscaba ansiosamente construirse una tradición a partir de una buscada tabula rasa que no le recordara para nada la deuda contraída con la tradición europea, sonaba a chifladura.

Con España, Twombly mantuvo una relación profunda, sobre todo a partir de los años ochenta, cuando el artista fue reconocido en todo el mundo. En el 86, por ejemplo, fue uno de los seis artistas elegidos para la exposición de apertura del flamante museo Reina Sofía, y, luego, apenas un año más tarde, la muestra conjunta que se expuso en el Palacio de Velázquez y el Palacio de Cristal del Retiro sobre su obra, de gran éxito, por no hablar de la del Guggenheim de Bilbao.

Salvaje, delicado, barroco, dueño de las formas, el garabato de Twombly persiste y fascina, y se exhibe, tanto en los museos de arte clásico como en los de arte contemporáneo. No hay mejor homenaje a sus años de independencia y coraje que ese reconocimiento, Reconocimiento que, como buen caballero de Virginia, gozó en su fuero íntimo.

4 Comments
  1. Jonatan says

    Pues a mí me deja más frío que un invierno en Reikiavik.

  2. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    ¡Memorable su muestra en el Museo del Prado!
    La contemplé varios días, bastantes he de decir, (así como de forma apasionada la comentamos un grupo de «Amigos del Reina Sofía», en nuestra particular ‘sala de los amigos’ en el mismo), en las cintas de seguridad del Prado debo aparecer diez o doce o, quizá algún día más. Ahí están.
    ¡Su expresionismo dejó un huella!
    En la distancia, con Esteban Vicente, un español muy vinculado a esa disciplina orientativa, Cy Twombly nos transmitió a través de sus obras lo más llamativo del Expresionismo Abstracto: la abstracción.abstracta.figurativa, lo llamaría yo.

  3. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    ¡Memorable su muestra en el Museo del Prado!
    La contemplé varios días, bastantes he de decir, (así como de forma apasionada la comentamos un grupo de «Amigos del Reina Sofía», en nuestra particular ‘sala de los amigos’ en el mismo), en las cintas de seguridad del Prado debo aparecer diez o doce o, quizá algún día más. Ahí están.
    ¡Su expresionismo dejó un huella!
    En la distancia, con Esteban Vicente, un español muy vinculado a esa disciplina orientativa, Cy Twombly nos transmitió a través de sus obras lo más llamativo del Expresionismo Abstracto: la expresión.abstracta.figurativa, lo llamaría yo.

  4. Villalba Vitaldent says

    Qué tal amigos, muy bueno sin lugar a dudas Es un buen trabajo

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