Vuelve a triunfar Dionisio, pierde (por ahora) Amy

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Jose García Pastor *

Amy Winehouse, durante el Eurockéennes de Belfort (Francia) celebrado en 2007. / Rama (Wikimedia Commons)

Mucho hubiera sorprendido a Nietzsche constatar que su contraposición del impulso artístico apolíneo (lo racional, lo claro, el orden) al dionisiaco (el caos, el éxtasis, lo informe) sirviera aparentemente para describir con precisión la música popular surgida desde los años sesenta del siglo XX. Podría sostenerse que el rock, el soul y el mismísimo rap han supuesto el triunfo de lo segundo sobre lo primero o, hilando más fino, que, a la manera de la tragedia griega, en el corazón de los sucesivos estilos musicales han convivido ambas modalidades, más acentuadas en unos artistas que en otros. Siguiendo un tópico que habría que revisar algún día, cabría afirmar que los Beatles (amables, experimentales con sonrisa, luminosos en su blandura) eran esencialmente delegados de Apolo, mientras que los Rolling Stones (diabólicos, gamberros, explotadores de las raíces bluesera más oscura) sólo respondían, y no dejan de responder, a Dionisio. Al margen de tales simplificaciones, el presunto ámbito del dios de la ebriedad cuadra a la perfección con la trayectoria de la malograda Amy Winehouse (el apellido parece profético), sacerdotisa suprema del culto al exceso.

Exceso en el sentido más evidente, el biográfico, empezando precisamente por el fin, esa muerte prematura que garantiza a Amy el acceso al dudosamente selecto club de los 27, aquellos músicos y cantantes fallecidos antes de cumplir los 28 años, desde uno de los fundadores de los Stones (Brian Jones) hasta Kurt Cobain pasando por otros tres casos ilustres como son Jimi Hendrix, Jim Morrison y Janis Joplin, hasta ahora la mujer más destacada del grupete. No es que las sobredosis, los accidentes o el suicidio sean en sí indicios de filiación a una manera exagerada o infernal de entender la música y el arte, pero sí parece que perder la vida a una edad relativamente joven, sumado a una vida más o menos desordenada e insensata, apunta a esa veta tenebrosa de la que tanto se nutren las músicas populares de los últimos años.

Visión tan satánica e inquietante contrasta con la música de Winehouse escuchada sin la muleta de los conocimientos biográficos. Su breve producción (para resumir, dos discos de larga duración) es resultado de una orientación sabiamente conservadora que la llevó (y con ella, supongo, a sus productores) a resucitar y actualizar en la primera década del siglo XXI un género vetusto como el del soul y los grupos femeninos de cuarenta años atrás (las Shangri-Las y las Ronettes, entre otros). No cabe duda de que su carácter arrollador imprimía a esta tendencia regresiva (y consigno este adjetivo sin asomo de reproche o menosprecio) un espíritu arrollador y, en el contexto de una sociedad que se había olvidado de la música de anteayer, fresco. La letra de su mayor éxito, Rehab [en el vídeo], es todo un alegato autobiográfico de un descaro inconcebible en las canciones de los intérpretes de su linaje, confesión burlona a la vez que homenaje a sus fuentes de inspiración (patente en los versos There’s nothing you can teach me/That I can’t learn from Mr Hathaway”, donde se eleva a la condición de maestro a Donny Edward Hathaway, estrella no muy conocida del soul que murió a los 33 años en un halo de maldistismo semejante al de su seguidora). Esa imagen de la mujer fatal torturada en la que con tanta frecuencia se arropó Amy no viene de la nada, pero sí que adquiere inflexiones modernas en su peculiar dicción, como también da la sensación de que los peinados y vestimentas de corte retro toman un sesgo contemporáneo inesperado cuando se les añaden piercings y tatuajes.

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Lo cierto es que la personalidad de Winehouse no permite de momento separar vida y obra para hacer una valoración segura de lo que esta chica británica ha aportado al mundo de la música popular. Se trata de uno de esos personajes tan auténticos como desmesurados e irreales, adorados por un público al que le gustan las emociones fuertes en forma de titulares del periódico y denostados por caerse una y otra vez de un pedestal al que se habían encaramado con asombrosa facilidad. Las últimas noticias que se tenían de ella (problemas con el alcohol, ingresos en clínicas de rehabilitación, fracasos en conciertos donde se olvidaba hasta de las letras de sus canciones) anteponían la cantante y su personaje, suponiendo que fueran una misma cosa, a su producción artística. Quizá haya llegado el momento de hacer balance y separar con mesura las luces y tinieblas de su música. Dionisio se ha cobrado una víctima; corresponde al mundo determinar lo que de verdad ha perdido o ganado con la desaparición de un alma maltratada por los hados, tal vez por sí misma.

(*) José García Pastor es escritor y traductor.
1 Comment
  1. Mara9 says

    Qué pena. A lo mejor sí que es verdad que deberíamos hacer balance de por qué veneramos a los que se autodestruyen. ¿Rock y circo?

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