Ofelia de Pablo
Es media tarde en la estación de Santa Lucía –en el corazón de Venecia- y la luz que se filtra por las cristaleras ilumina un tren de azul y oro que dormita su siesta de siglos tendido con mimo sobre los raíles. Están acicalando sus doradas letras, repartiendo flores y dulces por sus compartimentos mientras él se prepara para transportar una vez más su magia por Europa. Sus paredes de hermosa caoba esconden inconfesables secretos de reyes, amantes y espías. Sus compartimentos han acunado el sueño de aristócratas y nobles desde hace más de cien años y sus vagones han sufrido las terribles inclemencias de las guerras. Creado como un sueño de glamour y magia en 1883 por Georges Nagelmackers, su espíritu se ha desparramado por miles de kilómetros a lo largo y ancho del Viejo Continente llevando la ilusión a todos los rincones. Hoy el gigante de hierro quiere contar una historia más, la de su viaje a Cracovia, un trayecto que por fin le lleva al Este después de las guerras.
Maletas de piel, elegantes sombrereras o vestidos de los últimos diseñadores se deslizan por el andén de la estación de la mano de elegantes maleteros uniformados. Todo está listo a bordo para comenzar la travesía en “la alfombra mágica del Venice-Orient- Simplon” -como le describió el corresponsal de The Times en su trayecto inaugural hace 125 años-
Mario, con sus elegantes guantes blancos y su bella sonrisa, hace una leve reverencia al invitarnos a subir a nuestro vagón. Él es parte del alma del tren, lleva más de 20 años como steward –algo así como un asistente- acompañando sueños por la vieja Europa. Su gorra, la chaqueta impecable y los brillantes botones completan el recibimiento al mundo de caoba y raíles que desfilará bajo nuestros pies.
Los estrechos pasillos invitan a transportarse por la atmósfera del tren. Las puertas, las ventanas, las cerraduras... todo emana secretos, cada vagón tiene su propia historia. En el coche cama 3425 tuvieron lugar de los encuentros amorosos del rey de Rumania, además de haber sufrido el asalto de los ladrones mientras cruzaba Yugoslavia cargado con los tesoros del rey. El 3309 -el más antiguo y decorado por René Prou- se quedó diez días atrapado por la nieve a casi 100 kilómetros de Estambul con todo su elegante pasaje que sobrevivió gracias a la hospitalidad de la aldea turca. Otros sufrieron las guerras más intensamente como el 3539 que fue requisado para el trasporte de tropas durante la segunda guerra mundial o su vecino que fue confiscado por los alemanes y utilizado como burdel. Otros fueron destruidos como el mítico 2419 donde Alemania se rindió en la Primera Guerra Mundial y que luego Hitler usó para la firma de la rendición francesa en 1940.
En la estación es ya la hora. El gigante azul se despereza y arranca lentamente dejando atrás la ciudad de los canales. Por la ventana comienzan a desdibujarse las casas, los palazzos, la laguna y el recuerdo de las góndolas pero ya nada importa. No hay prisa. El tiempo se ha detenido a bordo de Orient Express y este es nuestro mejor regalo para coleccionar horas entre su historia.