Un lugar llamado Temores

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Pascual García

Nadie me esperaba en ningún sitio y aquel era un lugar tan bueno como cualquier otro para pasar una temporada. La gasolinera estaba a dos kilómetros del pueblo, Temores, un secarral destartalado y apaleado por el viento que alguien debió levantar allí por alguna razón que no acabo de imaginar. Se busca chico para trabajar en la gasolinera y en la tienda. Lo cierto es que yo dejé de ser chico hace tiempo, pero aquel parecía un escenario perfecto para mí. ¿Quién me iba a encontrar allí? El complejo disponía de un pequeño motel y de una cafetería además de la gasolinera y de la tienda. La camarera era realmente hermosa y su mirada dura de telón de acero la hacía todavía más atractiva. Así que decidí aceptar el empleo: plena disponibilidad las veinticuatro horas del día de lunes a sábado, y los domingos, fiesta. Cama, comida y 990 euros al mes. No podía pedir más.

Mis presagios se confirmaron pronto y en un par de noches acabé compartiendo cuarto con Sara, la camarera, que tenía unas tetas como de porcelana y que llevaba en la mochila una historia tan pesada como la mía, o más. La dueña de todo aquello era una vieja usurera bien relacionada con el alcalde de Temores.

Los meses de invierno fueron previsibles y confortables. Muy poca gente paraba por la gasolinera y la cama de Sara siempre estaba caliente para mí. Las nubes de humo de los cigarrillos que fumaba en la barra, frente a la máquina del café, se parecían mucho a la felicidad. Y aquellos jerséis de lana y aquellos calcetines gordos, también… La otra noche descubrí que la vieja utiliza el almacén que hay detrás del motel para algo más que para guardar lavadoras destartaladas, hormigoneras y máquinas de coser antiguas. La otra noche, unos camiones grises, como el color de las tardes, descargaron allí a un puñado de desarrapados ilegales durante unas horas. Luego los volvieron a subir a los camiones y desaparecieron… Está claro que la Policía, tarde o temprano, acabará dando con este lugar, y eso no es bueno ni para Sara ni para mí. Así que hemos decidido matar a la maldita vieja y marcharnos con la pasta a algún lugar de la costa de Marruecos. La mataremos esta noche… Es lo mejor que podemos hacer. ¿No te parece?... Resulta curioso que, después de todo, una parte del maldito dinero regrese, tan sucio como llegó, al sitio de donde vino.

6 Comments
  1. antordonez says

    alma blanca y generosa gusta de escribir novela negra

  2. M. LUZ says

    ¿Es el inicio?
    Me gusta. Promete.

  3. gutierrez says

    la maldita vieja será sustituída por otra peor

  4. lopez says

    cuidado con Sara…..es una de las cabecillas del JMJ 2011

  5. isabel says

    no está mal……

  6. teresa says

    plas, plas, plas, plas

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