Hay vida y hay Nueva York más allá de Paul Auster

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Anna Grau

Imagen de 'Éramos unos niños', de Patti Smith (Lumen).

Si hiciéramos una encuesta probablemente comprobaríamos que Paul Auster (junto con Federico García Lorca) es el autor más determinante en la idea de Nueva York que tienen más personas en nuestro vecindario. ¿Quién no se ha puesto a callejear como un poseso Manhattan arriba, Manhattan abajo, para sentirse como un personaje de Auster, elegantemente perdido y a la vez muy atento a una intensa subtrama de casualidades? ¿No nos propone este autor un estado de ánimo urbano a medio camino entre lo exótico y lo increíblemente familiar?

Los lectores más aplicados sin duda no habrán pasado por alto a autores como Philip Roth y Don DeLillo, que también llevan años extendiendo la alargada sombra de su visión neoyorquina por todas las librerías del mundo. Pero por lo que sea, estadísticamente se impone la Nueva York austeriana, el vago País de Nunca Jamás donde todo adquiere un ligero aire onírico, y a la vez reconocible de inmediato por cualquier turista ilustrado nada más asomar la cabeza fuera del subway.

Nada más lejos de mi intención ni siquiera el mero intento de tumbar la leyenda de Paul Auster. Fui vecina suya en Brooklyn, donde me lo tropecé por la calle un par de veces (esos ojos como de nazi bueno perseguido, con los que te mira y se pregunta si le reconoces; esa mezcla de alivio y de casi enternecedor disgusto cuando tú finges que no), y lo entrevisté una vez y media. La última fue tras publicar Sunset Park (Anagrama), una novela que me reconcilió con él después de llevar cierto tiempo de morros, alejada por esa manía que el hombre tiene de arrancar muchas de sus novelas al galope pero acabarlas con un trotecillo desganado. Como impaciente por ponerse ya a escribir cualquier otra cosa.

Lo que sigue no es una refutación de Auster, sino un suma y sigue, una adición de posibilidades. Una lista de nombres a tener en cuenta para todo aquel que quiera empaparse de literatura ambientada en Nueva York y capaz de transmitir su sentimiento y su pulso.

Portada de 'Freedom', de Jonathan Franzen (Salamandra).

Quién quiera marcar todas las distancias posibles con Auster, que se zambulla con decisión en las muchicientas páginas de lo último de Jonathan Franzen: “Freedom”, titulada tal cual, “Libertad”, en España, donde la ha publicado Salamandra. Si Auster pinta leves y ágiles acuarelas de Nueva York, Franzen escribe al óleo, atreviéndose a entrar en tal detalle decimonónico que al final una hasta siente pudor; no es habitual hoy en día conocer tanto a los personajes de una historia. Si Tolstoi hubiese sido americano (y además hubiese tenido talento para la ironía), quizás habría sido Franzen. Por momentos no parece descabellado pensar en “Freedom” como en una Ana Karenina made in USA.

Esta novela recorre los años cruciales de la Administración Bush y su impacto en las últimas crisis de conciencia de Estados Unidos. La narración no sucede particularmente en Nueva York, pero la ciudad tiene una presencia tan relevante como capciosa, y lo mejor de todo es que aparece vista bajo un ángulo que a muchos lectores españoles les sorprenderá. Pues no están acostumbrados a ver al típico progre-demócrata-pijo-artista neoyorquino bajo la lupa del desdén, no del Tea Party, sino de una mente más seriamente y más exigentemente progresista. Emerge así la paradoja de uno de los secretos mejor guardados de NYC, y es que el oasis divino, cool y guay de las películas de Woody Allen (en la que prácticamente no salen nunca negros, como me recuerda mi querido amigo y co-bloguero Juan Manuel Martínez) constituye en el fondo una especie de diminuto pueblecito de Astérix sitiado por…la realidad.

Si tras el mazazo de Franzen uno quiere reconciliarse con su querida Nueva York de siempre, la de la magia inmortal, que se salga del carril de la literatura estricta para entrar en la paraliteratura. Por llamar de alguna manera a Just Kids (“Éramos unos Niños”, en Lumen), el libro autobiográfico de Patti Smith donde esta cuenta su arribo al universo neoyorquino setentero y sus bizarros amores de juventud con Robert Mapplethorpe. No es una novela pero lo parece más que muchas que sí lo son; por el magnífico talento con el que está escrita, y por la lacerante, lírica nostalgia que desgrana hacia una ciudad que ya no existe, según la misma autora. “Nueva York ya no es lo que era, os la han robado, ¡huid de aquí!”, oí gritar en directo a la Gran Patti, con esa voz suya que lleva tantos años camuflando al pedazo de escritora que es debajo de una cantante.

Patti Smith lanzó esta terrible arenga en presencia del siguiente autor de nuestra lista, hasta hace poco otro ilustre vecino de Brooklyn, como Paul Auster, aunque recientemente se ha mudado a California, el muy cochino. Hablamos de Jonathan Lethem. Su Motherless Brooklyn (“Huérfanos de Brooklyn”, Mondadori), mezcla de crónica negra, cómic en la sombra y relato de Dickens, acelera la mente y para el corazón. Así de claro. Por potencia dramática y por edad debería ser el post-Auster, el disparador de la flecha del futuro, el nuevo cronista de nuestra ciudad del alma. Ya hasta se aventura fuera de los muros de Brooklyn, trasladando sus artes a Manhattan con Chronic City (“La ciudad crónica”, también en Mondadori).

'Vaclay y Lena', de Haley Tanner (Lumen)

Pero  algo tendrá el agua cuando la bendicen y algo tendrá Brooklyn cuando de allí salen o allí recalan las plumas más sabias del momento. También ha asomado por ahí la jovencísima Haley Tanner, autora de “Václav y Lena”, otra recién llegada a las librerías españolas (asimismo en Lumen). Es una fascinante historia de amor y de magia cuyo resplandor queda a medio camino entre el libro para niños y la narración para adultos. Sin que eso signifique edulcorar ni un ápice la cruda realidad que circunda y persigue a los personajes desde la zona rusa de Coney Island hasta los brownstones de Park Slope.

Brooklyn es también el escenario, además del desnudo título, de una inolvidable novela de Colm Tóibín, el magistral irlandés que alcanzó renombre con The Master, una biografía novelada de Henry James. Y que aquí se vale de una lectura casi maligna de Jane Austen y de una profusa investigación de cómo era la vida brooklynita en los años 50 para retratar el drama de la inmigración. Engancha mucho y es muy recomendable, y más sabiendo que Tóibín vivió meses enteros, casi años, en el Village, cargándose de razones y de corazonadas para escribir esto. Que sucede en un antiguo barrio mío.

Al mismo barrio (Cobble Hill), a dos o tres esquinas de donde yo vivía (y de donde aún vive la cantante Norah Jones), acaba de mudarse por cierto el británico Martin Amis, quien también inmortalizó hace años la histeria del Nueva York pre-11-S en Money (“Dinero”, Anagrama), y que probablemente reincida tras comprarse casa en la ciudad por valor de 2,5 millones de dólares. Después de una inversión así, no creo que su próxima novela transcurra en Madagascar.

En definitiva hace rato que algunas de las páginas más interesantes que se escriben de y en Nueva York brotan de plumas extranjeras. Por ejemplo la de otro irlandés, Colum McCann, autor de Let the Great World Spin (“Que el Vasto Mundo Siga Girando”, RBA), acolmenado retrato de Manhattan a partir de la aventura de Philippe Petit, el funambulista francés que el 7 de agosto de 1974 cruzó caminando sobre un cable de equilibrios el vacío entre las Torres Gemelas. Los atentados de unos cuantos años después planean sobre la narración y en especial sobre el ánimo y la perspectiva del lector, pero sin llegar a manifestarse abiertamente nunca.

Que de cierta sutileza, entre otras cosas, va esto de la literatura urbana.

 

2 Comments
  1. celine says

    Qué estimulante incitación a leer, Grau. Gracias.

  2. Kiran says

    «Did you see that?»»What?»»Across the yard.»»Just now? No.»»There was a light.»»Headlights, probably.»»Letters. Drawn out in the air, like you do with your foot in the dirt.»»There’s no one there to draw leettrs. Wait. In light?»»Like they were from a blow stick. Or something.»»Two leettrs then they were gone.»»Magic leettrs.»»Wait. Did you say. . . Say that again? Did you say ‘magic leettrs.'»»You tell me. No one’s there. Letters in light appear. You tell me what that is.»»Could be space aliens.» «Since when is magic light neon?»»It’s magic. Since when was it one thing or another anyway?»»I’m going over there.»The believer pulled a beer out of the melted ice in the cooler and crossed the yard to the tree where the light had been. His head tilted back and there was a glow. Two leettrs appeared. Not leettrs, numbers?They lit the skeptic’s inner eyelids. He opened his eyes and the believer had vanished. His beer can lay on the grass pumping its insides onto the grass.

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