A vueltas con la cuestión judía

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Elvira Huelbes

Portada de la obra de Roudinescu. / anagrama-ed.es

Se propone la autora de este libro, historiadora y psicoanalista francesa, responder a la pregunta de quién es antisemita y quién no, recurriendo a la literatura crítica e histórica francesa sobre la identidad de los judíos. Estudiar y comentar desapasionadamente esos textos para desterrar del debate intelectual las insensateces y los insultos que están a la orden del día. Una empresa ambiciosa.

Parte Elisabeth Roudinesco de que el laicismo de las instituciones francesas hizo creer al mundo que las amargas acusaciones contra los judíos en otras partes no iban a darse en suelo francés. Sin embargo, admite que las primeras tesis antisemitas surgieron en Francia hacia 1850, tesis que ella considera han sido el “motor de una revolución de la conciencia judía”. Claramente: si se meten contigo porque eres de un grupo determinado, acabas desarrollando un radical sentido de grupo.

Diez años más tarde, en 1860, el adjetivo “antisemita” lo usó por vez primera un eminente judío orientalista de Bohemia, Moritz Steinschneider, del que confieso no haber oído nada jamás. Con ese epíteto, quiso referirse al prejuicio que se iba extendiendo contra los hijos de Sem, que, entre otras lindezas insistía en las taras culturales y raciales que padecían estos pueblos.

Sólo hay que recordar las historias, extendidas en todos los países, de judíos que robaban niños –cristianos, claro- para torturarlos y despedazarlos, desde tiempos inmemoriales. Los toledanos viejunos saben que en una pared del claustro de la catedral había una pintura mural que representaba una de esas terribles leyendas antijudías. Creo que ya se ha encalado para aliviar bochornos. También caben en el acerbo popular de algunas partes de España refranes tipo: “Mecachis en los judíos de Frómista” y cosas por el estilo, de modo que los malos modos no se limitaban a Francia, como se puede imaginar.

Bien, a lo que íbamos. ER distingue, en la primera parte del libro, Nuestros primeros padres, entre el antijudaísmo oscuro y tenebroso de la edad media y el antijudaísmo ilustrado, ya que no se trata de meter a los antisemitas en el mismo saco porque hasta para ser anti hay clases. Me gusta su argumentario –como dicen los políticos- y desde luego está magníficamente documentado. No en vano, ER confiesa haber heredado de su padre, Alexandre Roudinesco, una completísima biblioteca sobre el antisemitismo, asunto sobre el que él mismo había escrito.

El libro sitúa y analiza el nacimiento en Viena del sionismo, concebido por Theodor Herzl y Max Nordau y también el conflicto sobre la legitimidad encarnado en la discusión entre Freud y Jung, en aquella Viena infame y genial, que tan bien describiera hace años el periodista Riedl Joachin, en un libro que publicó Anaya cuando estaba en manos del no menos genial Mario Muchnik.

Páginas centrales se ocupan del negacionismo, la presunta invención de Auschwitz por los propios judíos, a que el mismo Noam Chomsky llegó a prestar oídos, según la crítica visión de ER del trabajo del lingüista norteamericano.

¿Por qué traigo este libro al blog en pleno agosto, cuando todo el mundo preferiría leer cosas menos enjundiosas? Pues porque precisamente en agosto, se tiene más tiempo para leer de corrido y sin que te distraigan otras obligaciones; también porque supone una historia y análisis de la cuestión judía que no olvida el título del mismo nombre de Karl Marx y de la extensa bibliografía mucho más que interesante y sorprendente que sobre este tema se ha escrito.

Se le nota a la autora cierta predilección por la Ilustración, cuando menciona una frase de Montesquieu, referida a la convicción de éste en que debe prevalecer la igualdad entre los seres humanos, sin particularismos sexuales, religiosos o raciales. Es una frase tan actual, que no me resisto a reproducirla aquí para usted, paciente lector: “Si supiera de algo que me fuera útil a mí pero fuese perjudicial para mi familia, lo alejaría de mi espíritu. Si supiera de algo que fuera útil para mi familia pero que no lo fuera para mi patria, procuraría olvidarlo. Si supiera algo que fuera útil para mi patria pero fuese perjudicial para Europa, o que fuera útil para Europa pero perjudicial para el género humano, lo tendría por un crimen”.

A saber qué cara se le pondría a Monty con las fechorías de los Lehman y las ocurrencias de los Bildus y compañía.

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