Ofelia de Pablo
El abrazo cálido de la música de Cole Porter llena la noche ascendiendo por cada piedra, cada callejón y cada historia de la amuralla ciudad del Adriático. Nada hay como pasear al caer la tarde, cuando ya solo quedan los lugareños, algún turista despistado y los músicos callejeros que arrullan con sus notas los amores nocturnos.
Y es que durante el día la elegante Dubrovnik encintada dentro de sus altas murallas es un hervidero humano. Turistas del mundo entero han descubierto este pequeño tesoro que se erige desafiante frente al mar antes de seguir su curso hacia las islas de la bella costa Dálmata. Tal vez leyeron las palabras de Winston Churchill cuando advirtió que si alguien buscaba el paraíso en la tierra éste era su sitio. Y como él cientos de aristócratas y famosos lo siguieron al pie de la letra, así entre sus blancas murallas pasearon figuras como Onasis, los Astor o Truman Capote. Hoy se ha convertido en un destino con glamour y es sencillo encontrar caras conocidas como Jack Nicholson o Jeremy Irons disfrutando de la brisa en alguno de los clubs más de moda de la costa.
Entre sus muros se esconden tesoros monumentales como los Palacios de Sponza y del Rector o el Monasterio de los Dominicos, sin olvidar la catedral y su pequeño museo o el fuerte de San John, pero sin duda una de las mejores atracciones es subir a las almenas y deleitarse paseando por sus 5 kilómetros a una altura de vértigo –en algunos lugares alcanza los 25 metros- contemplando bajo nuestros pies los tejados rojos y las estrechas callejuelas donde habita la ropa tendida. Esta improvisada atalaya delata la herida sufrida por la ciudad en 1991 cuando fue destruida en gran parte por la guerra con Serbia. Un cruel episodio que se ha procurado reconstruir con mimo para darle si cabe más esplendor a la ciudad del que ya tenía.
La noche es el mejor momento para descubrir sus secretos. Los turistas desparecen con el sol y es entonces cuando los croatas hacen suya de nuevo la ciudad que un día conquistaron bizantinos y venecianos dejando una hermosa arquitectura. Ellas caminan elegantes, escotadas y desafiando al empedrado secular con unos tacones de vértigo desfilando del brazo de ellos: morenos, altos, sonrisa fácil y calidez en el rostro. Parejas de cuento de hadas entre torres monumentales como la de Orlando o palacios como el de Sponza. No van a una boda, no es una cena oficial, es su forma de despedir un día cualquiera de la mejor de las maneras: una buena cena en un local de moda y una copa a ritmo de un buen dj, eso sí sin perder la elegancia. Para despedir al sol hay que ir a Buza, uno de los mejores rincones del mundo –sin exagerar- para tomarse una cerveza croata frente al mar en un improvisado bar que Antonio monta en unas terrazas calcáreas al pie de las murallas. Unas pocas sillas y mesas a las que se accede por un pequeño agujero dejado por un cañonazo en la fortificación, un recorrido algo laberíntico que termina con el grandioso espectáculo del atardecer adriático.