El pensador Zygmunt Bauman, creador del concepto de “modernidad líquida”, ha dicho en la ciudad polaca de Wroclaw, que el futuro de Europa depende de la cultura. Bauman ha coincidido con otros agentes culturales en una discusión propiciada por la presidencia de turno de Polonia en la Unión Europea.
El encuentro cultural acabó en fecha muy conmemorada, el 11S, lo que pudiera no ser tan casual como parece. Las evocaciones de aquel día fatídico que hemos leído , oído y visto en los medios de comunicación se han empeñado en recordarnos a todos lo vulnerables que somos y la necesidad que tiene el mundo occidental de protegerse de las amenazas que le atenazan; del miedo, más bien. De modo que parecía un anuncio de seguratas globalizados, como si todas las compañías de seguridad se hubieran unido para dar esa consigna al mundo.
Al mundo civilizado –digamos-, el desarrollado, porque el Tercer Mundo no tiene esas preocupaciones, precisamente, ocupado como está en la batalla por sobrevivir: comer cada día algo minimamente nutritivo y curar las enfermedades que la miseria provoca.
Pero, seamos realistas, lo que a nosotros nos preocupa es el mundo occidental, el desarrollado, en el que estamos, y más todavía: Europa. Porque si Barack Obama ha estado dando el tipo hasta ahora, guardando las formas, esas elegantes y serias formas suyas, en el viejo continente las cosas presentan una cara menos favorecida. Entre la timorata Frau Merkel y el pícaro francés de origen húngaro, con nombre de sonoridad algo lúgubre, Sarko, la vieja Europa no parece estar en buenas manos.
Pero estábamos en el 11S y sus secuelas. Ya se sabe que la secuela, por excelencia, es la de la seguridad: mucho se ha escrito sobre la pérdida de derechos y libertades en los EEUU a causa del atentado (Los derechos del pueblo: cómo nuestra búsqueda de seguridad invade nuestras libertades, de David K. Shipler. Ed. Alfred Knopf, NY). Esta obsesión por la seguridad ha invadido a Europa, embobada como se encuentra mirando a los Estados Unidos, como líder, y olvidando que ella misma debe ser líder, con la solidez de la herencia cultural que le sirve de base.
Para Bauman, Europa se encuentra empeñada en sellar sus puertas “al tiempo que hace poco o nada por reparar la situación que le ha inducido a cerrarlas”.
En otro debate de papel propiciado por El Cultural, Félix de Azúa decía algo que me parece digno de reflexión y discusión pública, lo que suscribo y dejo a los currantes del 15M: “La crisis de la democracia no es consecuencia del terrorismo islámico. Es nuestra inseguridad lo que da fuerza a los islamistas y a los nacionalistas”. Inseguridad es lo que destilan los ojos de los dirigentes europeos, de ahí que nadie sea capaz de mencionar un nombre público de confianza.
Claro que los yihadistas no son la causa de los males de la democracia. Ni los vagos y maleantes que se apuntan al 15M para pasar el rato. Las causas de estos males ya las produjeron las políticas neoliberales de Ronald Reagan y Margaret Thatcher –dice Bauman, y le creo- que dieron un auténtico golpe de estado para cargarse lo público y lo social, la política se dejó comer la moral por las finanzas y por el mercado, y sus fuerzas, antes equiparables, se alteraron, perdiendo la política frente a los ventajistas. Los nefastos años 80 de los que habló Tony Judt en su testamento, Algo va mal, del que ya se ocupó cuartopoder, en su día, que se vieron coronados con la desaparición del bloque el Este, en 1989.
No lloro por la caída del muro de Berlin, entiéndanme, pero sí recuerdo unas palabras que me dijo el escritor brasileño Jorge Amado, cuando le entrevistaba para la radio. Según él, lo más preocupante de la situación creada no era el fracaso del socialismo –que también, pero éste se había producido mucho antes, gracias a personajes como Josip Stalin- sino el triunfo ideológico del capitalismo salvaje. A más de veinte años vista, y visto lo que estamos viendo, ¿quién puede negarle la razón?
Y a esta circunstancia se viene a añadir la tecnología que nos facilita y complica la vida a la vez. Nos hace creer que estamos en el mejor de los mundos posibles pero también “liquida” nuestra percepción de la realidad, al mandar al cubo de la basura tan rápidamente, por obsoleto, el trasto que antesdeayer parecía imprescindible. Una vez es el PC lo que va a la basura, otra, el amor de Fulanita, o el puesto de trabajo. Y así.
Bauman se plantea, por eso, la esperanza de que la cultura por la que sobrevive Europa, que ha sido su razón de ser a lo largo de su larga historia, sea la fuerza que nos haga resistir, ante la incapacidad de los gobiernos –demasiado pequeños para controlar a los mercados y demasiado mezquinos como para unirse en la batalla- de buscar el camino de salida del túnel. Lástima que El País no haya considerado oportuna la publicación del discurso de Bauman en el encuentro de Wroclaw, Cultura en el líquido mundo moderno, que quizás habría aportado más luz al asunto.
Mencioné antes una opinión de Azúa que sugería que la inseguridad de los demócratas europeos, de todos nosotros, daba alas a islamistas y nacionalistas. Para completar el círculo y no dejar fuera ese detalle -considerando que los dirigentes nacionalistas catalanes han calentado bien las bocas de sus súbditos en la Diada del 11S con la llamada a burlarse del Poder Judicial- remitiré también al sociólogo polaco quien se plantea los cambios producidos en la noción de identidad –caballo de batalla nacionalista- en el mundo líquido que habitamos, que se ha vuelto ambigua y hasta contradictoria. Si antes la identidad unía ahora divide; si antes era signo de emancipación ahora lo es de opresión. Interesante.
Zygmunt Bauman pidió a los asistentes a este acto que dejaran de ver la tele durante esos cuatro días para no contagiarse del pesimismo. Es una propuesta nada desdeñable. Es un comienzo para actuar como ciudadanos éticamente responsables, luego sigue lo de abandonar los hábitos consumistas, leer textos edificantes y prestar más atención a los que nos rodean. Pero, acabo aquí, antes de que esto suene a consignas desviadas. Yo creo que ustedes ya me entienden.