Christopher Hitchens, el niño malo del periodismo

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Cubierta de 'Hitch-22', el libro de Memorias de Christopher Hitchens.

Es curioso saber de los escasos comentarios que la publicación este verano de las memorias de Christopher Hitchens han suscitado entre nosotros, lo que muestra, de nuevo, cierta desidia o, lo que es peor, cierto desconocimiento de las figuras y las cuestiones candentes que mueven hoy día el universo de la comunicación. Hitch 22, que ha publicado entre nosotros Debate, es, de entrada, un libro escrito para provocar cierta complacencia en la memoria de uno de los enfants terribles del periodismo anglosajón de los últimos años. De ahí el remedo en el título, en realidad un bello homenaje que Hitchens se hace a sí mismo, con aquella terrible y magnífica novela, Catch 22, de Joseph Heller, que se  convirtió en una suerte de símbolo de los movimientos antibelicistas de los años sesenta. Pero a Hithchens lo del antibelicismo le trae sin cuidado, más bien todo lo contrario: el homenaje nada velado a la novela de Heller se dirige más a la  crítica sin tapujos de la burocracia y, sobre todo, a dar cuenta de las situaciones absurdas a que nos conducen los líderes políticos de nuestras sociedades occidentales, amén de defender sin tapujos los distintos puntos de vista que hay que arrostrar cuando se quiere informar de cualquier suceso o , sencillamente, opinar sin ser un mojigato, son palabras certeras de Evelyn Waugh, es decir, sin partir de los propios prejuicios, sino teniendo en cuenta las opiniones, o prejuicios, del otro. El relativismo existencial, casi metafísico, del punto de vista de la novela de Heller se ve aquí capidisminuido por una adopción de los distintos enfoques a que toda noticia debe someterse, algo que remite a cualquier manual de periodismo elemental y que, sin embargo, nos habla de la profunda coherencia de nuestro autor, pues no hay que olvidar que, fustigador de cualquier tipo de religión, no solamente de las monoteístas, ha hecho de la libertad individual su particular batalla contra todo tipo de imposición intelectual. En Hitch 22 nuestro hombre juega con la idea de la libertad de conciencia ante cualquier tipo de poder, y no solamente nos lo dice sino que nos lo ilustra con anécdotas vividas por él. En este sentido el libro es una muestra cabal de lo mejor del género, algo en que los anglosajones mantienen una excelencia probada desde hace siglos.

Hitchens es inglés, de Portsmouth, y estudió Filosofía y Ciencias Políticas y Económicas en Balliol College, Oxford, pero ha desarrollado casi toda su labor profesional en Estados Unidos, hace muchos años que se trasladó a Washington, donde actualmente vive y donde ha realizado gran parte de su labor profesional. En el libro no escatima recuerdos a su infancia en el Reino Unido, es emotiva la historia que nos cuenta de su madre, una historia dramática, de especial interés el retrato que hace del Oxford de ribetes revolucionarios de finales de los años sesenta y del ambiente de la izquierda en aquellos años en Inglaterra, el espíritu combativo contra la guerra del Vietnam y la ilusión con la que se vivieron después los acontecimientos de Portugal y España hacia una transición democrática. Pero anécdotas históricas aparte, hay que reconocer que cuando uno adopta en sus memorias el aire hegeliano de la historia todos los recuerdos de sus coetáneos se parecen como gotas de agua,  lo que interesa de este libro es la armazón intelectual de que está hecho Hitchens, una armazón que recuerda por su apasionamiento las figuras de los viejos ilustrados, una mezcla de la acidez de Voltaire con la actitud de no ceder un paso que suponemos en un personaje anterior como John Milton. Lo que quiero decir es que en el libro hallamos pasión por las cosas que acaecen en el mundo y, sobre todo, por la actitud de feroz independencia de que hace gala su autor. Hitchens, que ha publicado en los más prestigiosos diarios y revistas anglosajonas, desde The New York Review of Books, The Times Literary Supplement, The Nation, donde colaboró durante veinte años, desde sus páginas fustigó la politica de Reagan y de Bush padre, criticando la entada en la primera guerra del golfo,  y que abandonó en 2003 por causa de un desacuerdo editorial, en fin, Slate, adquirió fama mundial cuando en su libro Juicio a Kissinger, abogó para que se acusara al político norteamericano de crímenes contra la humanidad o, luego, cuando se puso del lado de los que quisieron invadir Afganistán e Irak, habiendo supuesto para él una quiebra emocional los sucesos del 11 de septiembre de 2001. Esta independencia la ha llevado a un extremo curioso en su cruzada contra la religión, Dios no es bueno y Dios no existe son sus dos libros más famosos, en contra de lo que considera, como buen ilustrado de otras épocas, una superstición, e incluye ahí religiones como el budismo y el hinduismo, hay ahí reflexiones de sutil calado como cuando crítica a los judíos por no haberse impregnado de la filosofía griega en su momento y haberse sometido a las directrices de los Macabeos ultraortodoxos, pero donde Hitchens logró polémica, y hasta escándalo, fue el escrito que dirigió contra la Madre Teresa de Calcuta en La postura del misionero: la Madre Teresa en la teoría y en la práctica, donde acusa a la misionera de tener una visión más encauzada hacia los mass media que a otra cosa y donde crítica también “La casa de los moribundos” de Calcuta. Una bomba mediática en el corazón de un mito mediático de nuestro tiempo.

Todo ello está de nuevo contado en este libro, con menos espíritu polémico, pero con igual apasionamiento. Aquí destacan las amistades de uno y otro lado del Atlántico, los escritores Martin Amis, Ian McEwan o James Fenton, su trato con los grandes de este mundo, pero sobre todo sus amores, sus equivocaciones, sus triunfos, sus deseos, cumplidos y sin cumplir, y todo ello contado con gracia, humor, inteligencia y sutil honradez. Es el retrato de un polemista de nuestro tipo como hay pocos, pero también, de manera sesgada, un repaso por los ideales y frustraciones de una generación, la suya, que vivió el paso de la creencia en una revolución sin fisuras a tomas de posición incluso conservadoras para un mundo como el de hoy que es profundamente conservador, y eso a pesar de la cita de Karl Marx al final del libro cuando reivindica la autocrítica constante de uno mismo y la defensa de la ciencia y la razón como algo inherente a nuestro tiempo.

Y si a algún europeo todo esto le suena a música positivista decimonónica, habría que recordarle que Hitchens escribe y es leído sobre todo en los Estados Unidos. Sabe de lo que habla. Son los tiempos que nos ha tocado vivir.

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