Santos Trinidad, el maligno redentor

Enrique Urbizu tiene una facultad extraordinaria para crear personajes consistentes y tramas inquietantes. Al recordar sus películas surgen antes en la memoria sus protagonistas y sus fechorías que sus títulos. Y así antes veo a Resines encerrado en el banco y a Coronado buscando los papeles perdidos para ocultar la estafa inmobiliaria y el asesinato involuntario que recuerdo el nombre de La caja 507; o al mismo Coronado como hermano mayor con pasado oscuro y a Juan Sanz como el camionero con familia feliz que derrocha su vida en juegos de azar, antes que La vida mancha, esa pincelada intensamente triste de desolación urbana y afectiva.

Y seguro que dentro de unos años me será más fácil acordarme del hijo de puta de Santos Trinidad y de su mirada cansada y mala, de su desprecio por la vida y de su dureza de corazón que del nombre de No habrá paz para los malvados. Puesto que Urbizu y Coronado han conseguido crear un héroe perdedor inolvidablemente cabrón y malvado, un vaquero de ciudad que en vez de güisqui toma ron cola y que solo confía en su revolver del 44, pero en cuyo comportamiento perverso encontramos no obstante un poso de justificación por su misterioso pasado brillante, la villanía de sus oponentes y las consecuencias inopinadamente redentoras de alguno de sus actos.

El guión de Urbizu y Gaztambide, al que nada le falta ni nada es casualidad –cuando vean la película piensen en el nombre del protagonista-, sostiene con mano firme esta historia de intriga en la que un policía amargado y con pasado meritorio comete en una noche de borrachera “un error” sangriento. Queda un testigo incómodo y su búsqueda desesperada será la obsesión en los días consecuentes para localizarlo antes que la jueza que lleva el caso, un caso que se complica con tráfico de drogas y conspiraciones de terroristas islamistas de incierto final.

Tensión medida, agilidad narrativa, escasez de explicaciones dialogadas, esquematismo informativo y sobriedad para esta buena película española de cine negro que habría sido tan digna representante para optar a `los Oscar´ como Pan Negro; por cierto, otra gran película en tres tiempos: la vuelven a reponer por segunda vez con el impulso de su selección, la primera fue tras `los Goya´.

El único pero es que, como el interés del espectador se centra básicamente en las peripecias de Santos Trinidad en su frenética investigación, siempre un paso por delante de la oficial, la trama de la conspiración terrorista queda un poco diluida y sus avances provocan un cierto retraimiento en el seguimiento de la principal, a parte de un poco de confusión si no se está bien atento a los datos proporcionados en el guión.

Todo lo demás de No habrá paz para los malvados es buen cine de género en el sentido estricto y tanto la puesta en escena como la iluminación y el montaje están a su disposición de manera discreta y efectiva. La espléndida interpretación de Coronado se basa en la contención de gestos –él sí que lo ha conseguido, no Banderas en La piel que habito-, la dureza de su mirada y una buena caracterización; y los otros actores, tanto los protagonistas como los secundarios, aun los que menos presencia tienen, actúan de manera sobresaliente.

Y todavía hay quien dice el cine español está en crisis. Lo que hay en España son productores poco valientes y un público bastante mal acostumbrado. De lo mejor de este otoño incipiente.