Premio a la poesía en Estocolmo

3

Lo que más me gusta del poeta premiado con el Nobel de 2011 es la musicalidad de las palabras que usa, que hace que no importe que las diga en sueco, la música que compone y toca al piano, la voz que suena en las grabaciones –ya no es posible escucharle en directo, por culpa de la afasia que sufre-, leyendo sus propios poemas. Poeta sonoro y tranquilo, Tomás Tranströmer tiene un nombre que suena a Sturm und Drang, a trueno largo de tormenta de verano en aquel país que siempre nos figuramos de invierno: hielo, nieve y oscuridad. Y no le falta ese aire de romanticismo que envolvió a los poetas del movimiento literario alemán. Le ha dicho a otro poeta en un diario, que le proporciona una inmensa alegría cómo suenan las palabras.

Lo segundo que me gusta de este poeta sueco que ha esperado su tiempo con mucha paciencia -treinta años hace que no le cae el Nobel a un escritor sueco- es la costumbre que sigue, desde hace décadas, de quedarse en silencio, a solas, diez minutos al amanecer de su sueño – “en las primeras horas del día, la conciencia puede abarcar el mundo”- y otros diez antes de enfilarse al sueño siguiente. Diez minutos de silencio y de meditación, quizás debido al contagio del espíritu oriental de los haikus que le cautivaron en su juventud, allá en los años 50, cuando casi ni Borges sabía de haikus.

En español, sus poemas llevan aleteando entre nosotros desde los años 90, traducidos siempre en Hispanoamérica. La editorial Nórdica sacó el año pasado un libro cuidado y bello –como suelen- que se llama El cielo a medio hacer, que estarán encantados de ofrecer a todas las almas sensibles dispuestas a leerlo. Previo pago, claro.

Psicólogo de profesión, Tranströmer no se ha separado de la palabra poética desde su más temprana juventud, a pesar de que la providencial sensatez nórdica le condujo a la universidad para, llegado el momento, ser capaz de dar a su familia algo que llevarse a la boca, consciente de lo poco rentable que resulta lo de la poesía.

Han premiado a un poeta en Estocolmo que, a pesar de su apoplejía, toca el piano con la mano izquierda y escribe. Escribe como escribió, en los años 70, un libro, llamado Bálticos, cuya lectura hoy estremece por la descripción clara que hace de su enfermedad, veinte años antes de que se le viniera encima, en una rotunda clave profética.

Yo prefiero quedarme con los ecos que emanan de este poema, “Madrigal” en traducción de Omar Pérez Santiago. Hay que leerlo despacio, dejando silencio entre las palabras, respirando calmosamente para que exhalen el perfume de la naturaleza, una de las constantes del poeta; hagan un cestillo con las manos, de manera que la boca y el oído –cualquiera que elijan estará bien- queden conectados como si hubiera un altavoz, como cuando jugábamos a los teléfonos con dos vasos de plástico y un cordón que los unía por el fondo. Ahí va:

Heredé un bosque sombrío donde rara vez voy. Mas llegará un día en que los muertos y los vivos cambien de lugar. Entonces, el bosque se pondrá en movimiento. No estamos sin esperanzas. Los crímenes más difíciles continúan sin aclarar a pesar de los esfuerzos de muchos policías. Del mismo modo, hay en nuestra vida un gran amor sin aclarar. Heredé un bosque sombrío pero hoy yo camino en otro bosque, el luminoso. ¡Todas las criaturas que cantan, serpentean, mueven la cola y se arrastran! Es primavera y el aire es muy fuerte. Tengo un diploma de la universidad del olvido y estoy tan vacío como la camisa que cuelga del cordel.

3 Comments
  1. Eulalio says

    Gracias, Elvira, por recordarnos con tu sentida manera de escribir que la poesía también existe en este mundo endurecido. ¿Habrá alguna traducción con el español de España?
    Saludos

  2. FRANCISCO PLAZA PIERI says

    Mis mejores y mayores felicitaciones.
    Un fuerte aplauso.

  3. EH says

    Nórdica acaba de publicar una selección de poemas traducidos por Roberto Mascaró, Eulalio.

Leave A Reply