Un humanista llega a Bilbao

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Enrique González Corrales *

Sin duda, la exposición del verano ha sido la de Antonio López en el Museo Thyssen, que ahora se convertirá en la exposición del otoño en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. El pintor, dibujante y escultor -un humanista “como los del Renacimiento”, según el comisario de la muestra, Guillermo Solana-, atrajo en Madrid a más de 300.000 visitantes.

El artista de Tomelloso opina que una obra “se abandona, o se deja de lado, pero nunca se termina”. Esta visión inconclusa del proceso creativo hubiera sido objeto de controversia en el Bajo Renacimiento. Tintoretto fue criticado por el pintor y tratadista Giorgio Vasari, que calificó su obra de “extravagante”, porque se veían “los golpes de pincel”. Más tarde, en el último tercio del siglo XIX, las pinceladas de los pintores impresionistas fueron comparadas con “lengüetazos”, aplicados “sin orden y sin cuidado”.

Pero, ¿por qué estos pintores transgredían la “correcta práctica” de la pintura a ojos de sus contemporáneos más conservadores? En sus obras, la huella del artista era revelada a través de la pincelada. De modo que el cuadro dejaba de ser “una ventana a través de la cual se contempla el asunto que ha de ser pintado” -principio que regía la práctica pictórica occidental desde el siglo XV-, para convertirse en lo que el pintor simbolista Maurice Denis enunció en 1890: “Una superficie plana cubierta de colores en cierto orden”.

La producción de Antonio López se sitúa, precisamente, en la delgada línea que separa la representación tradicional del espacio y aquélla que subraya la dimensión más material. Su obra nos invita a adentrarnos en sus vistas urbanas gracias a la inclusión de miradores y de vertiginosas perspectivas, tal y como se puede observar en Madrid desde la torre de bomberos de Vallecas, expuesta en la primera parte de la muestra. Por otro lado, añadidos que le permiten representar espacios más amplios; líneas del horizonte repletas de agujeros que revelan el empleo de elementos punzantes que han fijado finas cuerdas y que a modo de regla le facilitan el trazado de las líneas de fuga de los edificios; repintes y anotaciones, o la inclusión de una reproducción de un filete crudo en el cuadro La cena, hacen patente el soporte sobre el que se ha trabajado y la consiguiente presencia de su autor a través de las huellas de su proceso creativo.

Estas pistas, que son obscenamente mostradas, pero que paradójicamente no producen extrañeza al ser contempladas, nos advierten de que sus obras son el resultado de un profundo proceso de reflexión, paciencia y esfuerzo: en su escultura Hombre y mujer empleó 26 años de forma discontinua, 20 en Madrid Sur y nueve en Madrid desde Capitán Haya, todas ellas presentes en la exhibición. Esta dilatación habría sacado de sus casillas a Vasari, que identificaba la rapidez de ejecución con la facilidad y, por lo tanto, con la buena calidad de lo creado. La lentitud, por el contrario, generaba un efecto de sequedad en el cuadro, que era visible, según el italiano, en los pintores del Quattrocento, que tanto admira Antonio López, y cuyo eco es perceptible en cuadros de la segunda parte de la exposición, como Niño con tirador.

Para ellos, el espacio recreado en sus obras existía “antes que el cuerpo allí trasladado, y, por ello, debía dibujarse antes”, como afirmaba en 1505 el humanista napolitano Pomponio Gáurico. El pintor manchego también pinta, en primer lugar, el escenario y pospone la representación de elementos dinámicos (transeúntes o coches), tanto que en muchas de sus obras expuestas en la muestra (La terraza de Lucio o La Gran Vía) son inexistentes.

Sin embargo, los ámbitos pintados por el de Tomelloso no son tan rígidos y acartonados, ya que son tamizados por el filtro de la captación de la luz y de la imprimación de un componente proscrito a los primitivos italianos: las emociones, especialmente ante aquello que les era familiar. En el caso de Antonio López éstas son generadas por su pueblo, su casa, su ciudad (siempre Madrid), su familia y sus amigos.

Las obras de Antonio López que podrán contemplar los bilbaínos resumen su trayectoria, desde sus años de estudiante de Bellas Artes en Madrid, en la primera mitad de la década de los 50, hasta este año, en que se ha erigido en el segundo artista español vivo más cotizado. A diferencia de Tintoretto, que se consagró, gracias a los románticos, como uno de los grandes representantes de la escuela veneciana renacentista, Antonio López atrae en vida a miles de espectadores a las salas en las que sus cuadros son expuestos. Los bilbaínos tienen ahora ocasión de disfrutar de su obra.

(*) Enrique González Corrales es historiador del arte.
4 Comments
  1. Tater says

    Lamenté no poder ve4 la exposición en Madrid aunque me hice con una entrada.En Bilbao también es gratis para los parados?

  2. Enrique says

    Espero que le sea útil el siguiente enlace:
    http://www.museobilbao.com/horarios-y-precios.php
    Reciba un cordial saludo,
    Enrique

  3. teregarc@gmail.com says

    Interesante articulo sobre A.Lopéz,se aprecia que conoces en profundidad al pintor y tienes una gran preparación en Historia del Arte
    Un gran exito aqui en Madrid la exposición y espero qu een Bilbao sea igual

  4. teresa says

    Muy interesante y original, la relación que hace el autor del artículo, sobre el proceso cretivo del pintor, con el modo de componer del Renacimiento, ubicando, de modo atemporal, la obra de A. López.
    !Enhorabuena!

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