Juan Benet, de nuevo

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Portada de 'Ensayos de incertidumbre'. / Lumen

Parecía que Juan Benet, uno de los escritores más importantes de la narrativa española de la segunda mitad del siglo pasado, estaba sufriendo ese obligado purgatorio a que parece someterse a ciertos grandes desde la fecha de su muerte, sin ir más lejos personajes como Bertolt Brecht, a pesar de que sus obras se siguen representando a menudo, han pasado de ser una referencia obligada en la literatura universal del siglo XX a un gran autor al que se quiere hacer de él una figura cada día más local. Desde 1993, cuando murió, Juan Benet no ha sido olvidado, y menos por ese grupo de lectores y escritores que le tenían como amigo y como referente de una manera rabiosamente independiente y, sobre todo, inteligente de enfrentarse al mundo y a la literatura, pero si es cierto que la supuesta influencia que podía haber ejercido se esfumó como el humo una vez muerto, y si bien es cierto que se editaron obras suyas, recopilaciones muy bien hechas, narraciones, ensayos, no lo es menos que había cierta dificultad en que el público, aun fuera selecto, pudiera confluir con su legado.

Recientemente, coincidiendo con la rentrée literaria, se han editado tres libros de Benet coincidiendo casi en el tiempo. Se trata de una obra literaria inédita, Variaciones sobre un tema romántico -un cuento con cinco variantes narrativas que conlleva la aplicación de estructuras musicales a la narrativa, nada nuevo, no olvidemos ciertas novelas de Anthony Burgess sin ir más lejos, pero sí en nuestro país que, que yo recuerde no se había intentado quizá de una manera tan explícita desde el ciclo de las novelas de Torquemada, de Benito Pérez Galdós-, Ensayos de incertidumbre, una muy buena selección de textos ensayísticos de Benet debido a Ignacio Echevarría, los dos libros publicados por Lumen, y Carmen Martín Gaite-Juan Benet. Correspondencia, que recoge casi en su totalidad las cartas que se dirigieron durante muchos años los dos escritores, buenos amigos, y que ha publicado Galaxia Gutenberg- Círculo de Lectores.

Si no adoleciéramos de ciertas cosas habría que figurarse que la aparición de estos tres libros, dos de ellos arropados por una obra de ficción, menor dentro de la producción benetiana, pero muy curiosa, gozosa de leer y que supone un modo distinto de afrontar el hecho literario, habrían dado como resultado cierto revuelo en el mundillo cultural, con algún que otro debate o algún que otro artículo reflejado en los medios de comunicación. El silencio ha sido casi absoluto, de cierta opacidad, me atrevería a calificarlo. Las causas pueden ser variadas pero me temo que, finalmente, puede remitirse a una: adocenamiento. Desde luego que el periódico en que Juan Benet escribió bastantes artículos se ha ocupado de ello, pero yo voy  a otra cosa: a esa falta de impulso intelectual que habría llevado a que una obra inédita de un narrador de renombre creara cierta expectación, para bien o para mal, que sus ensayos fueran, de nuevo, motivo de debate y ello por una razón obvia, muchos de los textos que Ignacio Echevarría ha seleccionado, mantienen una rara vigencia, sobre todo en lo que concierne al pensamiento oficial de nuestras instituciones culturales y esos textos podrían servir, como lo fueron en su momento, de revulsivo y de acicate.

Dije adocenamiento y creo que ese estado, mucho más terrible que la indiferencia, porque esta supone conocimiento, aun sea somero, parece ser una constante con que siempre se ha topado la obra de Benet. Las únicas posturas en que Juan Benet, cuando vivía, rebasaron el lugar asignado a unos cuantos happy few fueron escasas y tuvieron más que ver con cosas extemporáneas a él que algo emanado de su magín: la opinión que le merecía un escritor como Alexander Solzhenityn, bastante bestias, no hay que olvidar que Benet era un provocador nato con buenas razones para ello, en abierto contraste con las opiniones de un Bernat Pívot que me dijo en una conversación que tuvimos hace tres años que las personas que más le habían impresionado en todos los años en que había trabajado en Apostrophes, fueron Alexander Solzhenitsyn y Vladimir Nabokov, dos rusos que representaban el agua y el aceite, y, por supuesto, aquella campaña a favor de la entrada de España en la OTAN en que se ayudó al entonces joven Felipe González a normalizar un país con fama de anómalo.

Fuera de estas cuestiones las opiniones de Benet, a veces chocantes pero nunca tontas o gratuitas, no rebasaron nunca el ámbito de lo casi privado. Lo que no es malo. Antes al contrario. Pero a la vista de los ensayos recogidos por Echevarría, bien adjetivados con lo de incertidumbre porque en cierta manera los define a todos, habría que preguntarse la razón de que sus opiniones sobre James Joyce, sin ir más lejos, dejemos la andanada que dirige a Virginia Wolf porque me temo que aprovechó la cosa para provocar, o quizá no, nunca se sabrá: caigan en la negrura más absoluta cuando ilumina, creo que errado, un camino a la narrativa que muchos creían definitivamente cerrado por el autor de Ulises, o sus acertadas afirmaciones sobre la picaresca española y nuestra tradición literaria, o sus más que inteligentes aseveraciones sobre la importancia de el Quijote que se cuentan entre las defensas más inteligentes que se han hecho del legado de Cervantes, o las páginas sobre Joseph Conrad, por supuesto las que dedica a William Faulkner, su deudo en tantas cosas de los misterios de la literatura, o un ensayo extraño pero muy intenso sobre la tetralogía de José y sus hermanos, de Thomas Mann.

El acicate no ha sido lo nuestro y no quiero remitirme a los reproches noventayochistas que en su momento dirigieron aquellos jóvenes sobre la cultura de su tiempo, pero hay momentos, si con un ejercicio de imaginación borramos los colores chillones de la representación más obvia y escarbamos un poquito, en que aquellos años retratados en  Luces de bohemia se te vienen encima como una pesadilla recurrente, la pesadilla de la historia, pero no la del porvenir, sino la del pasado. Es loable que estos libros hayan salido en fechas de crónica electoral o de apocalipsis financieros diarios: nos hablan de que, como siempre, las cosas están en otro lado, en el lado de donde nunca se movieron. Los que  nos movimos fuimos nosotros. Quizá para siempre.

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