Tomás Segovia, el poeta asomado

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Foto de archivo, del noviembre de 2010, del escritor, poeta y ensayista hispano-mexicano Tomás Segovia. / J. Méndez (Efe)

Conocí a Tomás Segovia en Bilbao hace años, mediada la década de los ochenta, cuando le dimos el Premio Elle de Narrativa una serie de críticos y lectores de la revista entre los que nos encontrábamos Elvira Huelbes, Rafael Conte y yo. Fuímos Elvira y yo, en un viaje nocturno por tren un poco traqueteante, los que asistimos al evento representando a la revista en el Alonso de Ercilla. Recuerdo que el premio se le concedió por un libro en prosa, Personajes mirando una nube, un libro de relatos cortos, género que se le daba bien, como buen poeta, y se me ha quedado impreso en la memoria el cálido diálogo que mantuvo con muchos lectores, más bien lectoras, que a veces se dejaban llevar por lo emotivo. Fue una velada muy agradable y desde entonces le he frecuentado a lo largo de los años de una manera esporádica, fortuita, en una relación llena de azares, pero que me ha permitido saber de su confiada, pertinaz y compleja personalidad. Ahora, cuando uno se  ha enterado de la muerte de este escritor, allí lejos, en México, a consecuencia de un cáncer, quiero decir, cuando a uno le asiste la sorpresa, lo primero que se le viene  a la cabeza es un relámpago de memoria donde logramos atisbar su figura, como en una nube: a mí se me ha impuesto aquel viaje con Elvira por Bilbao, pero hay otras improntas.

El barrio donde vivo, sin ir más lejos. Chamberí… donde  la Glorieta de Bilbao divide zonas madrileñas vecinas pero antagónicas, como supo verlo muy bien Rafael Azcona en su novela El cochecito, donde retrata una zona un poco apache, indefinida e indefinible por ser eso, una pura encrucijada. Allí, en el Café Comercial, un café donde Tierno Galván desayunó durante años, que acogió a gentes de la generación del 50, como Fernández Santos y Daniel Sueiro, y, más tarde, generaciones de tertulias de estudiantes y poetas de tres al cuarto, en ese café, que por ser de los últimos que quedan en Madrid quiere dárselas de un pedigrí literario que nunca tuvo, que si Antonio Machado, que si alguno del 27; sí podría jactarse en cambio, y no lo hará, en que hasta antes de ayer mismo, como se dice, Tomás Segovia acudía, siempre que estaba en Madrid, puntual, a la misma mesa del café, siempre junto a una cristalera dominando la plaza, y que allí, durante años, sacaba sus papeles y apuntaba cosas, y de vez en cuando, sacaba un poema adelante. También allí era interrumpido de continuo por gente joven, poetas las más de las veces, que sabían de él, de su magisterio, y le pedían consejo. Se dejaba querer.

También otras huellas, cómo no. Sus amistades mexicanas que en cualquier rincón del D.F. me hablaban de su buen hacer, de libros como Anagnórisis, Salir con vida o Cantata a solas. Yo, que gusto de la prosa, y suelo indefectiblemente hablar de ella cuando me encuentro en compañía de poetas, citaba siempre Trizadero, un libro espléndido de relatos que Tomás Segovia escribió hace demasiados años, y así la cosa se compensaba aunque para mis adentros sabía que él, de ser algo, y lo era, no podía por menos que ser un espléndido poeta, aún fuera un poeta alemán, como en cierta ocasión le definió Pepe Bergamín. Más huellas: podría hablar de poetas influidos por él, de sus últimos libros, donde es casi obligada la temática sobre la duración del tiempo y  los socaires de la atmósfera, una de las razones de su estancia en Madrid desde 1985 radicaba en que quería ver pasar las estaciones, pero prefiero que en momentos así sea la memoria errática la que intente rendirle homenaje. Convendría destacar de todas maneras algunas cosas de su personalidad, aún sea para entender un poco más al individuo. Por ejemplo, su pertinaz independencia, por la que es probable que pagara un alto precio, pero que a la larga compensa, y él lo sabía. Independencia que le hizo desmarcarse de Octavio Paz, aún con la amistad que le ligaba, o su negativa a comportarse como un exiliado más, de esos que creen ver en la emigración el origen de cualquier frustración o, sin ir más lejos, su negativa a afiliarse incluso a una nacionalidad, prefería verse más como coetáneo de un poeta checo o sueco que como un descendiente de un poeta español del siglo XV, lo que, en realidad, era una escondida lección de mentalidad abierta, ilustrada, profundamente democrática.

El magisterio de Tomás Segovia está ahí. En las magníficas traducciones que hizo de Shakespeare o Ungaretti , en ensayos como Contracorrientes, Alegatorio o Poética y profética, donde da rienda suelta, con justeza y hondura, con inteligencia y erudición, a sus obsesiones como creador, la lingüística y la cuestión estética; en sus libros de poemas, sus últimos, Fiel imagen y Sonetos votivos; en sus clases en el Colegio de México, claro, pero también en Princeton, si ir más lejos, o en la Alliance Française, lo que nos habla de sus múltiples vertientes y su complejidad nada fácil de definir.

Fue también autor galardonado con varios premios, algunos entre los más importantes del ámbito hispano, como el Juan Rulfo, el Alfonso X de Traducción, el Octavio Paz, el Premio Extremadura, el García Lorca, y hace pocos días, de ahí lo de su estancia en México, donde le llegó la muerte, el Premio Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval, en Aguascalientes, y junto a Juan Gelman. De ahí que casi pareciera una provocación el que comenzara recordando un premio del que nadie se acuerda, como el Elle, un premio que otorgaban los lectores de la revista. Quizá fuese esta característica lo que hizo que el encuentro con Tomás Segovia fuese tan emotivo y lograse remontar el tiempo, que casi siempre no es más que el olvido. De todo ello, de su frecuentación también,  dejo aquí constancia.

3 Comments
  1. Luis says

    Emotiva y descriptiva –dada la complejidad del personaje– miscelánea que me anima a buscar sus últimos libros. Gracias.

  2. Elvira Huelbes says

    Qué bonito recuerdo, Juan Angel, y qué buena persona era Tomás Segovia. Le tocó ser poco leído. Quién sabe si ahora, tras su muerte, se le leerá algo más. Cosas así pasan en España.

  3. anna says

    Juan Angel… muchas gracias por presentarme a Tomás Segovia. He estado leyendo su poesía y no es de estrañar que tuviera tantas lectoras. Lástima no haber tropezado con él en El Comercial, donde sirven pésimo café, pero se respira un ambiente muy especial. Gracias nuevamente.

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