Jordi LLovet espera a los bárbaros

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Cubierta del libro de Llovet.

El último martes de octubre, en el salón de actos de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, el profesor Jordi Llovet, en un acto a medio camino entre el gesto nostálgico del catedrático del XIX y el show de alta comedia, donó a la Universidad treinta mil volúmenes de su biblioteca privada, lo que llamó la Biblioteca Lupetus, una biblioteca de enorme importancia por lo escogido de la misma. En el acto también puso ciertas condiciones para donar el legado entre el regocijo del público, cuando muera, la biblioteca, que ya será conocida como la Lupetus,”parte de mi cuerpo y alma”, como fue definida por el profesor, será trasladada al Depósito de Aguas del Campus de la Universidad para solaz de los alumnos que revivirán el gozo de la lectura teniendo en la mano tan preciados objetos. Hubo bastantes actos en la ciudad catalana ese día, parece ser que en Barcelona sucede lo mismo que decía Eugenio D´Ors de Madrid: “aquí, a las siete, o das una conferencia  o te la dan”, pero en el imaginario de los eventos la intervención del profesor Llovet quedó como objeto de comidilla para días posteriores. Es la señal del triunfo.

El profesor Llovet es una de las figuras intelectuales más importantes de la España de los últimos años y tanto en su labor docente como en la de ensayista o traductor, magníficas son sus versiones de Hörderlin, Rilke, Kafka y Musil, en el ámbito germánico o las de Valéry o Baudelaire en el francés, ha descollado por la excelencia de lo acometido. Su interés, además, tiene algo de enciclopédico, pues habría que destacar que la música no le es ajena, estuvo durante años ejerciendo la crítica musical en La Vanguardia, y que para él, como buen benjaminiano, es miembro de la Walter Benjamin Gesellschaft, es condición casi obligada del pensador en estética la pasión y visita intensa y frecuente de cualquier disciplina artística. Discreto, provisto de un humor sutil y sensato, vestido al modo de Gilbert y George, en afortunada expresión de Llátzer Moix en el artículo que le dedicó en La Vanguardia, el profesor Llovet, ahora ex profesor, debería, sin embargo, ser noticia por un libro que acaba de ser editado en su traducción castellana por Albert Fuentes en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Adiós a la Universidad. El eclipse de las Humanidades, un ensayo sobre la situación de la docencia en Europa, y en su versión más terrible, en España, que posee la ventaja de que, lejos de cualquier atisbo apocalíptico, relata con pelos y señales la desaparición de una manera de entender la cultura durante siglos, podríamos remontarnos al Renacimiento, y su sustitución por un maremagnum de intereses espurios al saber, de temas cuyo único interés es que se aplican a la corrección política con apego de lapa, de una serie de asignaturas estrictamente concebidas como una alargadera de los intereses económicos del momento, de una Institución  ajena a la independencia de criterio y, en consecuencia, a la transmisión de un conocimiento crítico, con un sentido del humor que no nos ahorra el horror pero nos lo hace más soportable. El profesor Llovet ejerce en este libro como un adicto al saber melancólico, quizá el único saber y hace realidad en el mismo las aseveraciones de T.S. Eliot en The Rock, sobre la desaparición de la sabiduría por el conocimiento y del conocimiento por la información, a lo que agregaríamos, y de la información por otra cosa que estamos cerca de imaginar y no nos atrevemos a nombrar. En eso estamos.

Pero Adiós a la Universidad no es sólo eso, un ensayo sobre la degradación del saber en nuestras universidades, sino que, además, es un libro sobre una vocación y el relato de cómo esa vocación se llevó a cabo a lo largo de más de cuarenta años de existencia bajo el influjo de los libros y la docencia. Es, por tanto, una autobiografía intelectual, también vital, pero no sólo eso, pues leyendo los avatares el profesor Llovet, desde su lejana educación libresca en la adolescencia con los talleres de Áncora y Delfín al lado de su casa, hasta su prejubilación jubilosa y un tanto triste por casi obligada, se nos muestra el panorama intelectual de la generación de un país al que le tocó transformar éste en algo decente, ha sido la única asignatura pendiente, y que, en realidad, vistas las cosas desde la distancia, no ha estado  a la altura de las  circunstancias. En este sentido el libro es un alegato en contra de las oportunidades perdidas, con justicia se refiere a los planes llenos de éxito de cambios en las instituciones culturales como los que tuvieron lugar en la II República, pero que, a la vez, no hace que nos olvidemos de las especiales circunstancias en que estamos hoy día inmersos, la de una globalización que amenaza con convertirse en un escenario beligerante entre tres o cuatro grandes áreas de influencia.

El humor, presente de continuo redime cualquier atisbo de resentimiento. A destacar el relato, divertidísimo, del modo en que se cubrió la primera cátedra de Filología Catalana, sin ir más lejos, hilarante a manos llenas, pero que no deja títere con cabeza de alguno de aquellos eximios representantes de la cultura y miembros de tan trascendente tribunal o el relato de las diversas aventuras acaecidas por universidades de media Europa. Jordi Llovet parece jugar a veces a ser una suerte de Luís Vives moderno que recorre las viejas ciudades afectas al latín y que, sólo por ese acto, nos hacer ver la ruina inminente de la cosa. En ese sentido el libro es un ejercicio pedagógico de primera fila. Si a eso añadimos los apéndices que acompañan al libro, un Manifiesto firmado por profesores en torno al Plan Bolonia, una Carta Abierta de la Facultad de Filología de la Universidad de Salamanca a la ministra Cristina Garmendia y un artículo sobre la descomposición de la Universidad debida a José  Luís Pardo, la sensación de que el asunto está tratado con cierta exhaustividad está más que lograda. Después, el profesor, al modo de Horacio, Montaigne o Fray Luís, se engatusa con su propio retiro y nos narra su condición actual copiando unos versos del tipógrafo Christophe Plantin que son una versión bella del recurso, tan clásico, del cultivo del propio jardín. Un bello epitafio para un libro corrosivo que se merecería algo más que acuses de recibo y de alguna que otra mención para entrar en lo que le corresponde: el encendido debate. Seguro que no habrá lugar.

11 Comments
  1. celine says

    Desde luego que lo leeré con ganas. Ojala la sociedad española tuviera bagages para una discusión pública de este cariz. Gracias por la entrada.

  2. Retogenes says

    En España las así llamadas «Humanidades» han tenido y siguen teniendo un peso excesivo en detrimento de las «ciencias» (que, de acuerdo con los «humanistas» españoles, son inhumanas, por exclusión). Ésta es una de las principales razones de nuestro atraso. Por poner un ejemplo: llevamos 18 años de ministros de educación o de educación y ciencia que no son científicos (abogados, registradores de la propiedad, filósofos…) Si la enseñanza de las «Humanidades» se ha deteriorado, alguna culpa tendrán ellos. Lamentablemente, también la enseñanza de las ciencias he empeorado y también es responsabilidad suya.

    Yo echo de menos a humanistas como los del Renacimiento, para los que las matemáticas y las ciencias naturales no eran nada ajeno. No tenemos filósofos como Bertrand Russell, que sepan de matemáticas y física. Sólo tenemos filósofos que hacen revisiones y refritos de las obras de los grandes filósofos extranjeros pero que luego salen a opinar sobre el presente y el futuro ignorando todo sobre la ciencia y la técnica.

    Si hay un declive de las «Humanidades» es porque los «humanistas» que tenemos son muy mediocres. Son los que optaron por carreras de «Humanidades» para huir de las matemáticas (y a la vez de la lógica) y de la física, no por amor al latín. Son ellos los responsables de ese declive y del del saber en general en nuestro país porque siguen detentando un gran poder en la política docente, en los medios de comunicación etc.

  3. hariclea says

    Estimado amigo arévaco. Considero como tú que es una aberración que el saber se divida entre ciencias y humanidades. Es especialmente lamentable que se obligue al estudiante a casarse con uno de los dos caminos en un momento dado y que esa decisión no surja del devenir natural del proceso de aprendizaje . No estoy de acuerdo contigo en que las humanidades hayan tenido un peso excesivo en nuestra sociedad. De otro modo, no se incentivaría a los estudiantes más brillantes a tomar el camino de las ciencias, ni habría prejuicios como los que tu exhibes en tu comentario acerca de los llamados humanistas. Si bien estoy de acuerdo contigo en que la educación debería ser de la incumbencia de todos, creo que los científicos son los principales responsables de su ausencia en las esferas de poder, del mismo modo que deberían sentirse responsables cuando no han sabido suplir las carencias impuestas por el sistema en cuanto a leer y escribir se refiere.

  4. hariclea says

    Por cierto, ya que estamos con los bárbaros y con todo el cariño del mundo, ¿no es «bagage» un vocablo propio de los galos? ¿y la expresión «una suerte de Luis Vives» no es también una importación del otro lado del los Pirineos?

  5. Retogenes says

    Querido hariclea:

    Mis prejuicios hacia los «humanistas» vienen justamente de comentarios como el que haces al final de tu comentario, dando a entender que «los de ciencias» no sabemos leer y escribir correctamente. Los «humanistas» dan por hecho que son ellos los guardianes y casi los ‘unicos poseedores de la quintaesencia de nuestro lenguaje y de nuestra cultura y que si no se estudian m’as «humanidades» en la escuela, las nuevas generaciones no van a saber leer ni escribir correctamente.

    Sin embargo, supongo que ser’an los profesores de lengua, hisoria etc. los resposables de que los alumnos de hoy hablen peor, sepan menos historia etc. Creo que los profesores de matem’aticas tienen otras responsabilidades.

    O’ir hablar a cualquier campesino sudamericano que nunca pas’o por la escuela es la mejor prueba de que no hacen falta m’as horas de «humanidades».

    Cuando se han hecho estudios sobre los conocimientos de cultura general entre los estudiantes universitarios se ha visto que los estudiantes de carreras «de ciencias» ten’ian m’as conocimiento generales que los de «humanidades» de temas «de ciencias», l’ogicamente, pero resulta que de temas de «humanidades» tambi’en.

    Dedicarse a estudiar el idioma no significa necesariamente hablar o escribir mejor. Ni mucho menos tener algo interesante que decir, que es lo que al fin y al cabo importa.

  6. odette says

    Amigos, les paso un artículo de I. Echevarría que viene al caso http://www.elcultural.es/version_papel/OPINION/30013/Melancolia_y_socialdemocracia

  7. Pepita Salvat Gonzàlez says

    Em van confondre amb les dates de la
    seva donació. Li prego perdoni el meu error que lamento profundament.

  8. lupetus says

    Es Usted muy amable. Jordi Llovet

  9. Esteve says

    Amigo Retogenes,

    justamente al largo de la historia esos humanistas -que te empeñas a poner entre comillas para desacreditarlos- han intentado aunar ciencia y filosofía. También lo han intentado desde la otra orilla genios de la ciencia. Ni unos ni los otros lo han conseguido ¿sabes por qué? Por que han topado con los obsesionados a mantener esas fronteras. No hemos tenido suerte y los vasos comunicantes entre diferentes disciplinas siguen sin funcionar pero la culpa no es de los «humanistillos», los «cientifiquillos» o los biologuillos,etc. Puestos a desprestigiar lo podríamos hacer con todos. Me recuerdas a los (falsos) humanistas que- explicaba García Gual en uno de sus libros , te lo recomiendo por cierto- se reían porque sus amigos científicos no distinguían las distintas clases de ópera o (PARTE 1)

  10. Esteve says

    (PARTE 2) o no sabían enumerar unos cuántos autores románticos, etc; no obstante luego, tenían que callarse cuándo les preguntaban las leyes de la termodinámica por ejemplo. Con todo ese rollo sólo quiero decir que lo que falta es humildad y curiosidad en ambas partes. Llevas razón en una cosa: efectivamente los humanistas de ese pais tienen -o tenemos, me incluyo – un nivel deficitario en cuanto a nociones científicas. Aún así lo que dices sobre la cultura general y que en los campos de ciencias es más elevada y tal y cuál… lo siento pero acabo de terminar mis estudios y te puedo corroborar que no, es más, el problema justamente yace en que no tienen la menor curiosidad hacia la literatura, mitología, etc. Hay desprecio de las ciencias hacia las humanidades y viceversa. Eso es lo que hay que cambiar. Y una cosa más a cambiar: recuperar la ética en las investigaciones y objetivos científicos. Parece algo baladí pero es fundamental y daría para muchos párrafos más, pero básicamente me refiero a qué se investiga y porqué, también está el matiz ambiental -más que un matiz efectivamente-

  11. Esteve says

    (PARTE 3)En definitiva la utopía – que hay que realizar, ojo!- es unificar los esfuerzos científicos y humanistas. De hecho es la única manera de progresar técnicamente pero dirigiéndolo con eficacia y eficencia a resolver las necesidades humanas, y a su vez, buscar soluciones al impacto mediambiental.

    Espero que algún día podemo dejarnos de disputillas entre tú eres de ciencias y tú de letras, blabla… y ver en las distintas disciplinas y enseñanzas las potencialidades para mejorar el mundo. Leí en un libro que la utopía del s.XXI es la fraternidad, entre pueblos y entre doctrinas entiendo.
    Saludos.

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