La miseria londinense de Charles Dickens

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Como pronto hará 200 años que nació el escritor, en febrero de 1812, han organizado una exposición [ver vídeo] del Londres que quedó para siempre escaneado en las páginas de las novelas más conocidas de Dickens, desde David Copperfield a Oliver Twist. Al comisario Alex Werner, del museo de Londres, se le ha ocurrido decir que el autor británico, perfectamente victoriano, fue el primero en desatar un debate sobre la miseria y la injusticia social. Hombre, ¿y la novela picaresca? No ya la española, muy anterior a cualquier otra, sino la inglesa, propiamente dicha, que copió sus elementos, y que derivó en obras como Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders, de Daniel Defoe, o Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, de Laurence Sterne, llena de elementos de pícaro. No digamos el Henry Fielding de Tom Jones. No en vano, el joven Dickens se atiborró de este tipo de lecturas. Gran lector del Quijote, también.

Ese Londres victoriano que creó grandes negocios en la misma proporción que la miseria más tenebrosa justo al lado de productivos bancos; el Londres en el que los mercados podían permitirse impunes irregularidades que hacían tan desgraciada a la gente, quedó bien retratado en La pequeña Dorrit y en Casa desolada, además de los títulos mencionados antes.

¿Es ese Londres –me pregunto- el mismo Londres que ahora –celoso guardián de su protagonismo financiero en Europa- pone pies en polvorosa para quedar a salvo del diluvio, para no participar en el esfuerzo común europeo en salir de la tormenta perfecta creada por la lógica capitalista de EEUU y secundada por la City? Quizás el viejo Charles lo pasara bien escribiendo sobre estos tiempos.

Como él publicaba sus obras por entregas en la prensa, podía actualizar con cierta facilidad, las continuaciones de las secuencias. Así que se las arreglaba para dejar suspendida la intriga de los sucesos o del destino de los héroes y las heroínas de sus novelas. Esto contribuyó a su éxito, de eso no hay duda. Su Copperfield fue un best seller en toda regla. Aunque siempre me quedaré con Los papeles póstumos del club Pickwick, donde cuenta muy autobiográficamente el episodio funesto del encarcelamiento de su padre por impago de sus deudas, y la mudanza de toda la familia a la celda del padre, pues así lo permitía la ley. Es casi insoportable la actualidad de ese relato.

Los americanos ya habían expuesto las cosas de Charles Dickens, el pasado septiembre, en el museo Morgan de Nueva York, que atesora un importante legado del británico, especialmente, el manuscrito de su última novela completa, Nuestro común amigo, si se tiene en cuenta que ninguno de los demás manuscritos ha salido del Reino Unido. Al museo Morgan le gusta exhibirlo y este año, hasta ha dejado ver la portada, que se mantiene secretamente ajena a las miradas. Como este tipo de actos los organizan como nadie, los americanos contemplan un montón de actividades en torno al dotado inglés, como se ve en este enlace.

En estos Tiempos difíciles en que a muchos nos gustaría disponer de Grandes esperanzas no está de más desempolvar al escritor que mejor jugó con los sentimientos para denunciar las injusticias, porque, a menudo, se nos pasa inadvertida la desgracia ajena -acostumbrados como estamos a la representación del sufrimiento en las noticias de la televisión-, y una mendiga del metro –como se cuenta en cuartopoder- puede no significar nada para nosotros. La saturación de miseria y mentiras que soportamos agota la imaginación.

Así que, para ir calentando los corazones con vistas a la Navidad (poco parné hay para otra cosa), les sugiero a las almas benditas que aún no lo hayan hecho, que se lean Cuento de Navidad. Ya verán que se trata de un retrato de la vida misma, aunque haya quien lo tildara de sensiblero panfleto.

Hay que ver.

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