El año dual Rusia-España finaliza con Pushkin y Larra

0
Aleksandr Pushkin (1827). Obra original de Elagina Evdokia Petrovna. En la imagen, copia del original, de V. A. Tropinin, que se exhibe en la muestra. / Wikipedia

Toda condición periférica implica la existencia matriz de un centro. España y Rusia, es ya un tópico, pasan por ser países donde comienza a desdibujarse el contorno de Europa, con su centro, Alemania, Austria y Francia, su sur, Italia, y su norte civilizado, hay todavía otro, salvaje, indómito, Dinamarca, sobre todo Holanda, Suecia… El tópico, que se alimentó en el Romanticismo y que en el fondo implicaba una discriminación de neto origen burgués, capitalista, ¿se les hubiera ocurrido pensar en tiempos de Carlos V que España, Portugal, eran más periféricas que Inglaterra, pongamos por caso?, funciona  aún en el imaginario colectivo europeo y ha dado lugar a convicciones no solamente erróneas sino claramente extravagantes. De la curiosa ambigüedad que conllevan este tipo de afirmaciones, tan ciertas como falsas, valga la magnífica exposición que estos días, ya en pleno otoño soleado, ha abierto sus puertas, dentro de las actividades del año dual España-Rusia, en el remodelado Museo del Romanticismo -¿por qué cambiarle el anterior nombre de Museo Romántico?-  y que bajo el título de El Romanticismo ruso en la época de Pushkin acoge hasta el 18 de diciembre una selección de obras pictóricas, óleos, acuarelas, dibujos, miniaturas y siluetas del siglo XIX ruso del Museo Pushkin de Moscú, un museo que posee más de 150.000 piezas.

En la inauguración, el presidente de la Fundación, Evgney Bogatyrev, impulsor de esta muestra, se mostró entusiasmado con el Museo madrileño, que recomendó como un lugar de visita imprescindible en el entramado cultural de la ciudad, junto al Prado o al Thyssen, y le pareció el sitio idóneo para que las piezas expuestas brillen con el verdadero aire de la época, ya que el parecido de aquellos años entre los dos países es sorprendente. Algo, además, que se encargó de recalcar la directora del Museo español, Asunción Cardona, haciendo referencia  a las magníficas miniaturas rusas, la medida para hacernos una idea de lo que son estas piezas tan pequeñas es compararlas con nuestra propia mano, cuando afirmó que “nos sorprendió mucho comprobar las semejanza con las miniaturas españolas, que curiosamente tienen más que ver con estas de Rusia o las de Inglaterra”. Toda una declaración de principios que parece abundar en el tópico antes aludido y que, sin embargo, es cierto.

La exposición, dividida en dos partes, Escenarios y Protagonistas, da a conocer lo que era la vida cotidiana en  Rusia de 1810 a 1850 de manera harto somera pero que, justamente por ello, mantiene cierto encanto casi decadente, de otros tiempos. Acostumbrados como estamos a las grandes muestras en espacios enormes, de luminosos encuadres y vistas amplias, sorprende encontrarnos con una exposición cuya extensión no excede los 30 metros cuadrados. No exagero. La exposición está dividida en dos partes, pero en realidad cada una de ellas es reconocible sólo si se mira al suelo: una tarima de madera que corta en dos la salita simboliza las dos mitades y hay que fijarse mucho en la decoración para darse cuenta de que la mitad del fondo, pequeña, coqueta, que recoge las siluetas y miniaturas, representa con su lámpara de araña, un inteligente y barato modo de producir un ambiente similar al de la estufa romántica. La salita es un acierto.

Pero, ¿qué es lo que hace que al entrar en este gabinete se produzca, de pronto, una extraña simbiosis con el Museo que lo acoge? Desde luego el aire de época, común a todos los países europeos, pero si es cierto que en el gabinete ruso y en los decorados españoles hay similitudes que no encontramos en el periodo en Francia, Alemania o Inglaterra. Sucede que la cosa parece intangible, pero es real. Yo lo achaco a ese aire de importación que el Romanticismo produjo en estos dos países. La identidad nacional es uno de los logros imaginarios del período y tanto en Rusia como en España se copian modelos franceses adaptados al genius loci. En realidad, si nos fijamos bien, poco en común hay entre el retrato de Pushkin que se exhibe en la muestra, obra de Evkokia Elagina, una copia del original de Vasili Tropinin, de 1827, con el de nuestro Larra, por no hablar de la obra de ambos, pero si es cierto que una similitud simbólica ilumina ambas figuras, de destino trágico, duelo en el caso del ruso, suicidio en el del español, siempre mujeres por medio, y que ese destino y ese gesto de soledad en un mar de indiferencia les une como figuras emblemáticas. Por lo demás, los óleos de paisajes, hay uno de Moscú de una curiosa perspectiva, y de San Petersburgo, además de los consabidos de parajes exóticos, no encuentran correspondencia con lo que se hacía en España en el mismo período, ya que nuestro país era por aquel entonces receptor de manías románticas y lo exótico éramos nosotros, nuestras ciudades ruinosas y nuestras costumbres, dibujadas hasta el enriquecimiento por magníficos grabadores británicos.

De ahí que aunque la semejanza sea real, no sea fácil encontrar motivos concretos de ello. Por ejemplo, Odessa al claro de luna, un curioso óleo de Aivazovski, con su logrado tenebrismo, debe mucho más a Turner y a los pintores románticos alemanes que a los correspondientes que se pintaban en España en ese período, más influidos por la escuela francesa. Por eso conviene no perderse en los detalles, que es en lo que sobresalen las diferencias, y mirar la cosa en conjunto. Es menester, entonces, mirar por última vez el dibujo magnífico de Kiprenski que representa al terrateniente Alexei Vladimirovich Davidov, y dirigirnos a la entrada-salida, no hay oro modo de mirar el conjunto, y echar una mirada. Nos damos cuenta, ahora, del trampantojo: las obras, rusas, hay que mirarlas una a una y destacan por su individualidad. El conjunto es la recreación de un gabinete romántico pero la semejanza, ese aire en que nos sumergimos al entrar, radica en que la decoración imita un salón español del momento, con esa tendencia poco dada al fasto de otros países, sobre todo porque nuestra aristocracia y burguesía no eran muy boyantes. Con todo, por esa modestia, se destaca esta exposición. Una rareza en un imaginario de lujo que no esconde, las más de las veces, más que motivos banales.

Es también un colofón a un año de exposiciones rusas y españolas dentro de las actividades programadas del Año Dual. Un colofón modesto y coqueto, de gabinete secreto, que ha tenido su muestra de lujo en la exposición de las joyas del Hermitage en el Prado.

Leave A Reply