Que el mundo del arte se sustenta en una gran dosis de fetichismo es hecho comprobado desde Platón y su desconfianza hacia la figura del poeta. Cuando a ese fetichismo se le alía la publicidad el resultado suele ser dañino. Cuando al fetichismo debidamente publicitado se le junta el ánimo aventurero, implacable, de los obligados huéspedes parásitos que esa situación genera, las más de las veces termina en lo irremediable. Ha sucedido con restauraciones hechas con demasiado aparato mediático en años recientes, la más sonada, la de la Capilla Sixtina, de la que se llegó a decir que los restauradores de la misma habían sacrificado la perspectiva de las pinturas originales por presentar un cromo, sucede en estos momentos, y volverá a suceder, porque el patrimonio artístico de tiempos pasados es una presa frágil y muy valorada que atrae a cazadores sin escrúpulos, a veces de una gran excelencia, y que aúnan esas dos características sin problema alguno: Heinrich Schliemann, el descubridor del universo de Agamenón y de Troya, fue su representante más acendrado, genial; Lord Carnarvon, el que se introdujo en la tumba de Tutankamon, la metáfora del arqueólogo que mira por el rabillo del ojo a los medios de comunicación mientras destroza por una buena portada lo que el público no llegará nunca a saber porque se le ha ocultado cuidadosamente; Indiana Jones, la figura que nuestro imaginario proyecta de tales arqueólogos en una mezcla de héroe y científico omnisciente, además de bello, que logra unir el coraje mítico de la Antigüedad con la mentalidad científica de la Modernidad en una Arcadia tan tenue como la de la representación fílmica.
Maurizio Seracini, uno de nuestros Indiana Jones de carne y hueso, que tanto abundan hoy día, célebre por haber inspirado un personaje de la novela de Dan Brown, El código Da Vinci, y por haber buscado como un poseso la tumba de Genghis Khan en Mongolia, llegará a ser noticia dentro de pocas semanas si, como está proyectado, logra descubrir el fresco de la batalla de Anghiari, victoria florentina contra los milaneses que tuvo lugar en 1440, que Leonardo pintó en la sala del Gran Consejo del palacio Vecchio de Florencia, con tal mala fortuna, experimentó con nuevos materiales que se mostraron inestables, que el muro de 17 x 17 metros que le había sido concedido nunca fue acabado, de tal modo que se le cegó con una capa de ladrillos en tiempos de los Medici, siendo pintada encima por Giorgio Vasari en 1563. De aquella célebre batalla que puso ser pintada y en parte lo fue, sólo quedan hoy día esbozos dibujados, preparatorios, y una copia en papel realizada por Rubens. Seracini lleva años solicitando permiso para que las autoridades le otorguen el permiso para comenzar los trabajos que permitan saber lo que queda de aquella malograda pintura sobre la batalla de Anghiari. Años donde Seracini, personaje inquieto donde los haya, no ha perdido el tiempo: es constante, un hombre producto de nuestro tiempo, es decir, un hombre que no hace nada sin que de un modo u otro la cosa tenga cierta repercusión mediática. Años donde su proyecto ha sido cuestionado por expertos que han puesto el grito en el cielo, donde se hablaba de que la obra de Vasari, de una manera u otra, sería dañada y donde las autoridades, ante la visión del pastel, se han mostrado remolonas y defensoras de aquellos que cuestionaban lacosa y defendían la preservación de la obra de Vasari, pero con un ojo puesto en este Indiana Jones, que es bioingeniero y profesor de investigaciones arqueológicas en la Universidad de San Diego, en California, un personaje que tiene mucho de hechicero y que, sobre todo, de ser verdad lo que asevera, reportaría a Florencia una publicidad añadida que no tiene precio. Las autoridades municipales elevan preces diarias para que así sea.
Porque cada época remueve el panteón de sus clásicos a gusto y acomodo y con arreglo a las necesidades de su tiempo. Pasó en los años del postmodernismo a ultranza, cuando el Gran Relato beethoviano fue reemplazado por la música ambigua, sutil, de Mozart; pasó con Velázquez en la pintura, que reinó durante años, hasta que ha sido sustituido por el genio de moda, Leonardo. Este tiene la ventaja de que era un hombre con talento en disciplinas variadas, tantas que da mareo, y esa especie de genio multidisciplinar es algo irresistible en la época de la Red y de la conjunción de las distintas ramas del conocimiento, a lo que se añade la cuestión de su homosexualidad, que sacó a la luz Freud con gran escándalo en su época y gran alegría para muchos colectivos gay en la nuestra que así añaden un genio a su particular panteón. Leonardo está de moda hasta extremos increíbles y sólo hay que darse una vuelta por la muestra que la National Gallery le ha consagrado en Londres y comprobar las multitudes que miran arrobadas sus obras para llegar a sospechar que existe una especie de sugestión colectiva en este tipo de exposiciones que tienen mucho que ver con gestos sustitutos del arrebato religioso. Leonardo como sanador de almas, además. No estaría mal.
Pero volvamos a Saracini. Financiado por la National Geographic, la Universidad de San Diego y la revista Salone dei Cinquecento, que se reservan la exclusividad a la hora de explotar el acontecimiento, cuenta con un presupuesto de 155.000 euros y el beneplácito de las autoridades locales y del Orificio delle Pietre Dure, una de las más prestigiosas instituciones de restauración del mundo. Por si fuera poco, Seracini es fundador de Editech, una empresa que se dedica a certificar la autenticidad de las obras de arte antiguas, y que ya ha metido las narices, es decir, su experiencia, en el asunto. Desde mediados de diciembre, que han comenzado las pruebas, seis agujeros de seis milímetros de diámetro han taladrado la obra de Vasari en busca de la “más genial de las pinturas del Renacimiento del más genial de los pintores de todos los tiempos”, en palabras del mediático Saracini, que con ello nos da la pista de lo que se venderá a los medios si las obras llegan a buen puerto. ¿Y la obra de Vasari? Saracini afirma que hoy día hay modos para llevar toda la pintura a otro sitio aunque con ello se destruya la armonía argumental de la Sala del Gran Consejo. En dos semanas, es decir, a mediados del mes de enero, se darán a conocer los primeros resultados de las pruebas.
Expectación mediática, la búsqueda de la batalla de Anghiari puede convertirse en el acontecimiento del año en el terreno artístico o ser un gran fiasco. Una sola cosa nos redime de tanto circo: saber si, por fin, ha sido descubierta la obra maestra de todos los tiempos o, por el contrario, lograremos enterrar definitivamente esta nueva versión del Código Da Vinci. Que todo lleva a esto.