El regreso de Karl Marx

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Cubierta de la separata sobre Karl Marx publicada por el diario 'Le Monde'. / lemonde.fr

Un fantasma recorre de nuevo Europa, el fantasma de Karl Marx. Muchos dicen ahora que en realidad nunca nos abandonó pero cualquiera de nosotros pudo comprobar de qué modo desaparecieron sus libros en los estantes de las bibliotecas de los amigos y de las librerías en los años de bonanza económica, los ochenta, los noventa… donde tampoco había manera de encontrar los tomos de Lenin publicados en el Instituto de Lenguas Extranjeras, las obras del Gran Timonel y, por supuesto, la de los Padres Fundadores. Algún libro de T. W. Adorno sí podrías encontrarte casi agazapado, la Escuela de Frankfurt nunca dejó de estar en el candelero por aquello de sus aportaciones a la estética, pero desde luego Lukács había sido desterrado al limbo de lo no existente, al igual que decenas de pensadores marxistas que poco años antes habían sido leídos con profusión, Althusser, sin ir más lejos. Fue una consecuencia de la caída del Muro de Berlín, donde se quiso borrar todo un sistema social y económico de la memoria colectiva, una vez vendidos como gadgets de coleccionista los cachivaches de la extinta URSS y haber conseguido que la estética de la República Democrática Alemana, con esos aires años setenta, pasase a los anales de la obligada nostalgia kitsch.

Pero cada época, como un bebé de fauces inquietas, se traga a los clásicos según sus caprichosos gustos. Debido a la crisis, Karl Marx empieza a ser publicado, leído de nuevo, pero cuidado, no el Marx utópico, culpable de haber llevado con sus tesis al esfuerzo titánico y al agotamiento a millones de seres humanos con la promesa de un mundo mejor ubicado en un futuro radiante, no, sino el Marx deconstructivista, el Marx que criticó el concepto de mercancía como fetiche, el Marx que estudiaba con ánimo científico las fantasmagorías de la burguesía, su intrincado y desmesurado egoísmo, el Marx que se hacía eco diario de los valores de la Bolsa de su tiempo y comprobaba con deleite y estupor de qué modo el dinero se convertía en una mercancía del mismo modo que un campesino vendía sus productos. En Francia, por ejemplo según informa el diario Le Monde, el filósofo alemán comienza a ponerse de moda, y no entre los indignados, que también, sino entre intelectuales de probado pedigrí neoliberal, tales, Alain Minc o Jacques Attali, que le han consagrado estudios biográficos incidiendo en ese carácter de fustigador de las contradicciones de la burguesía decimonónica. El hecho de que Le Monde, por ejemplo, publique una separata titulada Marx, el irreductible, 122 páginas a un precio de casi 8 euros,  es significativo, y que esa nueva cara de Marx sea despojada de cualquier resto ideológico para centrarse en su valor como descubridor del fetichismo de la mercancía, de sus estudios sobre las caídas de la Bolsa de Londres en 1857, en 1866, en 1873, donde habla claramente del fraude de las emisiones de los bonos y de los títulos, como si hubiese previsto con su fina y aguda inteligencia nuestra situación presente. Para abundar más en la cosa, Actuel Marx, que festeja los 25 años de su aparición, en 1987 en aquellas Editions L´Harmattan, tira la casa por la ventana con tal aniversario y edita un enorme volumen plagado de nombres prestigiosos, como André Gorz, que se encarga de la ecología política, Jacques Rancière, sobre arte, Axel Honneth, sobre filosofía social, Etienne Balibar, que vuelve a reivindicar la idea de la sociedad comunista evolucionada hacia un alternativa al populismo que nos invade o a la profundización en una democratización radical del sistema. En cualquier caso Actuel Marx, editada ahora en las flamantes Presses Universitaires de France, se hace eco de esta evolución de la vieja palabra comunista y la contextualiza en una corriente que mira ilusionada hacia el futuro.

¿Y en España? Hace unos meses algunos editores publicaron folletos de Marx ya clásicos, como el Manifiesto Comunista y un diario como Público se hacía eco de una moda que no termina de cuajar entre nosotros. Es difícil porque, a diferencia de nuestros vecinos franceses, nuestra industria cultural no tiene ese poder de repentización y, también, porque no nos sea tan fácil deslindar al socialismo tropical de Cuba o a la parafernalia estalinista del régimen coreano de la ideología marxista, tal y como se nos ha machacado desde hace décadas. Pero, si dejamos aparte el hecho de que hay pocos dispuestos ahora a leerse esos densos tomos de filosofía con que nos regalaba Karl Marx, no digamos El Capital, libro intrincado donde los haya, lo cierto es que cada vez es más frecuente encontrarse en foros culturales a alguien que te habla de Marx en términos curiosamente distendidos, y me refiero a foros culturales de marcado carácter liberal o conservador, un tono distendido que nos habla bien a las claras de que por diversas vías, algunos ensayistas británicos y norteamericanos, algunos franceses, algunos alemanes, está constituyéndose una nueva imagen de Marx que no es más falsa o más verdadera que otras que rigieron en el pasado, sino que responde a las necesidades de nuestra sociedad actual. Desde luego cada persona tiene su baremo para medir el grado en que las tendencias comienzan a tomar cuerpo para constituirse en moda pasado algún tiempo… o no. En mi caso conozco a un editor y dueño de una librería en Madrid del que creo posee un olfato especial para la supervivencia de su negocio: sería algo así como un empresario corcho modélico para cierto tipo de flotamientos. Pues bien, ha desempolvado las viejas obras de Georgy Lukács, en especial la Estética, que luce en su librería con ese aire de vejez bien llevada en aquella traducción de Manuel Sacristán. Cuando se le pregunta por la razón de la presencia de los tomazos alineados en zona bien visible, no sólo se muestra esperanzado sino seguro en sus apreciaciones: a Adorno, por ahora, no lo desempolva. Ni rastro, por otro lado, de la momia de Lenin o de Mao. Estos sí, desaparecidos definitivamente. Por ahora…

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