El piloto de hielo

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Ahora que gran parte de la cartelera la ocupan películas biográficas –pronto hablaremos de una-, infantiles o versiones se agradece la llegada de propuestas arriesgadas en forma de thriller de acción como Drive.

A pesar de los títulos de crédito tan rosadamente horteras como los de Pretty Woman, la cantidad excesiva de planos nocturnos cenitales de la ciudad de Los Ángeles en la primera parte, la ausencia a veces desesperante de diálogos, un ritmo extremadamente lento en algunas secuencias y la aproximación innecesaria a la narración publicitaria de cámara lenta, música expresiva y tomas creativas, estamos ante una película cuando menos original e interesante.

Drive nos cuenta la vida de un joven mecánico que dobla escenas peligrosas de coche en películas de Hollywood y se saca algunas noches un sobresueldo haciendo de conductor en atracos que le proporciona el jefe del taller quien mantiene contactos con la mafia. Las cosas le van bien mientras mantiene separadas las actividades legales de las delincuenciales, pero cuando conoce a su vecina, que vive con su hijo y cuyo marido está en la cárcel, las cosas empiezan a complicársele de manera importante en muchos sentidos.

Puede que estos pequeños defectos que yo encuentro a alguien le parezcan extremadas virtudes, allá cada cual, pero en todo caso hay que reconocer que constituyen un estilo propio, limpio y en cierta manera elegante que contrasta deliberadamente con las crudelísimas escenas de violencia que también contiene la cinta. Esta divergencia radical es una forma curiosa de perfilar el tono de la película y el fondo psicológico del protagonista, del que apenas conocemos su temple y sangre fría, tanto para conducir coches como para usar la fuerza,  su inexpresividad emocional y el afecto que parece sentir por su vecina y su hijo. La cara de bueno del actor que lo encarna, el guaperas de Ryan Gosling (Lars y una chica de verdad), y el rostro adolescente de Carey Mulligan (An Education) en la piel de la vecina refuerzan esta teoría del contraste como elemento narrativo.

La presencia de buenos secundarios en el papel de mafiosos (Albert Brooks), una puesta en escena sencilla, una fotografía cuidada y una música agradable completan esta película de poco presupuesto que supuso la palma de oro en Cannes para su desconocido director -por lo menos para mí-, un finlandés llamado Nicolas Winding Refn, que ha hecho cosas como Wahalla rising o Bronson.

Para los cinéfilos y eruditos podemos añadir que nos recuerda a The Driver de Walter Hill, a Una historia de violencia de Cronenberg o Al silencio de un hombre de Melville, e incluso a Sin perdón de Eastwood, pero no haríamos más que añadir confusión sobre esta original, esquemática y parca manera de narrar cine negro. Véanla si pueden, que merece la pena.

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