
Gracias a las gestiones del voluntarioso, comprensivo e imprudente Alex de la Iglesia el año pasado los hermanos Almodóvar se reconciliaron con la Academia de Cine y volvieron al redil. Los académicos, que están muy arrepentidos por el trato dado a Pedro desde Mujeres al borde de un ataque de nervios, han querido enmendarse y se lo agradecen otorgando 16 nominaciones a los premios Goya de este año a su película La piel que habito.
Nuestra opinión sobre esta cinta ya la dimos aquí en su momento, pero recordamos nuestras tesis de que lo mejor debía de ser la novela en la que estaba basada, que Banderas seguía siendo tan mal actor como cuando se fue a hacer las Américas y que Almodóvar necesitaba urgentemente un guionista. Pues bien, está nominada en todas las categorías principales y en casi todas las demás.
No queremos ser mal pensados, pero como la película se ha ido de vacío en la mayoría de festivales donde ha concursado –a ver qué pasa este fin de semana en los Globos de Oro- a lo mejor a alguien se le ha ocurrido que es hora de premiar otra vez en España a nuestro cineasta más internacional y de paso intentar relanzar la industria, la academia y hasta el cine español si llega el caso, que en muchos países es igual a Almodóvar.
A los Premios Goya de este año se han presentado 130 películas. Sí, 130. Hagan examen de conciencia y confiesen cuántas de ellas han visto, incluso cuántas se han descargado por internet, o simplemente cuántas recuerdan. Yo se lo digo: Torrente IV -que se ha quedado in albis en las nominaciones- y la de Almodóvar. Por tanto no es osado afirmar que el cine español está compuesto por Almodóvar, Torrente y el desierto.
Para luchar contra ello alguien se inventó inútilmente la Ley Sinde, que está a punto de entrar en vigor para respiro de las distribuidoras internacionales de películas estadounidenses, pero el precio de las entradas de cine ha subido desde el año 2004 en nuestro país 17 puntos más que el IPC. Vamos, que se parece las medidas de Rajoy contra la crisis. Menos mal que están los Goya para reponer películas y Angela Merkel para decir lo que hay que hacer.
Como yo aun creo en los Reyes Magos espero que en el día 19 de febrero el público vea la Gala, paseíllo de celebridades incluido, y los premios se repartan sensata y proporcionalmente entre las otras candidatas mayoritarias (No habrá paz para los malvados, Eva, Blackthorn y La voz dormida) -algunas de ellas verdaderamente desconocidas- para evitar la poca elegancia de otorgar demasiados premios a la misma película, signo distintivo de nuestra academia cada cierto tiempo, y que todo el espectáculo y el glamour acabe con las mulillas arrastrando a nuestro cine por el suelo.
Los Premios Goya se crearon hace 26 años para impulsar nuestra industria cinematográfica. En aquella edición la película ganadora fue la maravillosa Viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, en la que se narraba el fin del teatro ambulante y su sustitución por el cine; “los peliculeros”. En este cuarto de siglo el cine español ha aumentado en cantidad, pero no estoy tan seguro de que haya hecho lo mismo en calidad. Por el bien del cine confiemos en que el record de nominaciones a los hermanos manchegos solo sea un gesto y no el anticipo de los premios principales y el inicio de otro camino a ninguna parte.
Mi eterno escepticismo sobre los premios del cine y del teatro, se acabarán cuando me de uno a mí (es broma).
No estoy en desacuerdo con la celebración de esas galas para pasear glamoures, sobre todo porque sí que es verdad que promocionan nuestro maltrecho cine. Pero siempre he considerado que casi todos desprenden un «tufillo» de que seguir unos parámetros de dudoso criterio, por decirlo de manera suave. ¿Amañados? Igual no del todo, pero sospechosos de ser «reconducidos» como poco. Y en las categorías de mejores intérpretes, las más de las veces el premio se lo lleva «el personaje» (aunque se lo dan al actor/actriz). No siempre el que ha redondeado más méritos, todo hay que decirlo. Sin entrar en nombres, hay actores «populares», que consiguen -no sé cómo- el favor del gran público y coleccionan premios… y hay otros «buenos» a la sombra del anonimato (todos tenemos en mente unos cuantos) que nunca recibirán un palmarés de reconocimiento. Por supuesto, también coexisten algunos pocos «buenos-populares», de los de quitarse el sombrero, sobre todo porque ellos saben que su santo quizá es un poco más modesto que el pedestal donde les ponen espectadores, prensa y academia.
Los más listos saben que, en ocasiones, la fama sólo es un conjunto de malentendidos.