La orgía sentimental de nuestro tiempo

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Cubierta de 'Tiempo de vida', la obra de Giralt Torrente galardonada con el Premio Nacional de Narrativa.

El inteligente término no es mío, lo aplicaba con estudiada pertinencia y renovada insistencia T.S. Eliot cuando quería resaltar a un autor que había tenido la desgracia de no pertenecer a una época unitaria, como su adorado siglo XIII, y solía caer, como algunos isabelinos y románticos, en algún tipo de hiperestesia de la sensibilidad. Pero, aunque sin tener nada que ver con el significado que quiso darle el autor de La tierra baldía, el término es idóneo para entender ciertas características de nuestra literatura actual, del modo en que escribimos ahora, es indiferente que sea en verso o prosa o bajo una estructura teatral o realizando películas, o series de televisión, y, consecuentemente, del modo en que se lee o se valora cualquier manifestación artística.

La cosa me viene por ciertas disonancias que llevo notando en el modo en que los colegas, quiero decir, personas que se mueven alrededor de la llamada industria cultural, en las conversaciones informales, valoran ciertas novelas o películas o series de televisión respecto no sólo a lo que uno considera apropiado sino a lo que ellos mismos consideraban apropiado unos años atrás. Noto, por ejemplo, el modo en que los recursos publicitarios, cada vez más presentes en el modo de escribir novelas y, por lo tanto, de perfilar una sensibilidad, son requeridos por personas influyentes en el mundo cultural quizá sin darse cuenta y que esos requerimientos,  a la larga, están creando una manera de leer, de enfrentarse  a la obra de arte, que amenaza con dar al traste con cierta sensibilidad a la hora de leer o asistir a un espectáculo teatral o ir a ver una película. La orgía sentimental, vale decir, el recurso constante a apelar a unos sentimientos y que sólo por el hecho de apelar a ellos se mantenga una ventaja respecto a temas que no utilizan esos recursos, amenaza con llevarse por delante el conocimiento emocional, y por tanto el aprendizaje, que es condición genuina de cualquier obra de arte. La cosa es grave.

Portada de la novela de Berta Vías Mahou.

Y no me refiero a que cada vez se lea peor. No hay más que echar un vistazo  a los libros de poesía, sin ir más lejos, que se editan y las reseñas que suscitan, para darse cuenta de ello, sino a algo más peregrino, menos importante porque no amenaza al lenguaje, por lo menos de modo frontal. Me refiero a lo que le sucede  a uno cuando es jurado de un premio, dejemos este ejemplo, y supone que sus colegas serán más correosos que el común de los mortales a dejarse engatusar por recursos hábiles pero alejados de lo que debe ser la excelencia literaria. Puede llevarse una sorpresa y ver cómo se votan obras cuya temática sentimental actúa, para decirlo en términos cursis de hoy día, como un valor añadido a la calidad que se les supone. Ver de qué manera obras de probada calidad, como la de Marcos Giralt Torrente, como Tiempo de vida, que ha recibido el Premio Nacional de Narrativa este año, se erigen en narraciones muy valoradas sin que a uno se le logre quitar la sensación de que aquello de lo que trata, la muerte del padre que le acontece al protagonista, tenga mucho que ver en el asunto, o que otra novela como la de Berta Vías, Venían a buscarlo a él, corra de boca en boca de todos los compañeros porque, a pesar incluso de  la excelencia general del libro, ha logrado mezclar la muerte por accidente de coche de Albert Camus en un asesinato alevoso perpetrado por gentes del FLN, aunque bien podrían ser de la OAS, tan confusa es la cosa por inventada, sin aportar prueba consistente alguna, al fin y al cabo es un libro de ficción, y que aúne así el recuerdo por un escritor que pasa hoy día por paradigma de la integridad moral, en agudo contraste con compañeros suyos de viaje como Jean Paul Sartre, en estos tiempos el malo de la película, con el terrorismo de neto corte musulmán, por aquello de inmiscuirnos en la actualidad más viva.

Con ello no quito mérito alguno a estas obras, hay muchas de ellas que inciden cada vez más en probados temas propios de una orgía sentimental, pero convendría reflexionar sobre el asunto porque es probable que la cosa tenga que ver con el imaginario colectivo. Es cierto que el adulterio, su recurso, fue una suerte de tópico que hizo estragos en el siglo XIX: Flaubert, Tolstoi y Clarín elevaron el tópico a excelencia literaria hasta el punto de poder afirmar que Ana Karenina es una de las grandes novelas de todos los tiempos. Lo mismo sucedió con las escenas de agudos contrastes psicológicos, Fortunata y Jacinta, de nuestro Galdós, sin ir más lejos, o las relaciones del tío Goriot con sus hijas en la novela de Balzac, o la prostituta redimida en Los miserables, de Víctor Hugo, por no hablar de las pequeñas niñas y niños inocentes que pueblan las narraciones de Dickens, y no sólo la pequeña Dorritt. Todas estas novelas trascendieron el tema obligado del momento, el tema propio del folletín, para acuñar obras de arte excelentes. Y ya en tiempos más recientes el cine, que en este caso es una mina de orgías sentimentales, y Frank Kapra con su ¡Qué bello es vivir!, que consiguen que se nos salten las lágrimas todas las navidades. Por ahora nos estamos refiriendo a obras de probada calidad, no  a las ínfimas, que abundan como bacterias, y con ello sucede como con cualquier manifestación reprimida, como en su día fue el erotismo. Recuerdo aún, eran los tiempos de los sesenta y setenta, de qué modo se liberó en lo literario el tema del sexo y esa liberación, sin embargo, trajo consigo la represión de lo sentimental, y recuerdo también de que manera un escritor como John Irving alcanzó un gran éxito con un libro como El mundo según Garp porque volvió a introducir el sentimentalismo, entonces tabú, en una trama que no desdeñaba lo sexual, convirtiéndose así en el Dickens norteamericano de los setenta.

Dejemos para otra ocasión temas recurrentes que logran ser casi un género, como la novela que tiene como protagonistas a mujeres de marcado carácter feminista, la novela que introduce gestos propios del thriller en cualquier historia, desde una incursión en la Provenza de los trovadores hasta una investigación de robos de tinajas en el puerto de Ostia en pleno Imperio romano y centrémonos en esta incidencia en la orgía sentimental porque, con todo, no está reñida con la excelencia literaria y es un síntoma más serio que el mero cálculo comercial. La eclosión de una emoción reprime otra: es probable que al auge de la orgía sentimental le corresponda un declive de la actitud cínica, que tuvo su momento, y de la distancia ante las cosas.  ¿Podemos imaginarnos por un momento que Bertolt Brecht estrenara ahora alguna de su obras y fantasear con lo que sucedería?

3 Comments
  1. marta says

    Esa orgía es la misma que hace que lloremos cada vez que una película toca el tema de la II Guerra Mundial o de la Guerra Civil Española. Es la misma orgía que apela a nuestros sentimientos para vendernos una pasta de dientes. Es la orgía que ha permitido al individuo de finales del XX indagar en su pasado, hurgar en sus sentimientos y entenderse a sí mismo. Pero las necesidades del colectivo imperan, ¿qué tal una orgía de ideas?

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