Doha, la capital mundial del arte

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Escultura de Richard Serra en la ciudad qatarí de Doha. / qma.org

Qatar -escribo la palabra con la grafía aprobada por la ONU porque lo de Catar, con la  que nos obliga la RAE induce a ambiguos significados,- está de moda en el mundillo del arte, que huele el dinero casi con la misma velocidad que los especuladores financieros  e inmobiliarios. Pero en ese “casi” se esconde todo un mundo. Así que después de que los skyline de Abu Dhabi, la capital de los Emiratos Arabes Unidos, o de Dubai, se hayan convertido en algo más fashion que la de la misma Manhattan, después de que hayamos visto una y mil veces como se ha levantado el rascacielos más grande del mundo, el hotel más glamoroso con ese diseño semejante a una vela de barco y mil cosas casi surreales como el complejo residencial de la palmera acuática que pretende resumir el mundo visto por un Disney arabizante, después de que el lujo dudoso y el dinero a espuertas hayan convertido esa zona en una suerte de Las Vegas imaginada por un Aladino un tanto desmejorado, después de todo esto viene el mercado del arte, con sus instituciones, su forzado glamour  y la sustantividad cultural que representa frente a la superficialidad del dinero fácil. Doha frente a Dubai, la ciudad que antaño fue la ciudad de las perlas y ahora se erige en la capital del tercer país con más recursos de gas del planeta, después de Irán y Rusia y primer exportador de gas licuado del mundo, llena de museos y de proyectos culturales de mil tipos, frente a la capital de los petrodólares, de las extravagancias arquitectónicas y del lujo sin medida.

Dos, tres ciudades que en apariencia se disputan el mercado del lujo mundial pero que, a la hora de la verdad, no son muy distintas, salvo en el reparto de funciones dentro de ese mercado. Ni que decir tiene que los arquitectos y artistas occidentales están encantados: mientras Jean Nouvel apostó en Abu Dhabi por su nuevo Louvre y ahora está enfrascado en el proyecto de la Rosa de las Arenas en Doha; Richard Serra ha inaugurado 7, su primera obra de encargo para Oriente Medio, una torre de acero Corten que emplazada en la bahía de Doha, se yergue frente a otra obra legendaria del lugar, el Museo de Arte Islámico, el MIA, creado por Yeoh Ming Pei hace tres años y que posee esa sensación de contemplar una masa enorme que sólo se da en escasos lugares, como en la pirámide de Gizeh, y que representa una apuesta feroz por la implantación en ese territorio del arte minimal y contemporáneo.

Con la inauguración de esta escultura de Richard Serra, Doha se está convirtiendo en el faro artístico de los emiratos del Golfo, hasta el punto de que en poco más de cinco años es una referencia mayor en el mercado del arte. Serra ha declarado que desde que recibió la visita del emir hace tres años a fin de construir un entorno digno del enclave que Pei había realizado con ese edificio enorme del MIA, se obsesionó con realizar una escultura digna de emplazarse en el lugar que había creado el mítico arquitecto chino-norteamericano, es decir, 25 hectáreas de espacio público en el Paseo Marítimo. Primero pensó en plantar la escultura en medio del agua y, luego, la idea de hacer una torre le vino a la cabeza inmediatamente. Al fin y al cabo, Doha representa un espacio casi virgen que es deudora del imaginario de la cultura de los minaretes, pero también de los campanarios y de los faros que avisan al viajero del esplendor de la ciudad que se erige a sus pies. Richard Serra tuvo presente esta idea y apasionado de los proyectos faraónicos, la ha llevado a cabo con satisfacción. “Mi sola religión es el arte. La vida del hombre es un nanosegundo en el tiempo del universo. De ahí que me de por contento con participar en una obra que trascienda hacia lo universal, que sea perenne”, ha declarado este escultor norteamericano de padre mallorquín y madre ruso-judía de Odessa el día en que su escultura oficialmente se abría en el espacio del MIA.

Pero la escultura de Richard Serra es sólo una parte de los proyectos culturales de los que esta ciudad se muestra febril. Desde el aeropuerto se distingue la Rosa de las Arenas, obra de Jean Nouvel, que envuelve el palacio de Fariq Al Salatah , que servía de museo del patrimonio del país desde 1975. Ahora se proyecta para el año que viene inaugurar la continuación de lo que supuso el legado de ese patrimonio expuesto en ese palacio a lo largo de dos generaciones: el Museo Nacional de Qatar acogerá una galería de 8000 metros cuadrados, una galería anexa de 2000 metros cuadrados, un auditórium de 220 plazas, un forum de 70 plazas con estudio de televisión incorporado, dos cafés, un restaurante, una tienda y salas para la restauración del patrimonio artístico. Con este espacio se remata un entorno privilegiado que tuvo, antes de la inauguración de la escultura de Serra, un precedente excepcional en la creación del MATHAF, el Museo Arabe de Arte Contemporáneo de Doha, cuya directora, la iraquí Wassam al Khudhain, educada en Nueva York y Londres y acendrada representante de la nueva generación que se está imponiendo en los Emiratos ha sido la encargada de inaugurar una exposición del artista chino Cai Guo-Qiang, uno de los responsables de dar mayor gloria a los Juegos Olímpicos de Pekín, Housecoming, una instalación compuesta por 62 rocas gigantes y que se podrá ver en Doha hasta el 26 de mayo.

Qatar entra, así, en la lista de países que han apostado por la rentabilidad del arte. El esfuerzo ha sido titánico y si es verdad que el dinero a espuertas facilita mucho la labor, no hay que olvidar que detrás se esconde la pasión desmedida del emir por el arte y la voluntad de hacerlo. El presente año  se ha abierto la temporada con la inauguración de Cai Guo-Qiang y la escultura imponente de Richard Serra. En meses posteriores los medios occidentales abrirán las informaciones de arte con acontecimientos habidos en Qatar. Sólo el tiempo dirá si todo esto no es más que una fachada producto de un cálculo de rentabilidad probada o, por el contrario, como tiene todas las trazas, todos estos proyectos se consolidarán en hacer de Doha la capital del arte de Oriente Medio.

4 Comments
  1. marta says

    El dinero no lo puede comprar todo. ¿Qué es más importante? ¿Dónde se genera el arte? ¿O dónde se produce? Pueden comprar museos, esculturas, edificios… pero eso no los convierte en la capital del arte, sólo en la capital del parque de atracciones.

  2. francisco says

    el Gugg. o el MOMA te dicen que el arte está donde hay dinero, se puede comprar y coleccionar; es un mercado! Respondiendo a tu pregunta; sí, es más importante donde esté el arte que donde se produce, sobre todo para el artista que lo vende. No hay que molestarse porque un país invierta en arte y cultura, es mejor que invertir en pisos como en España.

  3. hariclea says

    Francisco… ¡Qué afirmación! El arte «…es un mercado». Y yo pensando que era una necesidad del ser humano. Claro que la vivienda también lo es y ya ves el desastre que se ha generado al convertirla en mercado. El hecho de invertir comprando esculturas no es objetable, pero no te convierte en la capital mundial del arte. Si acaso, te convierte en el capital del arte. Para tener una cuna de arte hace falta algo más que dinero.

  4. Lorna says

    me gostaria todas las informaciones aum sobre haver exposiciones , gracias

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