Miss Peaches se fue

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Etta James, en 2009, durante el festival de jazz de Nueva Orleans. / Skip Bolen (Efe)

La llamaban Melocotones aunque no por sus mejillas redondas y sonrosadas sino porque es el nombre del primer grupo del que formó parte; era una negra cuarterona, con la piel más blanca que la de Michael Jackson en sus últimos años. Su voz recorría los colores del arco iris tonal y su interpretación llegaba hondo. Podía piar como un ruiseñor y descender a lo más profundo de la escala. Era seguramente la penúltima gran dama del rythm & blues, el jazz y el soul.

Los dos diarios de mayor tirada nacional han coincidido en la foto y en el titular sus necrológicas –obituarios, como prefieren escribir, ellos sabrán por qué-: “fiera indómita” y “fiera nunca domada”, aunque no creo que éste último ignore que la muerte suele ser la domadora definitiva. Radio 3 acudió en rescate de la buena música y ofreció el sábado por la mañana, en La Madeja, una hora de blues y canciones de Etta James. Ah, la buena música de la 3.

Su voz, más que su cara, me traslada a los años de la adolescencia, cuando la escuché por vez primera y me compré el disco en cuya portada, con un fondo color melocotón,  se ve el perfil de sus mofletitos, el rabillo del ojo perfectamente delineado con lápiz negro y ese peinado de estructura milagrosa, que sostenía su cabeza eternamente infantil.

Portada del disco "At last"

Desde su más tierna infancia, Jamesetta Hawkins, que es su nombre de verdad, cantaba, primero gospel, en su parroquia, y luego todo lo demás. A los catorce era ya una estrella a punto de estallar e iluminar el universo entero. Lo triste es que el camino hasta la fama fue duro, humillante; era una niña sin padre –aunque todas las sospechas apuntan al Gordo de Minesota, una mala bestia que sale en El buscavidas, la película que protagoniza Paul Newman- y casi sin madre, de modo que su infancia tuvo un tutelaje, por lo menos, dudoso.

Su nombre debe quedar escrito en nuestra memoria en letras de oro, con los de Ella Fitzerald, la precursora Bessie Smith, Billy Holiday, Sarah Vaughan y las que aún quedan en la tierra: Aretha Franklin, y en menor tono, Dionne Warkwick, Diana Ross…  Barack Obama tuvo el mal gusto de sustituirla por Beyoncé, ese pálido remedo, en su fiesta de presidente. Desconfió de que la  fiera diera la talla debido a su mala salud. Pero Etta ha dejado un disco, sacando fuerzas de flaqueza, que no tiene desperdicio, The Dreamer, como para darle en las narices al presidente.

La muerte de alguien tan notable refresca la memoria de los que nos hemos alimentado con lo que hacía ella en vida, entre otros ingredientes. Una bildungsmusik, si se puede decir así, que no estaba reñida con Beatles y Rolling Stones. Junto a otros nombres como los de Ray Charles, Otis Redding, Wilson Pickett, por no salir del escenario negro, Etta ha entrado en el Olimpo. A ver si por fin es feliz allí.

1 Comment
  1. estrella says

    Elvira, Gracias por tu cariñoso homenaje a Jamesetta (que bonito nombre) Tengo que admitir que aunque me encanta su voz no sabía mucho de ella.
    Eres un portento!

    http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=goz07feA54Y

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