Bajo las alfombras del discurso político

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Las películas de este Cary Grant del siglo XXI que es George Clooney son en cierta manera como él, adorablemente imperfectas. El inglés tenía un hoyuelo y actuaba siempre igual, el americano tiene demasiado mentón y cierta rigidez interpretativa, pero ambos son el encanto de dos épocas del celuloide y la admiración de muches  -propongo este morfema de género universal en vez de la arroba para sustituir a muchas y muchos, ahora que anda en esas la Real Academia y que alguien sugirió en un post de mi compañera Elvira Huelves-. La mayor difencia entre ellos es que Clooney también dirige y, francamente, no lo hace mal (Confesiones de una mente peligrosa, Buenas noches y buena suerte…) .

Todavía podemos verle actuar en la espléndida Los descendientes, donde hace un papel destacable de la mano de Alexander Payne, y ahora acaba de llegar a nuestras pantallas el thriller político Los idus de marzo, que ha dirigido con buen pulso narrativo y mucho conocimiento del género y donde nos cuenta la intrahistoria de una campaña electoral por las primarias de Ohio entre dos candidatos demócratas, uno de los cuales encarna los principios de probidad, moralidad y buenas intenciones que todos los españoles querríamos para nuestros alcaldes, y los estadounidenses para sus presidentes, pero que en un momento determinado empiezan a decaer por una flaqueza que se complica más de lo deseado.

Los idus de marzo, en evidente alusión “sespiriana” al asesinato de Julio César, deriva desde una intriga política al uso (El político, El candidato…) hacia el thriller en sentido estricto en una exhibición de intensidad dramática creciente, dosificación de emociones y economía narrativa, de la que no muchos directores pueden presumir.

El guión plantea la trama desde la segunda fila, desde los jefes de campaña y prensa de ambos aspirantes, que reúnen en sus personas los mismos valores y aspiraciones que los votantes y las mismas debilidades y ambiciones que sus jefes, lanzando preguntas sin esperar respuesta: cuál es el precio del poder, es mejor obtenerlo cometiendo errores o perderlo ante otros que los cometerán también, es posible mantener como propios los principios que se propugnan desde una tribuna o se sostienen en un programa electoral, cabe la lealtad en la política, etc.

Clooney y sus guionistas han sabido adaptar bien al cine la obra de teatro en la que se basa, Farragut North, que escribió el ex jefe de campaña en los años ochenta Beau Willimon y cuyo título hace referencia a la calle de Washington en la que se encuentran los despachos de abogados, asesorías y consultorías donde suelen culminar o finalizar sus carreras de manera muy bien remunerada los jefes de campaña una vez han agotado sus aspiraciones políticas por los motivos que sean.

Como casi todos los directores actores, Clooney sabe sacar lo mejor de su equipo, y en Los idus de marzo asistimos a memorables interpretaciones de Ryan Gosling (Drive)  como jefe de prensa, Philip Seymour Hoffman (La familia Savage) como jefe de campaña, Paul Giamatti (Entre copas) como jefe de campaña del candidato oponente, Marisa Tomei (El luchador) como periodista del New York Times y Evan Rachel Wood (La conspiración) como becaria. Un verdadero alarde interpretativo de todos los actores, muy difícil de ver en una misma película.

No la habíamos visto antes de la gala de entrega de los premios Oscar y no pudimos hacer ninguna observación sobre el desprecio al que se vio sometida, pues tan solo estuvo nominada al mejor guión adaptado. Será porque allí no les interesa hurgarse en sus miserias morales, porque no la han visto o porque tienen envidia de Cary Grant. Los idus de marzo es una película, como decíamos al principio, encantadoramente imperfecta, con pocas carencias narrativas, muy bien dirigida, excelentemente interpretada, con una buena puesta en escena y una banda sonora sobresaliente. Aparentemente simple, pero brillante sin llegar a deslumbrar.

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