Y en su epitafio ha dejado dicho: “Perdonadme, no lo volveré a hacer”, de modo que se impone cierta generosidad. Procedente de la constelación Trabaja, idiota, y no pares –como él mismo confesó en alguna ocasión- Antonio Mingote Barrachina había nacido en Sitges y eso que sus padres vivían en Daroca.
Hizo la guerra a los 16 años, una experiencia que sin duda forjó su carácter bondadoso, comprensivo, moderado y libre; sobre todo, libre. En los tres años de guerra, al joven Mingote le dio tiempo a escribir novelas con pseudónimo, policíacas y del Oeste. Una se titulaba Los revólveres hablan de sus cosas. Ha dicho Gallego (de Gallego y Rey) que Mingote era como sus dibujos, "liberal, encantador, educadísimo, muy respetuoso".
Sería un señor de derechas pero ójala en España hubiera señores y señoras de izquierdas y derechas como él. Mejor nos iría.
Aunque había estudiado Filosofía, le tiraba el teatro y en la carrera militar llegó a comandante antes de aburrirse, las cosas de la vida le hicieron dibujante de prensa. A los trece años ya le publicaron una cosa en Gente menuda, un suplemento del extinto Blanco y Negro. De la mano de Alvaro de Laiglesia ingresó en La Codorniz, en 1946. Desde 1953 estaba ligado al ABC, una condena de por vida que sólo un desconsiderado cáncer de hígado ha logrado suprimir.
Me he enterado de la mala noticia al escuchar a Forges por la radio, emocionado, contar lo bien que se ha reído con él tantas veces. Hay fotografías que dan fe de ello. Antonio Mingote tenía miles de amigos, entre ellos muy destacados eran Rafael Azcona y Carlos Clarimón. No puedo evitar el imaginar a esos tres hidalgos ingeniosos departiendo ante una humeante taza de café, entre comentarios de actualidad y observaciones geniales. Y estar presente, grabadora en ristre, para registrar la velada. Soñar es gratis.
Forges dice que se ha ido por la mejor escalera por la que puede ascender un ser humano: la formada de peldaños hechos con las sonrisas provocadas a lo largo de su vida. Por todas partes se ha reconocido a Mingote como el puente entre los dibujantes de su generación y la llamada otra Generación del 27, los Tono, Mihura, Jardiel Poncela, Edgar Neville, Bagaría…
Los jóvenes que empezaban a dibujar, a sacarle humor a la vida, sabían que tenían un apoyo fundamental en Mingote: Ballesta, Puig Rosado, Abelenda, Máximo, Madrigal, Julio Cebrián, Forges...
En el anuario de la Real Academia Española, donde ingresó en 1988, figura como dibujante y escritor, sin más premios, cargos o distinciones y eso que le cayeron unas cuantas. Uno de sus libros, Hombre solo, merece ser leído ahora, si no se ha hecho antes, en justo homenaje al dibujante, que consideraba que Cervantes es el padre del humor español. Lo que pasa es que en España no se respeta al humor ni se le reconoce como debiera. Nos lo tomamos todo a la tremenda.
Las viñetas de Mingote le sobrevivirán: los pobres de solemnidad compartiendo arco de puente, los funcionarios de bigote y sombrero negro, las señoras orondas y las parejas de mediana edad, departiendo peripatéticamente por el parque, los árboles de invierno, pura línea con intrusiones oblicuas de otras líneas, los pájaros y los niños, los líos de tráfico, las señoritas estupendas, los guardias urbanos del casco, en fin…
Un honor haberle conocido.
Muy bello obituario. La frase de «Sería un señor de derechas pero ójala en España hubiera señores y señoras de izquierdas y derechas como él. Mejor nos iría»… la pienso tantas veces. Un saludo
Magnífica semblanza, Elvira.
Buena edad para morir. Gracias, Elvira; muy bueno.