Es harto improbable que en una misma institución coincidan dos exposiciones de la importancia y calibre de las inauguradas la última semana de abril en La Casa Encendida, ese curioso e imprescindible centro cultural madrileño, pero ha sucedido y hay que felicitarse por ello. Las muestras están dedicadas a dos personas cuyo talento conformaron, para bien, la cultura española en los años setenta y ochenta y representan lo más genuino y bello que ha dado nuestra vanguardia, desde lo sutil, la inteligencia despiadada y la bonhomía que otorga la creación cuando posee características de largo alcance. Las muestras, “Be a Commercial Artist” y Palabras iluminadas responden a dos exposiciones que tienen como protagonistas al diseñador gráfico Diego Lara y al poeta, era muchas otras cosas pero ante todo poeta, José Miguel Ullán, los dos muertos a esas edades llamadas injustas por prematuras, los dos deudores de su propio genio y que, cada uno a su manera, aportaron a la cultura española, uno desde el diseño gráfico, el otro desde la idea poética, un aire de renovación tan radical que bien puede decirse que, si lo miramos desde la excelencia, sus aportaciones fueron imprescindibles si queremos hacernos una idea de lo que ha sido cierta conformación, quizá la que se va a mostrar más duradera en el tiempo, de la Modernidad española.
La vida de Diego Lara fue corta, muy corta, apenas 44 años, pero en ese tiempo escaso su actividad como diseñador gráfico fue dilatada. De formación pictórica, Tesi, como se le conocía familiarmente, entró como un torbellino en la España del desarrollo, donde todo, o casi todo, estaba por hacer, e hizo innumerables portadas para revistas como Trece de nieve, al lado del entrañable Gonzalo Armero, y editoriales como Seix Barral, Fundamentos, en esa época en que gentes como Julián Ríos nos metía de cabeza en literaturas desconocidas y maravillosas, como las obras de Arno Schmidt o Fredic Tuten, Siglo XXI o Turner. Pero para mí, como para otros muchos de nuestra generación, Diego Lara está asociado en aquellos primeros años setenta a editoriales como La Fontana Literaria o Nostromo, con Juan Antonio Molina Foix, dos editoriales con un catálogo raro, imprescindible, de una calidad indiscutible, y sobre todo, dando ejemplo de una actitud independiente de cómo realizar una labor cultural al margen de la falsa tentación de las grandes firmas. Ni que decir tiene que aquellas empresas no duraron mucho, es significativo que Nostromo diera sus últimas boqueadas en 1979, pero conviene no olvidar que en cierta manera la labor de Diego Lara en esas empresas puede servirnos como metáfora de un cambio en la España de entonces respecto a la política cultural, y, por eso mismo, habría que incidir que fue a partir del año 82, cuando el PSOE ganó por primera vez las elecciones y, luego, entramos en el Mercado Común y España fue normalizándose respecto a sus socios, cuando entró dinero a espuertas y las empresas ligadas a la cultura pudieron incluso convertirse en grandes consorcios de un monopolio apenas velado, en que se arrumbó cierta idea crítica de la misma que Diego Lara representó como pocos, una unión entre Modernidad y tradición, entre lo mejor del Pop Art y, a la vez, no olvidándose de las aportaciones de lo que de artesano había en su profesión, que se dio de bruces con una comercialización urgente de la cultura que quería transformarse en industria rentable. De la fisura entre los diseñadores en aquellos años nos da buena cuenta la portada que realizó a Cartas de negocios de José Requejo, de Agustín García Calvo y las aportaciones gráficas de los chicos de la Movida. Y no es que estos no poseyeran calidad. Al revés, pero estaban ya en otra onda. Hay en esta exposición detalles conmovedores, como los collages presentes, fue un maestro de ellos, en Sucia China, un dietario que llevó entre los años 1975 y 1976, y productos sorprendentes, como las publicaciones que realizó para ARCO o la Fundación Juan March.
De la muestra de José Miguel Ullán, que ha realizado quien fue su amigo durante muchos años, Manuel Ferro, y que amplía la de Agrafismos que se hicieron en la Sala de Exposiciones de Círculo de Lectores en Barcelona en 2008 y en la Fundación César Manrique, y que ha recorrido diversos lugares de nuestra geografía en muestra itinerante, poco cabe decir de lo mucho que contiene. Buen deudor de sus maestros, Octavio Paz y José Angel Valente, como bien ha subrayado el poeta José Méndez, en la muestra se ofrecen espléndidos ejemplos, sobre todo, de lo que se ha llamado “ poesía visual” o “poesía conceptual” y que Miguel Casado, en bella edición de Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, reunió espléndidamente en Ondulaciones. Estos agrafismos contienen el desparrame, en los signos visuales, del profundo centro poético en que se conformó toda la obra de Ullán, un desparrame que, creo que por suerte aunque hay puristas que suponen que fue una merma en su concentración, se explayó en su labor de periodista, aún recuerdo aquellas columnas en El País dedicadas a símbolos de nuestra canción popular y donde calificó a Raphael de expresionista puro, en suplementos culturales, en el mundo de la edición, en el comisariado de exposiciones y que esta muestra recoge con justeza. José Miguel Ullán, como Francisco Pino, como Joan Brossa, como Isidoro Valcárcel Medina, fue un creador que quiso mezclar texto y grafismo en una deliberada actitud de lo que debe ser el ejercicio de la libertad en la cultura. En esta muestra notamos el paso de esa simbiosis entre texto y pintura abstracta a la del letrismo, a las tachaduras, en las que Ullán fue uno de los primeros en utilizar tales conceptos.
Dos creadores únicos a su manera, que se encuentran en una institución que con el tiempo se ha convertido en una de las referencias de lo que debe ser un centro cultural vivo y en constante renovación, un centro cultural que aúna enseñanza con promoción de la creación.La Casa Encendida es ahora, más que nunca, un ejemplo a seguir. Estas exposiciones vienen a confirmarlo. Con creces.
Estupendo recorrido en planeador, en el que todo el mundo nos damos cuenta, por lo demasiado bien que camúflase, que Valcárcel Medina de nombre de pila tiene Isidoro, 70 puros, somos 70 tantos, no caí, qué bien.