Premio a la poesía revolucionaria

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Ernesto Cardenal, ayer, en su oficina de Managua, tras conocer la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. / Mario López (Efe)

Le han dado el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana a Ernesto Cardenal; por fin han osado. La noticia sorprende al anciano sacerdote contemplando las estrellas, de las que asegura que formamos todos parte y a las que volveremos cuando nos vaya tocando. Mientras eso llega, Cardenal se interesa por la ciencia porque asegura que le acerca a Dios. De los pobres nunca se ha alejado.

A pesar de su apellido, el poeta premiado no ha pasado de cura raso y encima lo castigaron sin poder decir misa por rojeras. Sin embargo, su paso por la tierra ha sido el de una Teresa de Ahumada incansable, ha viajado, ha estudiado en sitios raros, ha fundado comunidades cristianas,  y ha encontrado siempre tiempo para la poesía y la contemplación que es para lo que confiesa que se hizo sacerdote. Se fue a Estados Unidos a visitar al trapense Thomas Merton,  cuya poesía tradujo,  para planear con él esa fundación de una pequeña comunidad contemplativa, proyecto que encantaba al americano. La excelente editorial Trotta ha publicado las cartas cruzadas entre ambos autores, en 2003.

De buena familia, granaíno de nacimiento, de la Granada nicaragüense, Ernesto Cardenal ha vivido muy intensamente sus 87 años. Le hizo una revolución a Somoza en 1959, que falló y se llevó por delante las vidas de sus amigos y compañeros de batalla. Aún recuerdo aquella imagen televisiva del gordo tirano zampando pollo, cuando el terremoto que asoló Managua, allá por 1972 , en medio de los escombros y del hambre y la sed de sus compatriotas.

Fue entonces cuando entró en un monasterio de Kentucky y luego se ordenó sacerdote en Managua. La revolución que sí triunfó, hubo de esperar hasta 1979, aquel verano de alegría sandinista que se ha vuelto ahora trágico sarcasmo, por obra y gracia del comandante Ortega, el nuevo tirano que ahora se dedica a acosar a su antiguo compañero de armas.

Juan Pablo II le dio la ocasión de oro para mostrar al mundo sus dotes de humilde servidor cuando el jefe del Vaticano, en su viaje al país americano, le soltó un rapapolvo por hereje –Cardenal es defensor de la Teología de la Liberación- y por ser ministro de un gobierno de comunistas; una soflama, que debió de sentarle como una tunda de sopapos, ante las cámaras de televisión.

La suya es la poesía de la utopía, dice en la radio, “ese mundo mejor que esperamos, eso me inspira”. Metáfora de la utopía, en la que juega a perderse en laberintos inventados donde antes de nombrarlos él no había misterio.  Como este Epigrama, número 15:

Viniste a visitarme
en sueños
pero el vacío
que dejaste cuando
te fuiste
fue realidad

Este premio ya se lo habían dado a Nicanor Parra hace once años, de modo que sólo entre ellos dos suman 184 años. Una enormidad.

-Pero, ¿qué es eso de que Ortega, el presidente de la pobre Nicaragua, le acosa, Ernesto?

-Sí, me han condenado a pagar un montón de dinero; uno no puede defenderse –dice-. Así esla Justicia en esta Nicaragua.

Una voz casi sin aliento. De modo que a los bolsillos del tal Ortega, ese infame despojo de la revolución, irá a parar el monto del premio, los casi 60.000 dólares.

Aquella utopía, una revolución muy bella que apenas duró 10 años,  por la guerra de USA y el bloqueo. Las cosas han cambiado totalmente, ésta es ya otra Nicaragua. Le sale a Cardenal el curita que siempre lleva dentro, para contar que muchas veces eleva una plegaria silenciosa: “Señor, haz que volvamos a ser lo que fuimos” No para de leer y escribir. “Leo un libro en inglés que se llama “Children of the Stars”, del director del Observatorio astronómico de Puerto Rico”. Una ciencia poética, poesía de la ciencia.

Chus Visor tiene la oportunidad de sacar al escaparate aquella preciosa antología de Ezra Pound, 1885-1972, que Cardenal tradujo y preparó junto a José Coronel Urtecho, en 1985.

Tiene una página con sus poemas, de la que entresaco una estrofa que escribió durante su estancia en el monasterio de Gethsemaní, para cerrar este pequeño homenaje:

Detrás del monasterio, junto al camino,
existe un cementerio de cosas gastadas,
en donde yacen el hierro sarroso, pedazos
de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos,
cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín
y zinc, plástico envejecido, llantas rotas,
esperando como nosotros la resurrección
.

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