Todos los cuentos de García Márquez: la memoria es la vida

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Imagen de archivo de Gabriel García Márquez. / Efe

La editorial Mondadori, que lleva años encargándose de  la obra de Gabriel García Márquez, acaba de publicar Todos los cuentos del escritor colombiano simultáneamente en España y Latinoamérica, festejando de este modo el número 500 de su colección de Narrativa. La presentación se hizo coincidiendo con la apertura de la Feria del Libro de Madrid, mientras Claudio Magris, encargado de abrir los actos del país invitado este año, Italia, conferenciaba en el Pabellón del Banco de Sabadell afirmando que la actual situación por la que está atravesando Europa le supera. Metáfora perfecta de la impotencia a que se ven sometidos los intelectuales a los que se les pide clarividencia y consejo como en los buenos tiempos de los mandarines, de les maîtres penseurs de otrora. Claudio Magris, que dejaba el paso, de una manera subrepticia, citó a Cervantes y William Faulkner, al arte como auténtica recompensa en tiempos de indigencia. García Márquez, así, por vía vicaria, se vio impulsado, él, que hace años que lucha contra un cáncer linfático, y demasiados que no escribe -Memoria de mis putas tristes no hizo honor a su genio aunque resistió bien las embestidas de la corrección política e incluso la prohibición de la obra en Irán-, a ser el protagonista oculto del primer día de la Feria del Libro de Madrid en el que las pitadas al ministro José Ignacio Wert, al día siguiente del plante de los rectores, dio una pincelada de realidad al protocolario acto de apertura por parte del Príncipe Felipe.

Así, mientras famosos  mediáticos como Raquel Sánchez Silva y demás firmaban ejemplares de algún libro editado como por ensalmo por aquello de paliar la supuesta catástrofe que todo el mundo espera en ventas este año, el libro de García Márquez, ya editado parcialmente desde hace más de veinte años en sucesivas ediciones, recuperaba su portada original, la de la edición en que se recopilaron por primera vez sus cuentos, y parecía erigirse en el único remedio para tiempos de penuria, a la vez que en un aviso para navegantes. Lo curioso de todo esto es que el libro se vende como una novedad, lo que es en parte, pero al que muchos se acercan no tanto por adquirir una nueva obra del escritor colombiano, ya quisiera el editor, sino por adquirir de nuevo algo que tenga trazas de permanencia. Esa sensación sólo la adquieren aquellos que han llegado a ser considerados clásicos ya en vida. La ventaja de García Márquez, además, es que no se prodiga, lo que le otorga un aura de permanencia más allá de los avatares de estos que no pasa una semana sin que sean noticia, aún se refiera a que le hayan otorgado el Premio Nobel.

El libro es bello, con un aire retro deliberado y muy bien pensado, y reúne la que ya, con toda seguridad, es la última edición de sus relatos, de ahí que la vuelta a la reproducción de la portada de la edición de los años setenta haya sido un acierto por lo que tiene de apertura y cierre mediante una imagen, 41 cuentos que se encuentran entre lo mejor de su obra, una obra de la que gentes como Pablo Neruda, refiriéndose a Cien años de soledad, llegó a parangonar a la de Cervantes, y donde se encuentran títulos como Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, origen del ciclo dedicado a todo un paisaje y paisanaje que volvieron a poner de moda la expresión “realismo mágico”, usada ya en tiempos de Pitigrilli, o Los funerales de la Mamá Grande, además de La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada. Estos títulos nos sumergen, de sopetón, en una excelencia merecida, pero no estaría de más, a raíz de la publicación de estos cuentos, que incidiéramos en un tipo de fascinación muy peculiar que este escritor ha producido en la clase periodística y, al revés, la fascinación que este oficio ejerció en el escritor hasta el punto de que intuyo que García Márquez siempre tuvo un pie en la realidad, a pesar de su fama y de la obligada burbuja a que ello somete, porque nunca le abandonó esa curiosidad inquisitiva que es el signo de identidad adecuado a  la excelencia de un buen periodista. Y García Márquez lo fue a manos llenas durante años en El Heraldo, de Barranquilla, El Universal, de Cartagena y, sobre todo, El Espectador, de Bogotá, donde publicó el reportaje que muchos periodistas hubieran soñado hacer, El relato de un naufrago, una serie de crónicas que indirectamente sirvieron para facilitarle de una vez por todas su carrera como escritor: a raíz de la publicación de la última de las crónicas  de las que consta el reportaje, la decimocuarta en la que se desmentía la versión oficial del naufragio del destructor A.R.C.Caldas, hubo una serie de debates gracias  a aquella información que desembocó en que el periódico mandó a García Márquez como corresponsal en Europa. A partir de entonces no hubo oportunidad de un retorno. El periodista se hizo escritor… y famoso. El periodismo, sin embargo, nunca le abandonó.

Leyendo de nuevo estos cuentos, desde luego y, sobre todo, los primeros, los reunidos en los llamados Ojos de perro azul, es decir, Eva está dentro de su gato, La tercera resignación, Amargura para tres sonámbulos… se percibe una simbiosis feliz entre el relato y la crónica periodística, ésa hecha de trozos de vida y con callada apelación a  la memoria. Se ha dicho, es ya casi un tópico, que toda la obra de García Márquez está en germen en sus experiencias en Barranquilla. Con ello se incide en la importancia capital del ejercicio de la memoria en dicha obra, lo que es cierto pero no la agota. Tengo para mí que la vena realista de García Márquez, tan presente en los detalles que, como se sabe, es donde se encuentra Dios, bebe directamente de su experiencia de reportero. Luego, los ancestros, esa abuela que siempre está por medio con sus historias, la madre… todo el elemento femenino le induce al sueño, a construir elementos en el mundo de las formas difusas, próximas a lo originario. De la feliz conjunción de estos dos mundos sale el embrión de la intuición formal de otro, personal hasta el punto de reinventarse un paisaje, de darle un nombre, de otorgándonoslo a nosotros para que volvamos a descubrirlo. Todo esto es su obra. La relectura de estos cuentos, sin embargo, nos remite, sin remedio, al comienzo de la misma. Es el lado feliz de asistir a la germinación de las cosas. En el fondo no es un mal comienzo para enfrentarse a los avatares de una Feria. Remeda a los buenos augurios.

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