Feria del Libro: cambiar un poquito para que todo siga igual

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Imagen de una de las jornadas de la Feria del Libro celebrada en Madrid. / Efe

Finalizada ya la 71ª edición de la Feriadel Libro de Madrid se han confirmado las previsiones más agoreras: oficialmente las cifras de descenso de ventas respecto al año pasado han sido del 19 %, aunque los números no cuadran y si uno se molesta en tomarse cañas de cerveza con los comerciales, esos seres tan criticados porque tratan por igual una obra de Marcel Proust que el último producto de Jorge Bucay, pero muy buscados a la hora de que te den cifras concretas, los números que se manejaban estos días por las casetas de la Feria eran superiores aunque no tan agobiantes como la temporada parecía augurar: bajaron desde enero a mayo las cifras de ventas en las librerías un 40 % , lo que, hablando en plata, es un desastre, y aunque magras, las ventas en la Feria han logrado paliar un tanto esa sensación tan agobiante. De hecho, muchas librerías no habrán echado el cierre este verano por el ligero incremento en las ventas de la Feria, pero este alivio, semejante al de una tormenta de verano en tiempos de sequía, preocupa en gran medida al sector, una industria muy importante en España y que, como en tantas otras, estamos asistiendo poco a poco y con mirada impotente a su desmoronarse. Ahora se trata de salvar, por lo menos, los muebles. En ello estamos.

Inquietud había, y extrema. De hecho, el diario El País ha planteado en dos o tres artículos publicados en las últimas semanas la necesidad de cambiar el modelo de la Feria aportando información sobre otras habidas en el mundo, caso de la de Frankfurt o Guadalajara, cuyo éxito está asegurado y que siguen directrices talmente distintas a las de nuestra Feria. Todo hay que decirlo: los artículos aportaban información pero pocas ideas para cambiar el modelo. Sin embargo, el último  de ellos, firmado por Winston Manrique al día siguiente de que la Feria cerrara sus puertas, el lunes  11 de junio, intentaba concretar en qué podían basarse las acciones que deberían tomarse para ese deseado cambio de modelo. Según parece, el Ayuntamiento, que hasta ahora cedía el espacio en que el evento tenía lugar, el espléndido Paseo de Coches del Retiro, quiere implicarse más en el asunto y ofrece parte de su infraestructura para que la Feria se asiente con unos mimbres más complejos, mejor atados, entre la Administración y el sector del libro. No es para menos, la Feria del Libro de Madrid  es el evento más importante, junto al Día de Sant Jordi en Barcelona, que tiene lugar en España referido al sector y representa el total del 30 % de las ventas anuales del sector. Es lógico, por tanto, que el Ayuntamiento esté preocupado por el deterioro del evento. Desde hace meses, ha habido conversaciones entre el Área de las Artes del Ayuntamiento, que dirige Timothy Benjamin Chapman, y el Gremio de Libreros y Editores con el fin de determinar las acciones a llevar a cabo. El Ayuntamiento propone ceder la Casa de Vacas, el Palacio de Cristal, la Casa de Fieras, quizá Casa de América, quizá alguna sala del Palacio de Cibeles, sede mastodóntica y, por lo tanto, medio vacía, del Ayuntamiento madrileño,  para realizar los actos culturales dela Feria sustituyendo las carpas establecidas en medio  del Paseo y que poseen la insustituible ventaja de acercar  a los autores y a los paseantes en una proximidad sin parangón con otros eventos semejantes y que es parte esencial de nuestra identidad sentimental con la Feria.

Ante los datos aportados por Teodoro Sacristán, director dela Feria del Libro, ya digo, bajada de las ventas en un 19%,  a lo que debe sumarse la del 10% del año anterior, según palabras suyas, pues muchos teníamos entendido que la bajada había sido mayor, incluso la oficial, en fin, una facturación de seis millones y medio de euros, un millón y medio menos que en 2011, las alarmas han sonado y las propuestas para el cambio de modelo se aceleran. Se han prometido reuniones próximamente entre los distintos responsables de la cosa y el Ayuntamiento, y el interés de éste ha llegado a tales extremos que incluso quiere comprar en su partida de libros presupuestada para las bibliotecas municipales a éstos a través de los organismos dela Feria, lo que supone 350.000 euros para este año, y que en realidad no cambia nada pues de una u otra forma la compra del libro siempre pasa por los mismos. También quieren potenciarse las nuevas tecnologías, todo eso del libro electrónico, las librerías virtuales, ya saben… y para ello se dispondrá de espacio WIFI y se mejorará el diseño de las páginas Web. Además, el Ayuntamiento ha ofrecido la posibilidad de quela Feria se integre en las  actividades turísticas que tienen a Madrid como foco. Una idea loable porque daría cobertura publicitaria a un evento que por otra parte es demasiado conocido, después de casi tres cuartos de siglo de existencia, por lo turistas, sobre todo españoles, que visitan la ciudad, lo que en realidad ayudaría poco a la hora de actuar como reclamo.

Una vez informado estos intentos y las sacudidas obligadamente brillantes de  las brain storm asociadas a tales encuentros, uno llega a la conclusión de que la cosa seguirá el año que viene más o menos igual y que los cambios que se proponen tienen algo de esas discusiones bizantinas y un tanto tristes sobre el modo de dar maquillaje a una cara cuando de lo que se está tratando es de salvar una piel quemada. El año que viene, de seguro, firmarán ejemplares de sus libros los Arturo Pérez Reverte o la Almudena Grandes del año, llegados a este punto todos los que venden mucho son iguales en la medida en que venden mucho y se les requiere por ello, y habrá eventos culturales, encuentros con escritores, debates, en las carpas, o, en su defecto, en los locales que otorgue el Municipio. El que se intente mejorar ciertos defectos me parece bien, a quién no, pero no se puede hablar de un cambio de modelo poniendo WIFI y cambiando de locales. Una vez más parece que se pretende vender como cambio aquello que no es, sobre todo en estos tiempos donde está demostrado que el único modo de paliar -nos guste o no- la sangría que padece el sector es no mover la cosa. La razón es muy sencilla: la gente no compra libros por la misma razón que se han incrementado los productos de marca blanca, han bajado las ventas de automóviles y se viaja menos al extranjero: su poder adquisitivo ha bajado y el futuro se les aparece negro. Creo, además, que las autoridades deberían estar agradecidas a la curiosa mentalidad del pueblo español que es capaz de no renunciar a tomar cañas aunque se hunda el mundo. Aunque preocupante, el que haya bajado la venta de libros entra dentro de cierta ligazón al sentido común. El día que los bares, las terrazas, se vacíen,  preocúpense de verdad. Ese día el Juicio Final habrá llegado.

De ahí que tenga poco sentido, o mejor, nos parezca un tanto tonto lo de dar noticia de un cambio improbable, cuando no imposible. Nunca ha sido menos cierta la frase repetida por el sobrino del Príncipe Salina en El Gatopardo que en esta ocasión: ojalá no se mueva nada porque,  a lo mejor, con ello sabremos por fin la razón de porqué no nos movíamos.

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