La baronesa, el electricista y las dos obras maestras

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El arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, comprueba el estado del Códice Calixtino, tras ser recuperado por la policía. / El Correo Gallego-Efe

Yo no sabría decir si la naturaleza imita al arte, como quería Oscar Wilde, pero lo que sí puedo decir es que hoy día el arte no está a la altura de la naturaleza.  La semana ha sido, dejando aparte la sempiterna cruz de los mercados financieros, pródiga en prodigios relacionados con el mundo de la cultura: el mismo día en que se descubría el bosón de Higgs, del que todo el mundo ha hablado tomando partido como expertos conocedores de física, apareció el Códice Calixtino, casi dando la razón por lo que tenía de milagroso al diario La Razón, no es reiterativo, que tituló la noticia del descubrimiento del bosón con un “detrás de él está Dios”, y, además, en un alarde digno de Rocambole, nuestra insigne baronesa subastó La esclusa, de John Constable, en  afamada casa de subastas londinense, por veintiocho millones de euros, provocando que dimitiera Norman Rosenthal, patrono de la Fundación Colección Thyssen, y que, de nuevo, la familia del barón, su hija Francesca de Habsburgo, se enzarzara con nuestra Tita Cervera, a costa de la venta y calificando la cosa de vergonzosa porque anteponía la ganancia del dinero a la conservación del patrimonio artístico, olvidando por un momento los avariciosos orígenes de la saga Thyssen, lo que por un momento llegó a emparentar a la baronesa, por su desmedida afición al dinero, con nuestro insigne electricista de Milladoiro, Manuel Fernández Castiñeiras, autor del robo del Códice Calixtino, al que se le han encontrado en el garaje de su casa de la aldea próxima a Santiago más de un millón de euros en bolsas de basura, el mismo envoltorio que utilizó para ocultar el Códice, más diversos objetos de valor, tal un Libro de Horas que, es probable, hubiera encontrado en el mercado internacional un valor mayor que el del mencionado y famosísimo Códice. Esto en cuanto a las semejanzas. Todo lo demás son divergencias: Manuel Fernández Castiñeiras tenía todo dinero del mundo en efectivo; Tita, nuestra baronesa, es riquísima en obras de arte, en metáforas hechas pintura, pero no tenía un euro en metálico. Uno se ha dedicado por ello al mundo del arte, pero por el lado de la delincuencia; la otra, también se ha dedicado a lo mismo, pero la asisten otros motivos: pertenece al último peldaño de la sublimación del arte como mercancía, aquel que puede contarse su propia historia sin problema alguno.

Una empleada de la casas de subastas Christie's observa el cuadro 'La esclusa', de John Constable, subastado el pasado día 3 de julio en Londres. / Karel Prinsloo (Efe)

Acabo de llegar de Galicia y allí el paisanaje no habla de otra cosa que del Códice Calixtino, pero, comprenderán, con su pizca de retranca, que los gallegos son así, y más cuando se han enterado que el propio Mariano Rajoy va a hacer entrega del libro solemnemente en la Catedral de Santiago. Eso sí es una ofrenda. Lo que tengo por cierto, es que parecían más interesados en las razones y avatares de Manuel Fernández Castiñeira que de la suerte del  propio Códice, y es que la gente es así, más interesada en las historias que en los objetos materiales, un poco como nuestra Tita. Estuve allí con Rogelio Blanco, ex Director General del Libro, que me reveló que la Brigada que se dedica –yo estaba fascinado porque a los tres días de la desaparición del Códice la Policía ya estaba en la pista del electricista de la Catedral–, a la conservación del Patrimonio es de las más eficaces el mundo y me informó también, el dato es alarmante, que el tráfico de objetos artísticos clandestino supera en beneficios al generado por el narcotráfico. Ni que decir tiene que todos nos hemos alegrado de la recuperación del Códice, al igual que del descubrimiento del bosón, y deploramos un poquito lo del cuadro de Constable, pero es que nuestra baronesa no tenía un euro en el bolsillo… todo esto es comprensible, pero lo que no es de recibo es el estado lamentable en que se encuentra nuestra narrativa en estos momentos, tan importante hace años y hoy día haciendo caso omiso de los temas estupendos que genera la crisis. Definitivamente lancemos un réquiem por nuestra narrativa más comercial.

Hace pocos meses José Luís Corral publicó un libro que tenía por motivo central el robo del Códice. El libro se titula, El Códice del peregrino, y es una versión curiosa y un tanto torpe de los múltiples productos espurios surgidos a raíz del éxito de El Código Da Vinci, si éste era un bodrio hay que imaginarse los demás, donde nuestro libro de marras posee un mensaje oculto, que hay que descifrar, claro, donde se ofrecen claves nuevas para entender lo que significa de verdad el Camino de Santiago. No tengo nada en contra de que un novelista, que es profesor de Historia Medieval, quiera ganarse unos euros, de eso en realidad trata hoy este post, haciendo ficción basándose en hechos reales. Sin tener que referirnos a la calidad literaria de la novela, lo que sí echo de menos es que estos temas se traten con un poco más de imaginación, sin recurrir tanto a los clichés de moda. La razón es muy sencilla: si Balzac o Galdós, y si me apuran Simenon, hubiesen tomado cartas en el asunto… quién sabe, pero casi de seguro hubiesen imaginado como móvil el resentimiento, como parece que así ha sido, el ganar dinero fácil cepillándose cepillos,  nunca mejor dicho, durante veinte años, y, si me apuran, hubiesen imaginado a un operario próximo a la Catedral, o a algún cura, también resentido, que, por ánimo de venganza, hubiera sido capaz de perpetrar algo así. En una palabra, hubiesen imaginado verazmente, y ni se les hubiese ocurrido pensar por un momento en claves ocultas y vulgaridades de ese estilo, no que no quiere decir que despreciasen el género fantástico, todo lo contrario, sino la cosilla fácil, falta de imaginación, el producto de usar y tirar. No es de extrañar, por tanto, que el paisanaje no lea Códices de peregrinos y sí los artículos que la prensa regional dedica al asunto: son más divertidos, aproximan más a la gente a los verdaderos móviles de la vida, a la banalidad de los mismos, y, de paso, realizan un acto de justicia por vía vicaria insultando por avaricioso y mala gente a Manuel Fernández el electricista dela Catedral, vecino de Milladoiro, y que asistía a misa diaria. La crisis tiene estas paradojas: el electricista nos sirve de chivo expiatorio de nuestras ansiedades diarias surgidas de la crisis económica mientras los responsables siguen por ahí, a sus anchas, en el último escalafón, aquel que puede contarse su propia historia sin problema alguno porque es él quién la hace.

Intuyo que una vez se ha levantado la veda al prodigio, los tiempos venideros nos van a dar motivo para que la crónica de ahora sea algo leve. Vuelve la literatura fantástica, pero la de verdad.

3 Comments
  1. celine says

    Lo que sorprende es el manoseo a piel descubierta, con su grasilla y todo, del valioso códice. ¿Nadie ha dicho a estos señores que hay unos guantes de algodón para esos manejos? Si quieren hacerse la foto para darse importancia, que lo hagan bien, hombre.

  2. paco otero says

    Bravo Celine.
    PUNTUALICEMOS:
    la seña Tita ha terminado (y no porque le hayan faltao opotunidades) allí donde empezo en las revistas y programas rosa.
    Erik el belga fué y es un señor…eran otros tiempos.
    Los produtos de arte(literarura, pintura, musica, cine etc.)cada vez son mas volatiles y salvo los especialistas en cada materia, la gente de a pie cada vez menos, dejamos de consumir un producto de arte cuando en la promoción,la anuncian hasta en el papel del culo…ejemplos santiagoseguara y los nuevos autores de tebeos del guerrero del antifaz aunque algunos sean hasta academicos…no sigo que me conozco

    posdata
    saludos a Rogelio Blanco

  3. antonio lopez dueso says

    Antes de hacer un comentario tan banal hay que leerse los libros. El de José Luis Corral no tiene nada que ver con «El código da Vinci». La novela de Corral está muy bien escrita y la trama es apasionante. Y además, es catedrático de Historia Medieval de modo que sabe de lo que habla.

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