Los trece escalones del cine español

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En las dos últimas películas que he visto en salas comerciales de Madrid la media de edad de los espectadores era de unos 50 años, que son quienes pueden pagar sin remordimiento los 8 euros que cuesta una entrada de cine un fin de semana. La verdad, no imagino yo a muchos adolescentes, jóvenes del botellón o a familias mileuristas de cuatro miembros pagando esa cantidad por una película, y aún menos si es española y sólo han oído hablar de ella a su primo-sobrino gafapasta que estudia comunicación audiovisual y va a la filmoteca. El cine está dejando poco a poco de ser un bien de consumo general para convertirse en un artículo casi de lujo, y como tal el Gobierno le acaba de aplicar el IVA normal del 21%, subiéndolo de una tacada 13 puntos. A esto de ir al cine tal y como lo conocemos ahora le quedan dos telediarios de Somoano.

En la presentación tardía de los Presupuestos Generales del Estado de 2012, este mismo Gobierno ya le dio el primer susto primaveral a nuestro cine rebajando un 35% las dotaciones del Fondo de Protección a la Cinematografía –la propina de los productores-, y un 35,4% las del Instituto de Cinematografía y las Artes Audiovisuales –la casa madre-. A esto hay que restar la previsible reducción de la inversión obligatoria de los ingresos de las televisiones –un 5% las privadas y un 6% las públicas- pues la tarta publicitaria se está derritiendo -485,2 millones de euros en el primer trimestre de este año, frente a los 589,9 del mismo periodo del anterior-, amén de los 200 millones que le han quitado a la pública de un solo bocado.

Este último golpe al cine vía recaudatoria ha sido premeditado y en dos tiempos, para que el sector lo encaje mejor. El miércoles, durante la comparecencia de Rajoy en el pleno del Congreso, en el que a la diputada Fabra le embargó un deseo de venganza irrefrenable, el sector empezó a intuir equivocadamente una subida de dos puntos en el IVA y la FAPAE  (Federación de Asociaciones de Productores de España) propuso diligentemente que fuesen los productores y los exhibidores los que asumiesen el coste para no cargarlo en el consumidor, sabedora de que nuestros bolsillos tienen bastantes agujeros. Pero cuando el triunvirato portavoz de las malas noticias de los viernes de Consejo de Ministros, Sáenz de Santamaría-Guindos-Montoro, aclaró que el IVA del cine iba ser del 21%, como el de los champús y crecepelos, los principales responsables del sector ya no pudieron esconder su indignación y se explayaron a gusto. El  presidente de la FAPAE, Pedro Pérez, llegó a decir que Rajoy faltó a su palabra; el de la Federación  de Cines de España (del 80% de ellos) FECE, José Ramón Fabra, que la subida supone cerrar el sector; y el de la Academia de Cine y propietario de los Renoir, Enrique González Macho, que el sector morirá.

Y puede que nos les falte razón a los prebostes de nuestro cine, pero no sólo por la subida de este impuesto tan democrático y extemporáneo, sino también porque el cine español hace ya tiempo que está enfermo -ha perdido un 42% de recaudación en los cuatro primeros meses de este año, de 43,5 a 23,5 millones de euros, lo que es infinitamente más preocupante que la subida del IVA- entre otras cosas, por la escasa promoción, la poca calidad de algunos de sus productos, los adulterados gustos del respetable, que disfruta de un doblaje inmune que favorece la penetración de producción externa -las películas de 7 distribuidoras con franquicia multinacional, Warner, Fox, Disney, Paramount, Sony, Universal y Aurum, han tenido 80 millones de espectadores en 2011, mientras que las 18 restantes sólo 17, es decir, cuatro veces menos-, pero sobre todo por el precio actual de las entradas de cine, una de cuyas consecuencias es la falta de espectadores y la otra la piratería (yo, que tengo ADSL de tres megas, prefiero comprarme un DVD por el precio de tres entradas).

Según el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, en 2002 vieron alguna película española 19 millones de espectadores, que pagaron 85,5 millones de euros. En 2011 fueron 15,5 millones, pero tuvieron que pagar 99 millones de euros: es decir, 3,5 millones de espectadores menos en diez años y 13,5 millones de euros más de recaudación. A mí no me salen las cuentas. Ni a Facua tampoco, que constató que desde 2004 las entradas de cine se habían encarecido un 36%, 17 puntos más que el IPC

Por tanto, esta subida del IVA de 13 puntos, todavía deja un margen en 4 para hacer bien las cosas este año y no cargar sobre el espectador el coste de todo el producto, reordenado de paso la Ley del Cine en tramitación y revisando la cadena de costes. Algunos, como el ex presidente de la Academia, Alex de la Iglesia, ya clamaron hace tiempo en el desierto a propósito de la Ley Sinde y la piratería, chivo expiatorio de todos los males, diciendo que Internet era el presente y el futuro. Otros, como Paco León, acaban de estrenar una película en todos los formatos simultáneamente, Carmina o revienta, y parece que no le ha ido mal, a pesar del escepticismo de Pedro Pérez.

En 2002 había en España 1.223 cines con 4.039 pantallas, el año pasado eran 446 salas con 4.044 pantallas. Es decir, que en una década han cerrado 777 salas, 77 cada año, pero el número de pantallas sigue siendo el mismo. Evidentemente ello nos lleva a pensar que en esta selección natural de los más fuertes, serán los multicines los que sobrevivan, en los que  un porcentaje elevado de los ingresos proviene de la venta de palomitas, refrescos y otros sucedáneos comestibles y donde suelen proyectarse películas estadounidenses o comerciales, importándoles tres cominos el cine español, europeo o afgano.

Son tiempos de reformas dolorosas en todo el país porque se acabó el pastel y los prestamistas no nos fían. Quizá también tenga que hacerlas el cine español si no quiere que pensemos que estaba ya más muerto que Carracuca y solo estaban recaudando dinero para hacerle un buen entierro. El futuro pinta en bastos, en multisala, pantalla grande y doblado del inglés. Ojalá que encuentren la fórmula salvadora, que a mi juicio pasa por la mejora y protección de nuestro producto, un control de la distribución y la búsqueda de nuevos cauces de venta, aunque el mercado y los prestamistas no piensen lo mismo y a estas alturas de la película ya nadie les vaya a llevar la contraria.

A la postre lo más triste de todo es la cantidad de gente que va a quedarse sin trabajo en la industria. Yo, para pasar el trago me iré este verano a uno de los dos cines-teatro de Teruel a ver una película española, porque a lo mejor dentro de un telediario ya no puedo hacerlo. Aunque tenga que pagar ocho euros. Y aunque sea de Somoano.

2 Comments
  1. hook says

    Igual pasa en el cine como en la música con los cd´s, las mini-salas no son el formato actual del espectador con el abaratamiento de pantallas enormes y el soporte digital online a demanda. Volveremos al eastmancolor panorámico con salas de pantalla enorme.
    Por eso si pago, por lo tro me quedo en casa.

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