James Joyce es tóxico

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Paulo Coelho. / Wikipedia

En una entrevista concedida al diario brasileño Folha de Sao Paulo, el eximio escritor Paulo Coelho, a quien el periodista preguntó sobre  Ulises, la novela de James Joyce, porque este año se cumple el 90 aniversario de su publicación, dijo que ese libro era “una estupidez”, que su “influencia es dañina para la literatura”. “Es puro estilo” recalcó, “no hay nada allí”, para luego deslindarse de los escritores que escriben a la manera convencional: “No tengo nada que ver con los clásicos, yo soy un escritor moderno”.  Ni que decir tiene que los periódicos de medio mundo, allí donde Paolo Coelho vende, que es en casi todos, no han tardado un segundo en repetir las palabras del eximio escritor que vende mucho, y hasta The Guardian se ha hecho eco del asunto, un diario británico que se ha debido sentir en la obligación de salvaguardar el nombre del escritor irlandés. En definitiva, una serpiente cultural de verano apta para paliar la sequía, lo único de que se puede informar este mes es de festivales de música, y, de paso, me temo, preparar el terreno para el próximo libro del señor Coelho que aparecerá en otoño y venderá tanto como para dar mareos a la mayoría de los que se dedican a esto de la literatura.

Meterse, incluso, aborrecer de Ulises no es nuevo. En su tiempo la profusa Rebecca West, una novelista muy famosa que hoy día nadie lee y provista de un ideario feminista acorde con aquellos años, protagonizó una especie de cruzada en contra del libro de Joyce, cruzada que terminó al final en debate y donde llegaron a intercambiar sablazos dialécticos desde autores como Ezra Pound y T.S. Eliot, que lo aprobó,  o Virginia Woolf , que no gustaba nada de él, a famosos psiquiatras como Carl Jung o jueces de los que nadie quiere saber hoy día su nombre y que sencillamente se limitaron a prohibir el libro. No hace falta, sin embargo, remontarse a las reacciones suscitadas cuando la aparición de la famosa novela. Nuestro Juan Benet decía de ella que era una narración de corte costumbrista y en un alarde visionario pronosticó un futuro nada prometedor para James Joyce. En unos años, pronosticaba, nadie se acordará de él. Recientemente, hacia 2004, el escritor irlandés Roddy Doyle dijo que “la novela podía haberse mejorado si hubiese tenido un buen editor”, frase ambigua donde las haya pues lo cierto es que la primera edición, la de Shakespeare y Company tenía tantas erratas que creo solamente ha sido superada en este siglo por la edición príncipe de Paradiso, de Lezama Lima y en realidad no sabemos a qué atenernos,  si la cosa es cuestión de erratas o de sugerencias más profundas por parte del editor. En cualquier caso Roddy Doyle está excusado: ser irlandés y escritor hoy día es nacer con una losa encima de la cabeza llamada James Joyce.

Sea como fuere, estas declaraciones, sobre todo si se realizan a los cien años de que el libro se haya editado y se haya convertido en un clásico cambian el sesgo de las críticas habidas, por ejemplo, con un libro que es novedad. Miss Rebecca West seguramente se sintió más que contrariada con ese modo de encarar la literatura que pueda sentirse el escritor brasileño Paolo Coelho, que no debe sentirse contrariado en absoluto pues buena parte de las técnicas joycianas se emplean en la publicidad, por ejemplo, o en recursos usuales en las técnicas de cultura de masas. Tengo para mí que el problema surgido en este tipo de aparentes escándalos es que jugamos con palabras iguales que significan cosas distintas. Si yo digo la escritora Rebecca West, el escritor Thomas Mann o el escritor Hermann Hesse, pongamos por caso, y le añado el escritor Paulo Coelho, o el escritor Jorge Bucay justo al lado, podemos llegar a pensar que estamos hablando de personas que se dedican al mismo arte cuando en realidad la única similitud es que todos, al escribir, tiñen de tinta páginas de libros. En lo demás es como comparar a un artista con un charlatán. Coelho vive de su trabajo y eso le proporciona pingües beneficios, algo muy legítimo porque hay mucho lectoricida, expresión de Ramón Gómez de la Serna dirigida aquellos lectores que asesinan a la literatura, que confunden el arte con la terapia de baja estofa, algo que  respeto siempre que el supuesto chamán ilustrado no traspase ciertos límites, y estos consisten en que posee la arrogancia del nuevo rico, esto es, se  siente capaz de opinar de la vida y de la muerte porque gana dinero a espuertas. Lo de hablar de la vida y de la muerte, por cierto, tiene un pase porque, además, es de lo que suele opinar en sus libros y es una de las claves de su éxito. Hablar sobre James Joyce es ya otra cosa porque tiene el riesgo de que las tonterías, hasta ahora dichas en abstracto, todavía recuerdo algunos párrafos antológicos que este hombre dedicaba al Monasterio de Piedra, se concretan en algo sustancial, en un libro que para muchos pasa por ser uno de los grandes del pasado siglo. Opinar como lo ha hecho Coelho de Ulises es un ejercicio de marketing previsible, y bastante tonto. Es, también, prueba de un resentimiento, ya digo, de nuevo rico donde se confunde el dinero que uno gana con la excelencia. Y además, por si fuera poco, expresa con balbuceos de prepúber, que pasan, por opiniones, frases no sólo tontas, sino algo peor, que quieren pasar por gamberras.

Pobrecillo. Por ejemplo, eso de que “su infuencia es dañina para la literatura”. Supongo que cuando Coelho se refiere a literatura se refiere a la suya, no a la de Beckett, Faulkner, Nabokov, en fin pongan aquí lo que quieran, o, peor, a la idea que tiene de lo que debe ser la literatura. Pero el verdadero problema de todo este tonto asunto no viene de la boca de Coelho sino del eco despertado. La mayoría de los periodistas que han dado la noticia es probable que no hayan leído a Coelho y casi seguro que no han abierto Ulises, pero se huelen que hay noticia en que un escritor de éxito se meta con un clásico que tiene fama de inextricable. En verdad, ¿dónde está la noticia de todo esto? De cosas así está hecho el periodismo de ahora, incapaz de pisar la calle porque sale caro, así que es mejor hacer de altavoz a través de la Red y llenar páginas de algo que en realidad es banal. Como comprenderán este artículo no está escrito para reivindicar a Joye por la sencilla razón de que no le hace falta. Tampoco para denigrar a Coelho ya que basta con leer párrafos de alguno de sus libros, sino para mostrar la decadencia de un oficio, el periodismo, que está desmoronándose según pasan las horas.

5 Comments
  1. Ser Pensante says

    Deliciosa columna. Es una alegría llegar hasta el último párrafo coincidiendo en la idea desarrollada.
    Paulo, Paulo… igual lo ha conseguido y, en cien años, cuando en clases de literatura se nombre a Joyce y su obra Ulysses, saldrá a relucir un apartado tipo «tomas falsas» en el que serán incluidas las trascendentales observaciones del gran ganador de dineros, Coelho.
    Seguramente, serán muchos los que pregunten Paulo who?, cuando de James Joyce se hable, para ayudar en la definición de la palabra literatura.

    Bravo Paulo, esta vez serán muchos libros vendidos que hay mucha gente por ahí esperando a iniciar su proceso de desintoxicación.

  2. Sira Gomez says

    En realidad el tóxico es el «eximio». Entre comillas, claro, porque de eximio no tiene nada.
    Juan Ángel Juristo, anhelaba tu columna.

  3. Diana Elizabeth Correa says

    Este artículo me ha llenado de gozo, ha alimentado mi esperanza!! todavia hay periodistas que sin tomar en cuenta el $ se atreven a escribir sus reflexiones sobre el valor de la literatura… Que osadia y pretensión la de Cohelo…sólo para mantenerse identificados con sus «fans»

  4. Natividad says

    Primero gracias porque me encanta leer vuestra columna. Literatura hay de todo tipo como personas existen, pero me preocupa ver como por vender se desprecia a buenos escritores ( igual no entendió el libro ). Predicar con el ejemplo seria una buena costumbre Sr. Coehlo. Feliz verano a todos!

  5. Mercedes Arocha says

    De James Joyce he leído toda su obra. de Coelho, apenas he podido terminar
    un párrafo. Me resulta infumable

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