Ofelia de Pablo
Los ecos del mundial de fútbol ya se han apagado en la Ciudad del Arcoirirs de Nelson Mandela. El grandioso estadio construido en Soweto, uno de los suburbios de Johannesburgo, que acogió el primer mundial del continente africano, permanece en pie como mudo testigo de todos aquellos gloriosos momentos. Los focos del planeta sobre Sudáfrica se apagaron pero la vida en lo guetos continúa como si nada hubiera pasado. Hoy encontramos a Mbali, de 11 años, caminando un día más por el guetto de Alexandría –uno de los suburbios más peligrosos de la ciudad- para ir al colegio. En la mano lleva su cartera y en la otra un balón de fútbol. Ella quiere ser como las Banyana Banyana –el mejor equipo de fútbol femenino africano-. En su habitación –que comparte con toda la familia- tiene pegado un cromo del equipo donde visten las amarillas camisetas de la selección sudafricana. Las llaman ‘las heroínas del fútbol’ y no es para menos: en el camino para llegar hasta aquí algunas hasta han perdido la vida. “Ellas son la esperanza para todas las niñas, la mayoría de sus estrellas han salido de los suburbios y ahora triunfan en todo el planeta” –nos dice la madre de Mbali al enseñarnos los cromos que su hija guarda como un tesoro.
Decidimos acercarnos a Preotria, a una hora de coche de Johannesburgo, donde entrenan las Banyana Banyana. Aquí encontramos a Busisiwe –Busi, como es conocida por sus fans–, que ha sido fichada por un equipo de Estados Unidos. “En mi casa recibía constantes palizas por jugar al fútbol. Nadie entendía que este deporte podía ser para las mujeres. He tenido que entrenar en secreto, que esconderme”, nos cuenta. Tal como reza el slongan de su anterior club, el Mamelodi Sundows, “el cielo es el límite”, y ella siente que ahora va camino “de ser una estrella”.
Estas chicas, como el resto del equipo, vienen de los suburbios más pobres y duros del planeta. Desigualdad, infancias difíciles y problemas familiares forman parte de su día a día. Su entrenadora Anna Monate nos dice “que han trabajado muy duro para llegar a ser las mejores y así salvar sus vidas de un futuro desalentador. Para la mayoría de las chicas, no conseguirlo suponía volver al gueto y a una vida de miseria”
En el equipo femenino han tenido que crear residencias para que las chicas no tengan que volver al gueto porque en muchos casos sus familias no las dejaban volver a entrenar. Pensaban que eso del fútbol era cosa de hombres. En los suburbios, tradicionalmente, el papel de la mujer es ser madre –incluso desde los 11 años– o, en los peores casos, la prostitución. A veces los entrenadores han tenido que negociar directamente con la familia y darles dinero para que las dejaran ir a las competiciones y en la más dramática de las historias a Eudy Simelane –una de las mejores jugadoras de la selección Sudafricana– ser mujer, jugar al fútbol y declararse lesbiana le costó la vida. La violaron y mataron por defender sus derechos. “A Eudy le aplicaron lo que aquí llaman una ‘violación correctiva’ –nos explica la entrenadora– que es algo así como pretender ‘curarte’ tu orientación sexual con una violación. Con ella se les fue de las manos y después de violarla la mataron”.
Hoy en día, el Banyana Banyana está considerado uno de los mejores equipos de fútbol femenino del momento, incluso dicen que su juego es de mayor calidad que el de los hombres pero “ya se sabe, es aún un un deporte de hombres, aunque lo hagan peor”, señala Chantelle –otra de las jugadoras- con una sonrisa.
Pese al drama que se continúa vivendo día a día en los suburbios, “los campos de fútbol están llenos de ilusión. El tesón y la fuerza de estas chicas muestran un camino de esperanza para todas las mujeres. Son la nueva luz de Sudáfrica”, afirma Anna.