Flores y Frisco (California)

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La noticia, que daban en un breve espacio, por la radio, sonaba a viaje por la máquina del tiempo; el día 18 de agosto murió Scott McKenzie. Bueno, ¿y qué? ¿Cómo que “y qué”? Los versos de su canción If you are going to San Francisco be sure to wear some flowers in your hair sonaron un tiempo como receta para sanar melancolías y otras inconveniencias del ácido lisérgico y aledaños. Pero eso es lo de menos. Esa canción, aparte de un himno hippie y un hit que le dio buenos dólares a su autor, esa canción fue la primera que me compré yo con los ahorros de la propina del domingo. Era un single.

En tiempos de descargas de canciones, en los que la ilusión de que todo es posible campa por todas partes, es un lujo emocional que te dé un vuelco el corazón porque suene San Francisco en la radio, aunque luego tengas que lamentar la muerte de McKenzie. Fuga de ideas: ¿no se llamaba McKenzie el mando militar que hizo la guerra con Forrest Gump? A lo que vamos.

Escuchada ahora, ocho mil años después, esa cancioncilla puede resultar ñoña, facilona y meramente comercial. Por lo visto no era más que un reclamo para promover el Festival Pop de Monterrey. Soy consciente de que no se trata de la mozartiana Sinfonía Júpiter ni siquiera de los desgarrados lamentos de Ne me quittes pas, pero déjenme que les diga que hay canciones, como olores, que tienen un poder de transportarte en el tiempo, tan nítidamente, que producen hasta vértigo.

Ni siquiera fue McKenzie el autor de la canción, sino que la escribió John Phillips, el músico amigo de su madre, con el que empezó a trabajar a finales de los 50. Fue Phillips también quien formó el grupo The Mamas & the Papas con la gran Cass y Michelle Phillips y Doherty. Pero todo esto viene en la wiki, no importa tanto; aunque ¿cómo no tararear de vez en cuando Dream a little dream of me?

Lo que yo quería escribir es la emoción que ha despertado en mí esta noticia de la muerte del cantante. En aquella adolescencia, una se imaginaba la vida en las ciudades de California, las canciones pululando por todas partes, la gente viviendo feliz en sus protestas contra la guerra de Vietnam, en sus prácticas de vida fácil, de movilización por causas dignas de mención, librarse de los sujetadores, proclamar el amor libre, gritar contra la injusticia y el racismo, algo así como un The way we were menos decepcionante y fallido. El futuro parecía tener todavía cara y ojos.

Pero soy consciente de que no doy con ello. No consigo escribir lo que quiero. Es como cuando te sale genial cantar “pensando” y luego, al emitir la voz, sueltas un ridículo gallo con el que ni logras imitar la sombra de tu pretendida canción.

El caso es que ha muerto Scott McKenzie, cuyo mérito para la historia ha sido cantar una canción. El grabó muchas más, toda su vida anduvo sobre escenarios, entre guitarras y melodías. Pero, mientras su rostro se arrugaba y se le volvía blanco el pelo, iba acomodándose dentro de él una enfermedad de esas raras –síndrome de Guillain Barre- que eligen el sistema nervioso como cuartel para cometer sus fechorías. Y se acabó. Como la cándida adolescencia. Y eso duele.

1 Comment
  1. Pascual García says

    Como ha cambiado el cuento desde entonces, compañera. Yo también tengo el single de las flores en el pelo.

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