Infierno blanco

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Pascual García

-Estuvimos andado catorce días, con sus catorce noches. El viento y el agua helada buscaban nuestras caras. Es cierto. Se lo juro. Las caras era lo único que llevábamos al descubierto y todo el viento y el agua que circulaba alrededor de nuestros cuerpos se dirigía hacia allí, hacia nuestras caras. Se nos entumecieron las orejas, la nariz y los dedos de los pies y de las manos y dejamos de tener consciencia de que llevábamos algo colgando entre las piernas durante unos cuantos días. Le juro que no me he empalmado ni una sola vez en dos semanas. Algunos de los miembros del convoy se fueron quedando por el camino. Iban muriendo superados por el frío y por la acumulación de adversidades, que nos tocaron las pelotas durante todo el trayecto. Solo recuerdo viento, frío, y circunstancias adversas… Una pesadilla… Ayer, entrada la noche, atisbamos unas luces tiritonas de neón entre la pradera blanca y congelada. Serían otras tres o cuatro horas de marcha, pero serían las últimas… Lo habíamos conseguido… Allí estaba, en medio de la nada blanca, resplandeciente, orgullosa, inmaculada, la oficina del paro… Y aquí estoy, otra vez, como cada 14 de mes, medio congelado, para fichar y para preguntarle a usted si hay algo para mí.

-No hay nada.

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