Aurora Bautista, muerta en la Milagrosa madrileña de una insuficiencia respiratoria que se la ha llevado en apenas veinticuatro horas, a los 86 años, fue una actriz de esas que marcan el imaginario de una época, muchas veces para desgracia de ellos mismos. Cuando niño identifiqué siempre a dos mujeres con el cine español que se hacía en los cincuenta, una era Ana Mariscal, que pienso se debía creer un poco la Leni Riefensthal del Régimen, y otra era Aurora Bautista, una actriz amable, de gran calidad, que en esos años se identificaba con la Juana La Loca, de Locura de amor, de Juan de Orduña, una película que supuso su consagración como actriz pero también su casi definitivo encasillamiento en papeles retóricos y llenos de buscado dramatismo, como era natural en el perfil de las heroínas caras al franquismo más irredento: Aurora Bautista significó en esos años, los del contrato con CIFESA, no sólo Juana La Loca, sino Agustina de Aragón, nada menos, interpretando a dos de las figuras históricas emblemáticas de un pasado que aunque no inventado por los hacedores de mitos del Régimen si fueron exagerados hasta límites paródicos.
Sin embargo, Aurora Bautista, como tantos otros, Fernando Rey, sin ir más lejos, los dos hijos de represaliados por el Régimen, logró a base de talento zafarse de esa pesada losa. No hay fórmula alguna para ello, consiste en creer en tu propio oficio y tener la certeza de que el papel que te están ofreciendo es aquel adecuado a tus dones. Aurora Bautista consiguió quitarse esa mordaza de heroína irredenta muy pronto, algo que no le pasó a gentes como Amparo Rivelles o Alfredo Mayo, que hasta que Carlos Saura o Luís García Berlanga no se fijaron en él, muchos años después, no pudo quitarse de encima el sambenito de haber interpretado al trasunto del propio Franco en aquel Churruca de Raza que dirigió José Luís Saenz de Heredia. Ya en 1953, Manuel Mur Oti, por ejemplo, un director de cierta calidad al que habría que reivindicar por esa mezcla de autor extraño y genialoide a la vez que lleno de un intenso aire pícaro, la dirigió en Condenados. Parece ser que la película se hizo a petición de la propia actriz que no quería que se la encasillara en esos papeles melodramáticos en que se veía encarcelada para siempre y recurrió a Mur Oti porque sabía que éste, deudor de una estética más realista, se inventaría para ella otra cosa. Hay que reconocer que la cosa no salió bien. No por Aurora Bautista que, poseedora de una inmensa intuición, sabía que tenía que salir como fuese de esos papeles ruinosos, sino por los dos: según confesó el propio Mur Oti él era un pedante y ella sobreactuaba en lo único que hasta entonces había hecho en cine, voces desgarradoras, poses exageradas, retórica convertida casi en caricatura.
Pero Aurora Bautista, aunque al filo de la misma, siempre supo evitar caer en lo que se esperaba de ella, es decir, de una u otra manera las mil y una versiones de Juana La Loca inventadas para su lucimiento. Se refugió en el teatro, que siempre ha sido el lugar seguro para los actores genuinos, y allí interpretó, a las órdenes de José Tamayo o Luís Escobar, Medea, Antígona, Fuenteovejuna, e incluso La gata sobre el tejado de cinz o Yerma, de García Lorca, esto fue en 1960, pero el país todavía no había cambiado mucho. La idea de que la obra fuese prohibida, fue una de las primeras representaciones de Lorca durante el franquismo, hacía que la Bautista se excitara y exagerara sus gestos, Luís Escobar dixit, hasta el punto de la desesperación del propio director. Al final no pasó nada y Yerma se estrenó sin problemas y Aurora Bautista logró no sobreactuar en demasía.
Podrían contarse multitud de anécdotas sobre la pasión casi caricaturesca de Aurora Bautista por los gestos exagerados a pesar de su búsqueda de otro tipo de papeles más realistas. Pero cuando uno busca con denuedo al final encuentra. La obra que supuso un antes y un después en la carrera de Aurora Bautista fue La tía Tula, de Miguel Picazo, película que hizo a su regreso de México, donde contrajo matrimonio. Estamos ya en 1964 y en los inicios de un nuevo cine español, que daría nombres como Basilio Martin Patino, Carlos Saura y, si me apuran, hasta el mismísimo Manuel Summers. La película, protagonizada por Carlos Estrada e Irene Gutiérrez Caba, es una versión bastante digna de la novela homónima de Miguel de Unamuno, y el papel que encarna aquí Aurora Bautista está en las antípodas de los que solía hacer y a los que estaba tan acostumbrada.La Bautista, con esos primeros planos donde la pasión escondida, atroz, de asfixiante ambiente católico, hacia una maternidad explícita e irrealizable, esconde una represión sexual feroz pero narrada de manera muy sutil, hizo de ella un emblema de ese otro cine español que despuntaba y que era capaz, mediante oscuros ardides, de realizar críticas al Régimen. Aurora Bautista se convirtió en metáfora misma de la situación cambiante del país: pasar de Juana La Loca o Agustina de Aragón a la Tía Tula fue tarea recompensada. Aurora Bautista logró, por fin, sacudirse la losa de Juan de Orduña y de CIFESA. En cierto modo, de la etapa más oscura del Régimen, la de la posguerra.
Después de La tía Tula, Aurora Bautista hizo papeles importantes pero secundarios, sin llegar nunca a la notoriedad conseguida en esta película. No fue culpa suya, sino sencillamente de que los tiempos habían cambiado. Y si es verdad que por ahí andan Divinas palabras, de José Luís García Sánchez, Amanece que no es poco, la película enloquecida y caótica de José Luís Cuerda, incluso Octavia, de Basilio Martín Patino o Tiovivo c. 1950, de José Luís Garci, una de sus últimas apariciones, bien es cierto que, por la fama que arrastró, merecida, de actriz declamatoria, y ello a pesar de La Tía Tula, terminó sus días encasillada en cierta manera en actitudes retóricas que aprendió de joven y de las que nunca logró desasirse. Sus últimas actuaciones fueron homenajes velados de cineastas jóvenes a aquella actriz del pasado que estaba presente en sus infancias. Aurora Bautista fue siempre consciente de ello. A pesar de las heroínas que interpretó, su realismo era legendario. Se engañó poco.