Mo Yan, el escritor que no hace comentarios

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El escritor chino Mo Yan posa antes de una rueda de prensa que dio en Pekín en agosto de 2011. / Yan Bo (Efe)

Este año el gobierno chino puede respirar tranquilo: le han dado el Premio Nobel a un escritor que no causa problemas en su país. El anterior galardonado con el Nobel de Literatura (2000), Gao Xingjian,  huyó  en 1987 y sus obras están prohibidas desde entonces, y los otros dos chinos que lo han logrado desarrollan sus carreras científicas en el exterior. Todo esto si no tenemos en cuenta al Premio Nobel de la Paz en 2010 a Liu Xiaobo, al que le galardonaron mientras cumplía condena en una cárcel china. Habría que preguntarse la razón que ha impulsado a la Academia Sueca a otorgar el Premio a un autor sin problema alguno en sus país, los tuvo en su momento, y que parece el escritor idóneo para representar la imagen que la nueva China quiere desplegar en el exterior: moderno, abierto a las influencias extranjeras, pero profundamente chino en sus orígenes. En realidad no hace falta, esa condición parece la adecuada para los nuevos tiempos que corren y la influencia real que China está teniendo en el mundo. Así, mientras se declara abierto a las influencias de William Faulkner y de García Márquez, despliega todo su saber centrado en el ejemplo de Lu Xun, el padre de la moderna literatura china, como si su devenir literario se correspondiera punto por punto con el de su propio país, capaz de realizar proezas tecnológicas y llevar a buen puerto unas Olimpiadas, ser la segunda o tercera potencia económica mundial y, a la vez, no renunciar un ápice a sus orígenes. Mo Yan y la República Popular China parecen hechos el uno para el otro. Como a medida.

Y lo cierto es que si repasamos la historia de este hombre nos percatamos que puede ser tomado como una metáfora de la historia reciente de su país. En eso hace honor, por ejemplo, a su nombre con el que se quiso dar  a conocer, Mo Yan, en realidad se llama Guan Moye, que significa “el que no habla” o “abstente de hacer comentarios”. En Hong Kong, que es una zona en la que la libertad de expresión se cumple porque posee una legislación distinta, el escritor, en una charla con estudiantes, llegó a decir que se había puesto ese nombre para recordarse de continuo que era mejor morderse la lengua antes que hablar. Inmejorable metáfora de la situación de la censura en China durante decenios. Si, además, alía esa lealtad a su nombre con una inteligencia muy sutil, que la tiene, el resultado no puede ser más idóneo. Hay disidentes como el escritor Ma Jian, autor de Pekín en coma, libro prohibido en China, así como el resto de sus obras, que achacan desde hace tiempo a Mo Yan una permisividad respecto a la falta de libertad de expresión en China bastante sospechosa, pero a la vez este hombre puede, sin rebozo alguno, afirmar que estuvo perseguido cuando la Revolución Cultural y que una novela suya, Grandes pechos, anchas caderas, estuvo prohibida en su país en un determinado momento.

Cubierta de 'Las baladas del ajo', editado en España por Kailas.

Autor de cerca de ochenta obras, entre novelas, ensayos y narraciones cortas, en España le conocemos por cuatro novelas, entre ellas Sorgo Rojo, en realidad debería llamarse El Clan de Sorgo, cuya versión cinematográfica de Zhang Yimou, con una interpretación soberbia de la actriz Gong Li, ganó el Oso de Oro del Festival de Cine de Berlín en 1988 y le dio  a conocer en el mundo, y la mencionada Grandes pechos, anchas caderas, amén de Las baladas del ajo, que es justamente el libro que la Academia Sueca ha resaltado de toda su extensa obra, resaltando su realismo alucinatorio. En realidad, ya lo hemos dicho, la inteligencia de Mo Yan es tan sutil que ha conseguido escribir desde una perspectiva engañosamente rural el destino de una nación moderna. Para eso hay que tener también cierto talento. Su paisaje es la China rural, centrado en la comarca que le vio nacer, en Shandong, pero los avatares que describe tienen siempre por causa decretos venidos de sitios lejanos, Pekín, con urgencias de modernización. En esto es una literatura que hunde sus raíces en la China ancestral, con los decretos justos o tiránicos del Emperador.  En La república del vino, por ejemplo, llega a describir los estragos causados por las reformas de Den Xiaoping en 1978, que dio alas a la corrupción y al libertinaje en sitios hasta entonces muy sobrios en un país que se denominaba comunista pero practicaba el liberalismo más salvaje. El libro, y aquí me reitero punto por punto sobre su sutil inteligencia, es una novela avalada por el régimen y, sin embargo, ha sido un libro que ha recorrido el mundo entero y ha dado a conocer a miles de lectores occidentales los encantos de una China apartada, sí, pero también la brutalidad de muchas de las actuaciones de sus dirigentes y el trasfondo implacable que se esconde detrás de muchos de esos decretos. Para un escritor cuyo lema es “abstente de hacer comentarios” la cosa no deja de ser sorprendente. Y que encima el régimen no lo vea con malos ojos, aún más curioso.

¿Dónde radica entones su secreto? Es probable que no haya ninguno y que los intereses de Mo Yan y los del Gobierno chino coincidan, y punto. Quizá no haya nada más, salvo la cautela proverbial en este pueblo, por otra parte. Así, critica todo lo que sea susceptible de ello en la novela pero luego, en la plaza pública, se abstiene de hacer comentarios, y cuando los hace  son mediante charlas sutiles, llenas de ironía y dobles juegos que todo el mundo entiende pero que pondrían en un brete a quien quiera interpretarlos al pie de la letra. Esa ambigüedad le es cómoda al régimen chino porque le garantiza aplomo y mesura en un ambiente opositor de gestos desmedidos. He leído a Mo Yan en su momento y me parece un escritor bastante digno, aunque para un occidental cualquier novela china nos parezca tradicional, y supongo no habrá objeciones respecto a su calidad cuando otras veces se han galardonado escritores de dudosa obra, sobre todo en prosa ya que los poetas parecen conocer mejor suerte, pero lo que me causa cierto resquemor es la entrada por la puerta de atrás en la Academia Sueca del poderío chino. ¿Habrá quien lo niegue?

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