¿Es exagerado afirmar que con la muerte de Tony Leblanc se nos ha ido el gran actor cómico del cine español de la segunda mitad del siglo XX? Creo que no. Sin embargo, a él, cuando se le decían esas cosas, le gustaba recalcar, ahí se le notaba esa superstición y respeto por la cultura que tuvieron en su día las llamadas clases humildes, que había nacido en el Museo del Prado. Recuerdo que cuando colaboraba en el programa de televisión Autorretrato, con José Luís Jover y Pablo Lizcano, se nos ocurrió rendir homenaje a Tony Leblanc, éramos muy eclécticos pues a la semana siguiente nos dio por Conchita Montes. Pero a lo que iba. Me veo entrando en un hall de una casa en Villaviciosa de Odón que recordaba mejores tiempos, la entrevista se hizo pocos años después de que el actor tuviera un accidente de tráfico en 1983, recuerdo que nos dijo que gracias a que el coche que llevaba era un Mercedes aún podía contarlo, que hizo que no pudiera dedicarse a lo que más quería, el teatro, y allí departimos una tarde con un hombre casi destruido por el accidente, con los ingresos mermados hasta límites insospechados, lleno de recuerdos hacia el cine y el teatro que su falta de movilidad rendía patético, triste hasta la exasperación, pero con una vitalidad pasmosa. Fue cuando, llenándose de orgullo, dejando que los ojos se le achinaran de manera picaresca, alzando la barbilla, nos dijo que había nacido en el Museo del Prado y, luego, tras una pausa para que nos recuperáramos de la sorpresa, la verdad es que nos documentamos bien y lo sabíamos de antemano, quiso explicar tamaño misterio al afirmar que su padre era conserje de la institución y que tenía casa en el recinto. Como Antonio Machado en aquel Palacio de las Dueñas. Genio y figura.
Ni que decir tiene que aquella entrevista le hizo feliz porque se sentía marginado por el accidente. De ahí que ahora que Ignacio Fernández Sánchez, que así consta su nombre en el registro civil, ha muerto a los 90 años, que es una edad estupenda para hacerlo, sea obligado citar por todo lo alto a Santiago Segura, el actor y director de cine de Carabanchel, ¿sabría Santiago Segura que Tony Leblanc había sido pichichi del Real Club Deportivo Carabanchel con 23 goles a su favor? que le resucitó, no hay otra manera de decirlo, cuando le dio un papel en Torrente: el brazo tonto de la ley, en 1998, por el que le dieron el Goya al mejor actor de reparto. Entonces comenzó la otra vida de Tony Leblanc, una vida que no logró eclipsar a la rutilante, la luminosa, la del cine de los cincuenta y sesenta, cuando se convirtió en el actor emblemático de la comedia española, que es el género en que nuestro cine ha descollado desde que es cine.
¿Qué decir de Tony Leblanc?, ¿habrá que recordar su etapa de boy en la compañía de Celia Gámez?, ¿o su debut como actor en aquella Los últimos de Filipinas? , ¿sus éxitos, Las chicas de la Cruz Roja, donde estaba inolvidable como novio de Concha Velasco, o El tigre de Chamberí, donde engatusaba a un magnífico José Luís Ozores?, ¿ o Los tramposos, el fin, todo aquello del timo de la estampita, impreso en el imaginario popular con más impronta que el día del Corpus?,¿o Historias de la televisión, segunda parte de la estupenda Historias de la radio? Estoy citando las mejores y más entrañables películas del momento porque el problema de la comedia española es que junto a destellos uno tiene que vérselas con la compañía abrumadora de la comedia facilona con los realizadores que entonces parecían tener el monopolio de buena parte del género: Pedro Lazaga, José Luís Saénz de Heredia, Antonio Ozores… Tony Leblanc lo llevó como pudo.
De ahí que en los setenta dejara el cine y se centrara en la televisión y el teatro. En televisión renovó al imaginario popular, algo que no le acontece a casi nadie nunca pero el que lo consigue le ocurre una vez en la vida, que pasó de aquel timo de la estampita a recordarle por “Mi padre tiene un barco, mecachís en la mar” del personaje Cristobalito Gazmoño, que bordó, o el de Kid Tarao, “Estoy hecho un mulo”, “De la Casa de Campo al gimnasio, del gimnasio a la Casa de Campo”, un patético boxeador que debió recordarle a Tony Leblanc una juventud envuelta en la niebla, cuando llegó a ser Campeón de Castilla de los pesos ligeros, deporte del que se dolió siempre por su decadencia, cosa que no le ocurrió con su otra gran pasión, el fútbol. Últimamente sentía adoración por Iker Casillas.
Los cómicos que dignificaron el arte del cine y el teatro de la posguerra hasta bien entrados los setenta fueron pocos pero magníficos. Se me ocurren Pepe Isbert, Manuel Gómez Bur, cuando CIFESA cede el paso a SUEVIA FILMS, José Luís López Vázquez, Gracita Morales, el gran José Luís Ozores, quizá el más dotado de todos ellos, en fin, quizá Fernando Fernán Gómez, aunque éste rebasaba el género, un escondido Cassen, al que Luís García Berlanga supo sacarle todos sus recursos desde temprano… ¿qué lugar ocuparía Tony Leblanc entre todos ellos? Desde luego era el guapo, por tanto, el galán, por tanto, el que se inviste de cierta personalidad cínica y castigadora con las damas, risueño, simpático… Esta caracterización resume buena parte de su querencia como actor, pero no lo agota. Hay, había, en Tony Leblanc un lado sombrío que nunca dejó se transparentase tamaña cualidad salvo en contadas ocasiones. Pero aunque lo ocultase terminaba por manifestarse. El pariente de Torrente es significativo, al igual que el personaje gore que interpretó en la continuación de la saga… un rasgo que combinaba con el entrañable del quiosquero de Cuéntame como pasó. Polifacético Tony Leblanc…
La muerte es siempre la hora de las loas y llevar la contraria es exponerse a las iras de la gente de bien. Pero no me importa decirlo, Tony Leblanc no fue un buen actor, jamás pasó de mediocre y sus papeles más recordados, muchísimos otros de la época los hubieran bordado, mientras él se limitó a cumplir. Lo de Cristobalito Gazmoño en la tele fue el mayor bochorno en el que un actor podía incurrir, patético.