Dickens, siempre en Navidad

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Retrato de Charles Dickens. / (Wikimedia Commons)

Que Charles Dickens es autor socorrido en estas fiestas navideñas y ha pasado a convertirse en alguien más con el que se cuenta, no es nada nuevo: a Mister Scrooge se le da rienda suelta todos los años por estas fechas y, por otro lado, es justo que así sea ya que Dickens tiene el honor de ser el autor occidental moderno capaz de haber contribuido en gran medida  a imaginar la Navidad tal y como la vivimos. Películas norteamericanas, series de televisión, todas basadas en la especial conformación arcádica del fuego del hogar, de las canciones, de las reuniones en torno al árbol, del atisbo de redención y solidaridad con el prójimo en una revisión moderna de la fraternidad cristiana, hacen de los cuentos navideños de Dickens algo más que un referente para estas fiestas. Son parte indisociable de las mismas.

Este año, además, se cumple el bicentenario del nacimiento del escritor, aniversario celebrado con reediciones de sus obras. Cuando quedan pocas semanas para que acaba el año salen a la luz sendas publicaciones de sus obras, los Cuentos de Navidad en Mondadori, por primera vez publicadas juntas en español, con ilustraciones bellas, azuladas, expresionistas, de Javier Olivares, y Grandes esperanzas, publicada por Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, con casi un centenar de ilustraciones debidas a Ángel Mateo Charris, dentro de una mítica colección de clásicos ilustrados de la que esta novela es su última joya bibliográfica.

Cubierta de la obra del escritor inglés editada por Mondadori.

Pocos escritores son susceptibles de ser ilustrados como Dickens, su otro contrario y que detestaba las ilustraciones era Gustave Flaubert, hasta el punto de que parece que nuestro escritor requiere imágenes de sus textos. Hay una razón. Poderosa. Dickens es un escritor que posee una enorme plasticidad, hasta el punto de que, leyéndole, se le dispara al lector la imaginación visual. En un mundo dominado por el cine y la televisión, ese legado dickensiano se aminora, pero hay que imaginar las luces de gas y los quinqués, a  cuya luz el padre de familia leía a ésta los folletines dickensianos publicados en los diarios para entender en puridad esa fascinación plástica. De ahí la necesidad de ilustrarlos, necesidad que ha dado a grandes dibujantes, empezando por Cruikshand, el mejor de todos ellos, o Phiz,  la oportunidad de imaginar, de poner rostro,  a la multitud de personajes que pueblan sus novelas. Así, el lector occidental tenía ya una imagen formada de Scrooge antes de que el cine se ocupara de su Canción de Navidad. Esta cualidad es fundamental.

De ahí que la destaquemos en estos libros que se presentan como ediciones inmejorables. Y si Scrooge conmueve, sobre todo en estas fiestas navideñas, no hay que olvidar a Pip, el protagonista de Grandes esperanzas, donde Dickens, siguiendo un modelo tomado de las novelas del siglo XVIII, mucho más cínicas y menos conformes a imponer una sentimentalidad fraternal, relata la vida de un niño de modesta condición hasta su formación como caballero y su inmersión adecuada en la buena sociedad victoriana, industrializada, imperial, gazmoña en apariencia, de aquellos años. Es curioso, por eso lo destacamos, que una de las pocas novelas de Dickens que no apareció ilustrada en su primera edición fuera Grandes esperanzas. Hubo problemas técnicos y no se encontró al ilustrador adecuado hasta muchos años después. La cosa no influyó en las ventas de la narración, pero dejó huérfanos a una miríada de lectores que todas las semanas esperaban con anhelo la nueva entrega de su escritor preferido. De esa correlación entre letra e imagen habla con creces el hecho de que Dickens supervisaba las ilustraciones y daba consejo a los dibujantes, pergeñaba con ellos las situaciones del libro que había que tratar y resaltar, de tal manera que puede decirse que esas extrañas atmósferas de los dibujos de Cruikshand, por ejemplo, y que son los que siempre me vienen a la cabeza cuando leo una novela de Dickens, se deben en gran parte al novelista, atmósferas que prefiguran el expresionismo, con sus trazos nerviosos y sus imágenes rabiosas, extrañas, con blancos y negros que parecen pelearse entre ellos, alborotándose.

Portada de la obra de Dickens editada por Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores.

El libro, pues, incluye 58 ilustraciones en negro, 3 cabeceras en color, 24 ilustraciones a una página o doble página, las guardas con ilustraciones del escritor y, por si fuera poco, unos cartones donde Ángel Mateo Charris recrea la Inglaterra de Victoria. Todo un reto, habida cuenta de la multitud de grandes ilustradores que le han precedido.

Por otro lado, aunque menos profusos en las ilustraciones, la edición de Cuentos de Navidad, mucho más modesta, es digna de mención. Javier Olivares recrea una atmósfera dickensiana coloreada en azul, lo que le da un trazo expresionista de entrada, pero, además, inunda de tremenda melancolía el panorama que dibuja. El resultado es de una enorme plasticidad, y refleja bien a las claras que con talento se puede incluso intentar remontar la imagen que ilustraciones pretéritas y fotogramas nos han dejado de Scrooge. Y me refiero a este personaje por ser el más popular de las cinco narraciones que componen el libro. De El Grillo del Hogar, por ejemplo, que es narración que goza de mis simpatías como lector, apenas sus personajes ha dejado huella en el lector español. Y lo mismo puede afirmarse de las tres novelas restantes.

La edición de estos dos libros son un bello y digno colofón al Bicentenario de Charles Dickens, tan recurrente estos días como el portal de Belén, la lotería del día 22 y las francachelas, una vez dejados al albur de cada uno rituales como la Misa del Gallo. No es poco mérito el del escritor: haber competido en la conformación del imaginario navideño con un ritual milenario. Chesterton lo sabía. Por eso escribió la mejor biografía sobre Dickens. Mejor todavía que la de San Francisco, que fue el que se inventó lo de la mula y el buey en los belenes.

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