J. K. Rowling, de la magia a la potagia

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Todo acontece para hacer de J. K. Rowling un símbolo mediático de nuestro tiempo, desde su estatus de triunfadora como una de las personas más ricas del momento, cosa que gusta a la mayoría de la gente, como a  su pasado de mujer de la ordinary people en paro, que también gusta, sobre todo si, luego, la cosa tiene un final tan feliz como el presente que parece gozar nuestra autora. J.K. Rowling, cuenta la leyenda, estaba desesperada en la mesa de un pub de su tierra, en paro y sin futuro por delante, para colmo con hijo incluido, algo así como lo que les ocurre a millones de jóvenes europeos ahora, cuando pergeñó una idea: a partir de ahí se le ocurrió escribir sobre un niño que quiere ser mago. Harry Potter vino, pues, al mundo de la mano de una desesperada de la fortuna y ésta, maternal, la acogió  en su grandioso seno. Ahora, agotada la teta nutricia de la saga de Harry Potter, va ya por siete entregas, el mago niño está ya en edad de dedicarse al sexo ramplón y esas cosas más propias de un adulto, nuestra autora nos sorprende con la escritura de una novela “para adultos”, ¿qué querrá decir?, Una vacante imprevista, donde se nos ilustra en una trama que contiene corrupción, drogas, violaciones, abusos de niños, todo ello ambientado en Pagford, un pueblo imaginario del West Country, zona en la que nació la autora.

J.K. Rowling es mujer a la que le inspiran los viajes en medios de locomoción tradicionales y modernos. Es algo imprescindible en su carrera ya que sin ellos la inspiración se le debilita. Harry Potter y las Reliquias de la Muerte se le ocurrió en un viaje en tren, para esta novela el avión fue el lugar idóneo para que le viniera una idea en forma de “torrente de adrenalina”, según palabras de la misma autora, y el resultado es éste que se presentó el día 19 de este mes en España de mano de la editorial Salamandra, que es la casa editora que se atrevió a publicar Harry Potter, La vacante imprevista, una tragicomedia, según los responsables de la edición, y que desde que se publicó en septiembre en el Reino Unido lleva vendidos millones de ejemplares y se estima que va a ser traducido a 41 idiomas.

¿Cual es la trama de esta tragicomedia un tanto bufa? El consejero de la parroquia de Pagford, Barry Fairbrother, muere de un aneurisma. Estalla una guerra entre las facciones que quieren sucederle en el Consejo Parroquial mediante mensajes que reciben los habitantes del pueblo en la Red. Gracias a estos mensajes sabemos de abusos de niños, homosexualidad reprimida y oculta tras la rectitud moral de una viuda, una señorita llamada Krystal que está traumatizada porque su madre es drogadicta y el camello la viola y se suicida; un tal Simon Price, que maltrata a su mujer y a sus hijos; la mamá de Krystal, que es prostituta, asimismo; también aparecen un montón de personajes obsesionados con The Fields, que es el lugar donde se imparte metadona como parte de la rehabilitación de los drogadictos del pueblo, que según notamos, son un montón, y que por ello mismo es piedra de toque importante para que su existencia se dirima o no en el futuro Consejo. Finalmente, si la novela arranca con un aneurisma, finaliza con el funeral de Krystal, muerta de una sobredosis de heroína por voluntad propia.

Lo increíble de todo este galimatías es que ha llevado a algunos lectores a quejarse por el lado sombrío de la trama de la novela. A mí me parece una trama bufa digna de un discípulo, tampoco hay que pasarse con las comparaciones, de algún libretista de Rossini. Sin embargo lo que parece haber animado a escribir este libro a la Rowling es querer demostrar que podía escribir algo distinto a Harry Potter. No se lo agradecemos. Y no porque crea que la casi interminable saga de Harry Potter sea un modelo de excelente escritura sino porque son, dentro de cierta dejadez, novelas que se dejan leer con agrado. Lo perpetrado con el salto a la “literatura de adultos” es terrible, pues ha escrito un dramón victoriano con noticias sacadas del gore más actual. El resultado es una narración que chirría por todos lados y donde echamos de menos cierto arrojo de la autora a la hora de abordar situaciones chuscas, en ningún momento pierde la compostura, porque de esa manera nos lo hubiéramos pasado un poco mejor al pasar del disparate previsible al disparate sin remisión.

Costumbrismo rancio a lo siglo XIX, violaciones, maltratos, drogas, políticos corruptos… ¿les suena? La BBC realizará una serie sobre la novela que se emitirá en 2014 y esta escritora, madre soltera que vivía malamente en Edimburgo y que es ahora una de las mujeres más ricas del mundo, verá incrementado considerablemente su patrimonio, algo que me parece muy bien. Hay algo que me cae simpático en J.K. Rowling y es su lado de ordinary people a pesar de su éxito brutal. Posee la lucidez del pobre. De esta manera sabe lo que es, lo que hace, lo que se espera de ella, y así no se le ocurrirá nunca parecerse a Paulo Coelho y proferir estupideces sobre la obra de James Joyce. Esta mujer no necesita de esas cosas porque sencillamente le traen al pairo, cosa que le agradecemos. Porque en realidad no hay nada peor que estos escritores de best sellers, que son legión, que no contentos con ganar dinero a espuertas quieren en el fondo de su corazón pasar a la historia de la literatura con mayúsculas, que como todos sabemos es lugar repleto de pobres, locos, tarados, genios, que hay de todo, pero, eso sí, autores que han significado algo en el devenir cultural del hombre.

Salamandra ha tirado 300.000 ejemplares de la edición en español en época de crisis galopante del sector. No hay mal que por bien no venga. Aunque la literatura de verdad tenga poco que ver con esto, son las librerías los lugares en que conviven los Coelho con los Faulkner o los Proust, y muchas de ellas cerrarán este año. Si J.K. Rowling consigue con las ventas de este producto que muchas de esas librerías sobrevivan unos meses más habremos logrado algo parecido al chocolate del loro, es cierto, pero ya sabemos que en este país nos contentamos con poco. No hay más que releer el Lazarillo. Pedigüeños que somos.

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