Cuentos de Grimm y bollos de canela

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'Doble retrato de Jacob y Wilhelm Grimm', por Elisabeth Jerichau-Baumann, 1855. Museo estatal de Berlín. / Wikipedia

En Alemania, Guillermo y Jacobo Grimm son celebrados estos días como a padres de la patria, porque se cumplen 200 desde su primera publicación de cuentos, el 20 de diciembre de 1812. Y son celebrados con razón ya que su recopilación de historias populares, cazadas al vuelo sin salir de su Alemania natal, ajustó el idioma y lo valoró como –salvando distancias- había hecho siglos antes el cura Lutero. Fueron ambos importantes lingüistas cuyos libros de gramática y mitología alemanas se estudiaban en las escuelas.

Los cuentos de Grimm han figurado en las mesillas de noche de muchas casas del mundo, compitiendo con las versiones de tradición oral que corrían de padres a hijos. Para cuando las recientes generaciones de padres fueron incapaces de repetir esas historias –algunas muy duras- a sus hijos, los Grimm ya tenían publicadas un montón de ellas. Y ese es su mérito. La oralidad de los cuentos ha ido desvaneciéndose en la misma medida en que lo escrito -y no digamos lo dibujado por Disney- ha ocupado los rincones de la memoria. Es lo que pasa.

Como fueron bastante nacionalistas –el romanticismo era propicio a los nacionalismos- fueron borrando de sus selecciones aquellos cuentos que les parecían demasiado extraños al alma alemana. Un estudioso de estos germanos, el inglés Philip Pullman, ha trabajado en un volumen extenso y comentado a pie de cada cuento, para aclarar su origen, a veces, italiano, a veces español o ruso o indio.

Ha habido recopiladores sobresalientes en muchos países que recogían la tradición popular de sus cuentos, como el ruso Afanasief que en España publicó Anaya, o el francés Perrault. Recuerdo una colección de cuentos albaneses que publicó Miraguano, o los Cuentos de la media lunita que recogió Rodríguez Almodovar en Algaida, los polacos de Cátedra, recién publicados.

En España no se ha prestado importancia a los cuentos ni, desde luego, se ha ensalzado a sus recopiladores como a los Grimm. José María Guelbenzu reunió los mejores en un volumen muy atractivo, hace justo un año, en Siruela.

Cuentos de los hermanos Grimm (Pullman)
Cubierta de la recopilación de Pullman, publicada en España por B de Block.

Como sea, la imagen de un volumen de cuentos populares, ocupando su sitio en la mesa de noche, casi siempre con el pretexto de ser leídos a los niños antes de inducirles al sueño, es la misma imagen del calor de hogar. Fuera, caen copos de nieve y en la chimenea se apagan los rescoldos del fuego. Es hora de que los niños se queden dormidos. Y así, el encargado esa noche de leer los cuentos se queda a solas, en penumbra, atesorando en secreto las páginas preciosas, sus ilustraciones. Cuántos dibujos no habrán encerrado historias que nos han acompañado siempre desde la tierna infancia. Y los mirábamos una vez y otra, sin cansancio, hasta hacerlos tan familiares en nuestra vida cotidiana como el camisón o las cosas de la cocina.

Pero estábamos con los Grimm y sus cuentos recogidos. En la edición española de  Pullman, publicada por B de Block, se comentan los orígenes, como he dicho, de los cuentos, algunos menos conocidos. El tono almibarado de las narraciones contrasta fuertemente con la dureza de los castigos y de las desventuras de sus protagonistas. En realidad, los Grimm se cansaron de avisar que sus cuentos no eran para niños propiamente. De hecho, tuvieron que maquillar muchos de ellos  porque se consideraban insoportables a la candidez infantil.

En los años 90 surgieron versiones “correctas políticamente” de los cuentos de hadas. Recuerdo que los publicó Circe y tengo entendido que sigue reeditándolos. Su lectura me pareció irritante; si hay maldad en el mundo ha de haberla también en los cuentos. Precisamente se inventaron para advertir a los inocentes de los peligros que los acechan y que puedan, así, afrontarlos. Y si hay sexismo, también interesa que los niños pregunten por algo que también se da en la sociedad y que seguramente les puede extrañar.

Se trata a menudo a los niños como si fueran tontos. Grave error. Perversos polimorfos, quizás; de tontos, ni un pelo.  Para celebrarlo, pueden ustedes acompañar las páginas de  los Grimm con unos rollitos de canela, que saben a cuento de hadas y son fáciles de hacer. Suerte.

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