Un gesto por el Ateneo de Madrid

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Palas Atenea, de Federico Amutio, de los fondos del Ateneo/ ateneodemadrid.com

Se ha organizado una cena de Navidad para el día 27 con el fin de recaudar fondos y salvar de la quema cultural al Ateneo madrileño. La cena será en el propio Ateneo, al precio de 40 euros, veinte de los cuales irán a socorrer las arcas de la institución, muy afectadas por los recortes del gobierno.

Según parece, tanto el Ayuntamiento de Madrid como la Comunidad deben más de 300.000 euros al Ateneo, cuyo presidente, Carlos Paris, pidió una ayuda por esa cantidad para los presupuestos de este año que termina, sin éxito.

El Ateneo de Madrid, que está en camino de cumplir 200 años, es una institución emblemática –aquí se puede decir- que podría autoabastecerse si llegara a tener 6.500 socios. Pero apenas alcanza a la mitad, 3.000, con lo que las cuotas no pueden sufragar los gastos.

La tendencia endiosada del ser humano, empujado por los avances tecnológicos que aceleran el tiempo sin que el día alcance a tener más de 24 horas, nos hace creer que todo cuanto necesitamos para alimentarnos está en la red y que ya no hace falta someterse a viejas costumbres como asistir a una conferencia, estudiar en una biblioteca o contribuir en una discusión entre personas físicamente presentes.

Y sí: la red nos ha concedido una asombrosa facilidad para hacer tantas cosas que resulta vertiginoso pensar que hace tan sólo unos años había que acudir a una oficina para comprar billetes de tren, por ejemplo. O desplazarte cien kilómetros para hacerte con el décimo de lotería que no pudiste comprar en un café de carretera, en el que por equivocación recalaste una tarde, y cuyo número –maldita sea- eres incapaz de olvidar. Ahora, sin levantar las posaderas de la silla puedes echarte novio, recuperar amigos perdidos, intercambiar cromos.  De todo.

Sin embargo, hay lugares que resisten valientemente los embates del tiempo desenfrenado que vivimos, desafiando con menguadas fuerzas los órdagos del embrutecimiento masivo, que tan exitosamente arrecian las autoridades competentes, desde hace mucho tiempo. Como enclenques corsarios, tan desarbolados como sus barcos, presentan batalla, hormiguita minúscula frente al ogro que todo lo traga. En fin, a lo que voy.

No sería de extrañar que las penurias del Ateneo de Madrid se deban en buena medida a la idea de que se trata de una institución decimonónica que nada puede ya aportar frente a la omnipotente presencia de Internet o la enorme cantidad de cosas que hacer en Madrid, ajenas al viejo edificio modernista de la calle Prado, 21. Claro que hay malpensados que están convencidos de que al gobierno actual que coincide en Madrid por tres poderes del mismo signo político, nacional autonómico y municipal, no le interesa sostener una entidad en la que la gente suelta la lengua sin tapujos, crítica y libremente. Qué error repetido el de tratar de silenciar las opiniones adversas, que suelen engordar con la represión mucho antes que callarse. No he de callar por más que con el dedo... Ya saben.

Un edificio que alberga la segunda biblioteca pública en importancia de España no puede resultar indiferente para quien sepa el significado de la memoria y la historia . Por no hablar del salón de la Cacharrería que registra en sus paredes las voces de sus más ilustres socios –y alguna socia que otra, como la que un día fue única presidente, Emilia Pardo Bazan-, desde el primero inscrito, Mariano José de Larra, a políticos, profesores, novelistas, pintores, poetas, gente que no puede vivir sin respirar el aire contaminado de la libertad de pensamiento y de expresión. Fernando de los Ríos, Manuel Azaña, Miguel de Unamuno, el añorado Julio Caro Baroja, el alcalde Tierno Galván, el músico Joaquín Rodrigo, la injustamente olvidada Rosa Chacel… Pero, por favor, si hasta el gran Forges es socio.

Cartel de la cena de Navidad / www.ateneodemadrid.com

Hay muchas razones para apoyar al Ateneo, entre ellas, esa espléndida biblioteca que permanece abierta al público desde las 9 de la mañana hasta la 1 de la madrugada, en un alarde simbólico del deseo de acoger a todo el mundo, el mayor tiempo posible. Y unos archivos que envidiarían muchas instituciones. Y, a pesar de la escasez de dineros, un buen número de actos públicos de los que ya no quedan en todo Madrid, por su nivel intelectual.

Apelo, pues, amables lectores, a sus nobles sentimientos, en la creencia de que o la cultura nos salva o nada ni nadie lo hará, en las circunstancias actuales. Así que si están interesados en contribuir a los esfuerzos por poner a flote el barco, hay una cuenta de Bankia –con perdón- abierta para aceptar donativos. Hay que poner el nombre completo e indicar “Fila Cero”, como si de una consigna se tratara. No me ha tocado ni un céntimo en la lotería pero no voy a perder esta ocasión de arrimar el hombro. Cabe también apuntarse como socio.

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