En Estados Unidos aguardan con fervor de arqueólogos cualquier nueva huella de sus escritores hasta extremos curiosos, capaces, por ejemplo, de subir de manera importante la tirada de una revista. Como, además, este tipo de sorpresas no suelen sobrar en un país que está muy organizado en las cosas estas de saber lo que cuesta su patrimonio cultural, de ahí que casi todo esté ya vendido o en subasta, sorprende que en el lapso de seis meses dos revistas como The New Yorker y Vanity Fair hayan publicado relatos inéditos de dos de sus grandes escritores del siglo XX, Francis Scott Fitzgerald y Truman Capote. En julio The New Yorker publicó Thank you for the Light, Gracias por el fuego, un relato de Scott Fitzgerald que la revista misma rechazó hace 76 años porque les parecía un cuento raro, desde luego no en la línea en que el autor les tenía acostumbrados. Se trataba de una historia donde una mujer viuda, ya en la cuarentena, vendedora de ropa interior femenina, se traslada a una ciudad donde a sus habitantes no les agrada su afición a fumar. En un momento determinado ella se refugia, está lloviendo, en una iglesia y allí le acometen deseos imperiosos de fumar un cigarrillo. No tiene cerillas ni mechero, pero entonces la Virgen María prende fuego al cigarrillo como extrema dádiva. El placer queda así satisfecho., aun sea por vía celestial. El supuesto escándalo estaba servido: el redactor jefe del momento pensó que el texto era irreverente. Tres cuartos de siglo después lo publican como si fuera la obra maestra hallada y revelada de uno de los grandes del siglo. Ni que decir tiene que el relato, con toda la gracia y atrevimiento de la Virgen dadora de luz y de fuego, correspondencia que se le escapó al redactor jefe del momento, no es de los mejores cuentos del autor de El Gran Gatsby, pero tiene importancia porque está escrito en la época donde le rondaba la desesperación y la melancolía que le acuciaron en sus últimos años.
Más importancia tiene el asunto de Truman Capote. Sam Kashner, un colaborador de Vanity Fair, la glamorosa revista de papel donde Capote publicó alguna vez, ha descubierto un relato inédito titulado Yates y cosas, que formaría parte de su obra inacabada Plegarias atendidas, donde fustigó con nombres encubiertos a buena parte de la alta sociedad neoyorkina, lo que hizo que gentes como Peggy Guggenheim, Gloria Vanderbilt, Katharine Graham o Jacqueline Kennedy, dejaran de hablarle cuando publicó en Esquire fragmentos de la obra, y ello hasta el punto de que significó cierto ostracismo social de quien había sido, desde aquel mítico baile en blanco y negro que dio en noviembre de 1966 en honor de Katharine Graham, dueña del Washington Post, sus valedoras más fieles y gracias a las cuales se le abrieron las puertas de la High Life neoyorkina.
Kashner encontró el manuscrito en la Biblioteca Pública de Nueva York, que fue la depositaria de los papeles varios, embutidos en varias maletas, del escritor después de su muerte. Vanity Fair ha publicado en el número de diciembre el relato de Capote aunque desde mediados de noviembre podía leerse el relato en la edición digital de la revista. ¿De qué trata Yates y cosas? Hay un narrador, que se supone es el propio Truman Capote, que decide irse de crucero por el Mediterráneo en compañía de una tal Mrs. Williams, que se supone es la mismísima Katharine Graham, en un barco de nombre La brujería, propiedad de un amigo, que parece ser retrata a Gianni Agnelli, que finalmente declina acompañarles por tener que asistir al funeral de un familiar. En el prólogo de Plegarias atendidas que escribió Joseph M. Fox se alude a este Yates y cosas como una de las tres de que finalmente constaría el libro, formado por Monstruos perfectos, La Côte Basque y Kate McCloud, pero se da a entender que solamente se conocía de él el título. La cosa ha tomado visos de acontecimiento en un mundillo cultural, el neoyorkino, que comienza a vivir de sus leyendas en una realidad social radicalmente distinta a la que se forjó en la década de los sesenta, que es el tiempo al que alude el relato de Truman Capote. Con Andy Warhol exprimido hasta la última gota, esos años han tenido que dar paso a otra época glamorosa, como la de los años veinte narrados por Scott Fitzgerald, aunque Gracias por el fuego fuese escrito en plena depresión. Ahora, con los restos del naufragio dejados por el huracán Sammy, con un Nueva York azotado por desastres acuciantes, Vanity Fair se nos lanza con el cotilleo de personajes de la alta sociedad que ya no existen y, lo que es curioso, que no interesan a nadie. ¿Hay alguien a quién le mueva a curiosidad saber de los escarceos más o menos escabrosos de nombres que una vez fueron y ya no y que están sobrepasados por personajes menos relevantes pero con más audiencia como los anónimos de los reality shows?
Sabido es que Capote sentía adoración por la obra de Marcel Proust, pero también porque había sido el confidente de gentes como Laure de Chevigné, Robert de Montesquiou o Louis de Turenne, esa aristocracia del Boulevard Saint Germain que transfiguró en su vasta novela. Truman Capote se vio siempre compelido a la comparación de cronista de la Alta Sociedad, dándose cuenta de que era el último en poder hacerlo porque ese mundo estaba en vías de extinción. Si repasamos ahora las fotos del famoso baile en blanco y negro nos zambullimos de lleno en la arqueología. Capote, hombre de una profunda sensibilidad y enormes antenas, supo de esa extinción cuando sus protagonistas ni se lo olían. Es probable que Plegarias atendidas, que fue su canto de cisne, sea en el fondo la descripción melancólica de un mundo que ya había fenecido. Me gustaría saber la acogida que este relato va a tener entre los lectores de la famosa revista. Sabríamos de una vez por todas si, por lo menos, Truman Capote era consciente de que su talento estaba por encima de aquello que contaba