Rita Levi: la voluntad del ser

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Imagen de la premio Nobel Rita Levi Montelcini tomada en octubre al año 2007. / Efe

El corazón de Rita Levi Montalcini dejó de palpitar cuando acababa el año 2012; se fueron juntos. Discreta hasta para eso, imagino a la doctora Levi eligiendo cuidadosamente la fecha para diluirse sin ruido, en medio de las estupideces mediáticas que cunden en las fiestas de despedidas de años. Se ha ido un ser humano vital, inteligente, audaz, intrépido, compasivo, generoso, luchador. Que los héroes también mueren lo descubrimos de pequeños.

A los 89 le preguntaba un periodista qué haría si tuviera 30 años: “Lo que estoy haciendo ahora”, contestaba ella. Y si la pregunta iba de jubilación, la científica protestaba enérgicamente. “Ni hablar de eso; el cerebro no puede jubilarse”. Ese pensamiento puede explicar su longevidad y su capacidad creativa, paralela a la de su hermana gemela, Paola, pintora de oficio.

Desde muy joven, a Rita Levi las dificultades no parecían desalentarla sino todo lo contrario. Desde la prohibición paterna a estudiar con la idea de que fundara y se dedicara a su familia, a la prohibición de las leyes fascistas italianas que le impedían ejercer profesión alguna por ser judía. La Premio Nobel de Medicina parecía tener clara una cosa: si la perfección es una meta a la que toda mente preclara quiere propender, la clarividencia mental precisamente desengaña del éxito de conseguir esa meta. La solución: elegir la imperfección, pero, eso sí, la imperfección rebelde y brillante, entusiasta e incansable. La imperfección que ella resolvió practicar tanto en la vida como en la obra de su vida. Esto lo cuenta ella muy bien en Elogio de la imperfección (Tusquets, 2011).

En 1942, la doctora Levi descubrió lo que ella llamó NGF, factor de crecimiento neuronal, en sus siglas inglesas. Pero nadie la creyó. Primero, era mujer, y encima era pequeña de estatura; luego, judía, lo que en la Italia de Mussolini la imposibilitó de toda vida profesional por decreto. Tenía todo en contra. De modo que tuvo que esperar 44 años para ser reconocida hasta que le concedieron el Nobel, en 1986. Qué alarde de paciencia y de confianza en sí misma.

De su investigación -que no cesó tras la obtención del premio- se ha ido sabiendo que el cerebro límbico, el que queda a la derecha, no ha evolucionado como el hemisferio izquierdo, el del pensamiento, y por desgracia, sigue dominando los actos humanos, lo que es una mala noticia y explica  las tragedias que sigue produciendo el hombre en el mundo, a pesar de los avances de la ciencia. Mala cosa pensar con el hemisferio derecho.

Es curioso constatar que el principio y el final de una vida tan larga, casi 103 años, tuvieran una ocupación común que fue fundamental en la felicidad de Rita Levi: ayudar a los que están en peor posición. Su vocación de médico se la proporcionó el ejemplo del doctor Albert Schweitzer, que trabajó para paliar los estragos de la lepra en Gabón.

Lo dijo en el día de su recepción del Nobel, “sólo me merecen respeto las personas que viven en armonía con sus principios éticos; el Nobel es sólo cuestión de suerte”.

No sólo ayudaba a las niñas africanas sino que también llevaba años enrolada en asociaciones que impulsaban a niños deficientes, convencida de que “todos podemos ser escultores de nuestro cerebro, por eso importa tanto ayudar a los más desfavorecidos”. La inteligencia al servicio de la bondad es un regalo de dioses.

Así que, adiós a una bendición humana que caminó durante más de cien años junto a nosotros, los comunes de los mortales. Que su ejemplo sirva para abrirse camino a los mejores de espíritu.

3 Comments
  1. juan gaviota says

    Soy un profano en estos temas y pido perdón de antemano, pero creo que la inteligencia emocional humana reside en el neurocortex, zona derecha.

  2. juan gaviota says

    Soy un profano en estos temas y pido perdón de antemano, pero creo que la inteligencia emocional humana reside en el neocortex, zona derecha.

  3. celine says

    Y así es, creo yo también; lo malo de la inteligencia emocional es que no siempre es «inteligencia» y sí muy emocional. Y las emociones son, en ocasiones, muy tóxicas, violentas, negativas. Supongo que de ahí, el comentario sobre lo que pensaba Levi.

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