Me entero de la muerte de Eugenio Trías a las pocas horas de su fallecimiento, víctima de un cáncer que padecía desde hacía más de cinco años y lo primero que se me ha ocurrido, de manera automática, ha sido escuchar algunas notas de Parsifal, una pieza wagneriana por la que Trías sentía algo más que pasión. Luego he llegado a la conclusión de que la nota necrológica que podía hacer debía dejar fluir aquello se me ocurriese, al modo de una pieza musical engañosa, pues nada hay más medido que la música. Más tarde me han venido a la cabeza conversaciones apasionantes y momentos gozosos en los escasos pero intensos contactos que tuvimos durante los últimos años.
Recuerdo una entrevista en el Círculo de Bellas Artes a raíz de la publicación por parte de Destino de su libro, Los límites del mundo, donde percibí que la filosofía en España aún poseía, gracias a libros como éste, un empuje que iba más allá de los simples y brillantes ejercicios de comentarios más o menos pertinentes a lo que se ha pensado en el pasado, vale decir, que me encontraba ante alguien que se atrevía a pensar sin demasiadas agarraderas. Todo un logro. En esa entrevista, duradera, se habló de muchas cosas, desde luego de religión, pero también del lugar que el espíritu podía ocupar en el hombre y, recuerdo, terminar hablando de cine, pasión inconmensurable de Trías y que dio fruto en un magnífico libro, Lo bello y lo siniestro, también en Vértigo y pasión, uno de los más lúcidos análisis que he leído sobre las películas de Alfred Hitchcock.
Luego, cuando escribía como columnista para El Mundo, hablamos muchas veces de filosofía de la religión, de su concepto de logos musical que determinaría dos de sus libros más bellos y valientes escritos en sus últimos años y de José María Aznar, al que apoyó como esperanza de una nueva generación capaz de borrar de un plumazo el mal tufo político de la generación anterior, la de Felipe González. Yo, que nunca creí en regeneraciones, y menos las que ofrecen las generaciones, pensaba cuando me hablaba de la esperanza de Aznar que los filósofos casi siempre ha errado en cuestiones políticas: De Platón a Heidegger hay multitud de ejemplos. Después de Heidegger también.
Pero Trías, no sé bien la razón de tal empecinamiento, creía en una regeneración política del Continente gracias a una derecha joven y liberal. Esta vez fue en el Hotel Conde Duque, acababa de editarse su libro, El canto de las sirenas, supongo sería el año 2007, y me habló largo y tendido de la revolución que para Francia podía significar un personaje como Nicolás Sarkozy. Creo que fue la última vez que hablamos de política. Desde luego porque las fuerzas ya le fallaban por el tratamiento contra el cáncer, lo que le dejaba en estado de extrema debilidad, pero también porque últimamente estaba muy centrado en la cuestión del logos musical en oposición al logos de la razón.
Platón, su rastro, fue el hilo que le unió a otra de sus grandes pasiones, la música, en la que en los últimos años quiso ver la revelación del latido del mundo. En La imaginación sonora, que se publicó en 2010, la fascinación por ciertos compositores y lo que el lenguaje musical escondía, revelaba, esa pasión se convirtió en algo más, en la casi composición de un esquema filosófico sobre el logos musical. La introducción que escribió al grueso volumen es un ejercicio inspirado de las aspiraciones a que podía dar lugar una sistematización de sus tesis sobre la imaginación sonora. Pero uno sabía que no podía pasar de tales esbozos, por muy bellos que estos fueran. Aquello era labor de muchos, muchos años y era evidente que a Trías ya le fallaban las fuerzas. De eso hablamos en una comida donde se encontraba su hijo David, su hermano Jorge Trías y Xavier Güell, un gran amigo de Eugenio y un gran amante de la música con el que departía horas hablando de sus compositores preferidos: fue una especie de despedida de un proyecto que se había quedado, eso me pareció, en una recopilación de bellos ensayos, bellos e incisivos, sobre compositores amados por Trías, desde Juan Sebastián Bach a Richard Wagner, desde la música medieval a Mozart, Beethoven, Gustav Mahler, a Arnold Schönberg, a Giacinto Scelsi, a Giorgy Ligeti… todos ellos inmersos en ese canto a la intuición, que es el último límite del conocimiento, de la música como dadora del mismo.
Supe que estaba preparando un nuevo libro, De cine, y espero ansioso leerlo porque Trías fue siempre un hombre que supo ver en este arte ciertas conexiones con otras disciplinas. Sé del gusto por David Lynch, por ejemplo, y supongo, aunque se que es una certeza, que será un libro que abrirá insospechadas expectativas: lo ha hecho en cada uno de los suyos, y ha terminado escribiendo muchos, incluso uno, Santa Ava de Adis Abebas, que se publicó en 1970, que elaboró con su hermano Carlos, que terminó dedicándose a la literatura. El libro estaba firmado por Cargenio Trías. Hoy día es una hermosa rareza.
No sé si Eugenio Trías ha sido el filósofo español más original desde Ortega y Gasset, como muchos opinan, pero de lo que sí estoy seguro es que su pensamiento es uno de los más radicales de la filosofía española y, desde luego, el más genuino de su generación. Se me ocurren varias razones para que así sea pero una de ellas, quizá la más determinante, es que fue siempre un hombre que cogió al toro por los cuernos. Y eso en la vida es inusual pero en el mundo de la cultura una rareza.
Este hombre ha revolucionado la historia de la filosofía. Sencillamente un genio, por desgracia todavía desconocido, como la mayoría de los filósofos.