El final de un amor sintético

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Desde que leí hace años -y luego pude ver magníficamente representada en el Valle-Inclán-, Un enemigo del pueblo, de Ibsen, siento terror de la influencia que puede tener la presión social o la opinión mayoritaria sobre el criterio propio, y sé que es muy complicado mantenerse a contracorriente. Digo esto porque no comparto del todo la casi unánime rendida postura de la crítica, luego refrendada en premios, sobre de la última película de Michael Haneke, Amor.

Recogemos el guante que lanzamos al hablar de los Oscar -o de las Roscas, que dice un lector- y damos nuestra opinión sobre este drama psicológico del maestro de incomodar conciencias con estilo propio, que acaba de recibir su enésimo galardón con el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, después de obtener la Palma de Oro, el Bafta, el Cesar...

Haneke ha querido hacer un relato sin adornos del amor de una pareja de ancianos en la que irrumpe la enfermedad, eliminando cualquier artificio narrativo -hasta la música se ha reducido a la mínima expresión, tratándose de dos profesores de música jubilados- que distraiga de la sutil esencia del amor final, cuando la vida pasada y en común se ha ido adhiriendo imperceptiblemente a las arrugas del rostro, como la lluvia a la tierra, y la pasión, el placer, el dolor o la emoción de los años de vigor se han sintetizado en gestos tan aparentemente triviales y comunes como una mirada profunda, una caricia en la mano o servir el desayuno.

Dan vida a esta pareja ni más ni menos que Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, dos veteranos y excelentes actores que han alcanzado en Amor cotas de compenetración y profundidad interpretativa inimaginables, gracias en parte a Haneke, que aquí, como en otras películas, sabe dejar hacer y situar la mirada discretamente en la retaguardia, encontrando un punto de vista que parece inexistente. Hay que reconocerle al austriaco el valor y el mérito de dar trabajo principal a actores tan mayores en los tiempos que corren, pues hoy en día cuando un actor cumple los cuarenta tiene que soplar las velas de la tarta en el limbo que los productores, guionistas y directores de casting tienen reservado para la chatarra reutilizable antes de ser confinado para los restos en la sección de congelados.

Es cierto que la impresión que produce una película es distinta según el estado de ánimo con el que se vea y, como ésta es una cinta que cada uno va completando en su interior con las vivencias que del amor, la senectud, la enfermedad y la muerte ha tenido en su vida, la permeabilidad emocional es también diferente según la vida que se haya llevado. Nosotros, que desgraciadamente conocemos estos temas, no hemos sido capaces de emocionarnos demasiado. Quizá por el momento tan dulce en que la vimos, en el que estábamos a otra cosa mucho más interesante y prometedora.

En cualquier caso, aunque reconocemos el profundo trabajo de síntesis en todos los niveles (narración, realización, puesta en escena, interpretación…) no nos parece mérito suficiente para sostener con solvencia la narración de esta historia tan desoladora, y echamos de menos más naturalidad en la expresión de las emociones por parte de los personajes y algo menos de contención. Pero esto es una opinión, como decíamos al principio, puesto que la narrativa de Haneke es como la tónica: o te encanta o la aborreces. Nosotros lo descubrimos en El video de Benny y nos llamó la atención, en La pianista nos deslumbró y nos dejó tocados, pero su luz se fue apagando en su primera Funny Games, y en Caché y la Cinta blanca ya no volvió a brillar con la misma intensidad. Eso sí, este “waheguru” del desasosiego moral sigue siendo capaz de meterte el dedo hasta lo más profundo del alma. Si te dejas.

1 Comment
  1. Enrique Duro says

    No he tenido nunca admiración por el «retorcido» Haneke, pero sú última pelicula, «Amor», independientemente de los Oscars me ha parecido sencillamente admirable, un prodigio de sensibilidad y buen hacer. Real, como la vida missma, que cuando se va acabando es tremendamente desagradable

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