Bebo Valdés, beberse la vida

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Imagen de archivo de Bebo Valdés tomada en octubre de 2006 durante una grabación en Nueva York. / Miguel Rajmil (Efe)

Escribir sobre Bebo Valdés es arduo porque es tal el exceso de vitalidad, de excelencia intelectual, que las palabras se encogen ante la calidad de los hechos. Lo mejor que debería hacerse es sencillamente escucharle tocar el piano y eso debería bastar, pero aquí se utilizan palabras y éstas a veces sirven para clarificar, aunque sea una ilusión, los sentimientos dándoles apariencia de orden. Bebo Valdés ha muerto en Estocolmo, ciudad en la que vivió cuarenta años tocando en bares y hoteles, en inviernos gélidos y blancos, él, negro y tropical. Allí conoció a su mujer y allí habitó hasta que Paquito D´Rivera le liberó de la blancura casi eterna invitándole a grabar en Alemania un disco sobre música cubana que se tituló Bebo Rides Again. Esto fue en el año en 1994. Luego, le llegó el éxito.

Causa impresión no el destino casi feliz que tuvo en sus últimos años, sino la implacabilidad de su vida de artista como destino. Porque Bebo Valdés, al igual que esa mujer Celia Cruz, no soportó la idea de la Revolución cubana. Llama la atención que dejara la isla en 1960, cuando aún estaba lejos la sovietización de Cuba, pero Bebo Valdés prefirió el exilio a habitar en su Arcadia tropical pero transmutada en dictadura, algo que era superior a sus fuerzas, de cualquier signo que fuera, como no se cansó de repetir. Llama la atención, también, que lejos de refugiarse, así fuera en un rincón, en los Estados Unidos, país muy acogedor con la música cubana, se fuera a Suecia y allí malviviera en tabernas y hoteles tocando jazz que es lo que a él no sólo le gustaba sino que era su destino. No podía concebir otro.

Es probable que la querencia nórdica por el jazz, sobre todo en los sesenta, fuera determinante a la hora de su exilio, porque la gran mayoría de músicos que hicieron  fortuna en los Estados Unidos eran salseros. Rubén Blades, Tito Nieves… Sea como fuere el caso es que Bebo Valdés consiguió libertad pero también amargura. De ahí esa emotividad que este gran pianista despertó siempre donde iba. Recuerdo aún el homenaje que la Casa de América le hizo en el año 2008, cuando celebró su 90 cumpleaños. Allí estaba su hijo Chucho Valdés, con quién realizó una gira, se presentó su biografía, Bebo de Cuba. Bebo Valdés y su mundo, que escribió su amigo Maths Lundahl, y, de paso, se presentó Juntos para siempre, un álbum que realizó junto a su hijo Chucho Valdés, que celebró curiosamente su 67 cumpleaños. Fue apoteósico porque se unió la pasión de la amistad con la pasión por la música. Algo que siempre consiguen los cubanos que tocan música. Bebo en especial.

Este hombre era un artista del piano, algo que le ligaba a ese monstruo extraño llamado Bola de Nieve. Pero mientras Bola se dirigía con naturalidad al cabaret, al género ligero, Valdés nadaba en aguas más turbulentas. Los dos conocieron la época dorada de la música cubana, la de los años cuarenta y cincuenta, la que Guillermo Cabrera Infante cantó de todas las maneras posible y época de la que nunca quiso desprenderse: la Charanga de Belisario López, la Orquesta de Antonio Arcaño, la Sonora Matancera, con Celia Cruz; el Conjunto Saratoga con Lino Borges; los pianistas Anselmo Sacasas, Armando Oréfiche, que dirigió la Orquesta Lecuona Cuban Boys; la Banda Gigante de Benny Moré, el mejor, el único, el que muchos consideran insuperable; Olga Guillot, tan ligada posteriormente a España, Guillermo Barreto, en fin, un reguero de músicos de primera de los que hemos citado una mínima parte a bote pronto.

En ese ambiente confraternizó y vivió Bebo Valdés. Se formó en la orquesta de Julio Cuevas, llegó a director musical del cabaret Tropicana y fue uno de los responsables de las llamadas descargas, que es el título afortunado que se da a las  improvisaciones de jazz cubano. En su orquesta cantó el mismísimo Benny Moré, por ejemplo, y llegó  a crear un ritmo propio, el batanga, que debe mucho al mambo, como lo que hizo Benny Moré y tantos otros que son deudos del genio de Pérez Prado.

De ese mundo de éxitos rutilantes a la oscuridad del exilio, aun sea bajo el blanco de la pureza, del frío, color también del olvido y del luto en los países orientales. Luego, ya lo dijimos, vino Paquito, el del saxo, y el álbum, Bebo Rides Again, donde el músico, con 76 años, tocó el piano, compuso ocho canciones y logró arreglar 11 temas en 36 horas. Entonces, de pronto, como ocurrió con Cachao, el deslumbramiento y el mimo, incluso excesivo, el cariño de todos, el reconocimiento. Fernando Trueba le llevó a Calle 54, donde tocó magistralmente con su hijo Chucho y el contrabajista Cachao, y, claro, Lágrimas negras, una canción creada en los años treinta por Miguel Matamoros pero que se convierte en una versión casi magistral cuando hizo los arreglos con Diego el Cigala. Tanto, tanto, que llegó a vender en 2004 la friolera de 700.000 copias, un año después de que el New York Times calificara al disco como el mejor de música latina del año 2003.

Caballón, como le llamaban sus amigos, ha muerto. Nos queda su pervivencia en el recuerdo, que son sus discos grabados y la crónica de aquellos que escucharon a su Orquesta, la Sabor, tocando en México, donde acompañó a Lucho Gatica, el bolerista, Estados Unidos, España y Suecia, donde acabó encriptado hasta su resurrección. Vivía en Benalmádena, que le recordaría en su querencia subtropical los finos aires de La Habana, que no alejan de la melancolía. Ha muerto Bebo Valdés, uno de los grandes del jazz cubano, que es una de las grandes músicas del mundo, en Estocolmo, la ciudad donde vivió a oscuras. Toda una metáfora.

2 Comments
  1. elcrucero says

    el mejor articulo de BEBO VALDES

  2. elcrucero says

    el mejor articulo de BEBO en la prensa española GRACIAS

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