Llanto por las ruinas de Alepo

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Minarete de la gran mezquita de Alepo. / Wikipedia

El profeta Zacarías descansa entre las ruinas de la gran mezquita omeya de Alepo, que ha visto hace unos días mochado su minarete por el rifirrafe de las bombas. Los rebeldes acusan a las fuerzas de Bachar el Assad, dicen que quieren acabar con el patrimonio de la ciudad, para castigarla. Sé que las vidas humanas que esa guerra está produciendo valen más que el bello minarete del siglo XII, que alegraba la vista del viajero al entrar en la explanada del templo. Es mucho más grave que no parezca posible el entendimiento entre paisanos del mismo lugar hasta el punto de preferir darse muerte, llevándose por delante la riqueza cultural que sus antepasados habían reunido con tanto tiempo y esfuerzo. Pero no he podido evitar entristecerme por ese bombazo que ha tumbado el minarete.

Alepo es una ciudad declarada patrimonio de la humanidad por UNESCO en 1986. Pasear por su ciudadela es un viaje a otro tiempo lejano. En cuanto a la fortaleza de Crac de los Caballeros, pocos lugares dan mejor idea de lo que debió de ser la aventura de las cruzadas, esas absurdas guerras de religiones, ese empeño suicida del ser humano por hacer entrar en razón al otro, que piensa de manera diferente o hasta opuesta. La mezquita de Alepo es hermana menor de la de Damasco, monumentos selyúcidas de los más brillantes del arte musulmán. Una muestra de arquitectura singular que encontró su periodo de esplendor en los tiempos de los mamelucos.

Si Saladino -cuyos restos reposan en el jardín del templo gemelo de Damasco- levantara la cabeza.

Salah ad Din Yusuf ibn Ayyub era un hombre muy inteligente, amante de la cultura y gran aficionado a la lectura. Fue dueño de un gran talento militar, soldado valeroso, jefe justiciero y vencedor compasivo con los vencidos, aunque este particular habría que preguntárselo a los cruzados cristianos contra los que peleó. Llegó a gobernar un extenso imperio que iba desde Trípoli  hasta el Tigris y desde las montañas de Armenia al océano Índico, en un tiempo de esplendor para los musulmanes.

Los turcos deberían acordarse de que Saladino era kurdo y así quizá respetarían más a ese pueblo al que tanto incordian.

El minarete que ahora yace, polvo y escombros, sobre el patio de la mezquita omeya, fue construido en vida del gran Saladino. Lo mandó construir Nuredin, quien mandaba a viajar las cabezas de sus enemigos, vencidos en combate, para lección de quien osara retarle. Una costumbre que duró hasta los tiempos del Imperio Otomano, muy bellamente relatada por Ismaíl Kadaré en su novela El nicho de la vergüenza (Alianza Editorial, 2001), aunque desplazada la acción a la Turquía del siglo XIX.

Pero ya me he perdido entre las brumas de la historia y de las novelas. La realidad es que el minarete de la mezquita de Alepo ha desaparecido. Los esfuerzos de Nuredin, hace nueve siglos, por reconstruir ese monumento que había sufrido los estragos de un fuego devastador, se ven ahora otra vez tumbados por tierra. Es verdad que la mezquita había sido antes una iglesia bizantina, mandada a construir por la madre de Constantino el Grande. Y antes, aún, un templo romano. También es verdad que la tecnología actual y la enorme documentación del edificio permitirán reconstruirlo una vez acabada la guerra -¿cuándo decidirán las potencias ese final?-, como ya, de hecho, había sido restaurada en 2005.

El profeta Zacarías, que había nacido en Babilonia, se ocupó de recibir a los judíos que regresaban del cautiverio. Había anunciado la reconstrucción del Templo de Jerusalén y, cuando tanto él como su mujer eran muy viejos, tuvieron un hijo, Juan el Bautista, que a su vez anunció la llegada de El Salvador. Quizás haya aún esperanza y quiera el Dios de los sirios que se reconstruya la paz. Entre las muertes de seres humanos, sucedidas día a día, las ruinas de un monumento parecen significar nada. Sin embargo, algo del alma de esas ruinas respira entre los muertos inocentes de Siria. Y lloro por eso.

2 Comments
  1. me says

    Gracias, Elvira, por tu recorrido histórico que nos recuerda que el hombre construye y destruye. Lo lamentable es la violencia impuesta a ciudadanos inocentes que no participan en los odios y venganzas de sus verdugos.

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